viernes, 4 de marzo de 2016

SE QUEMARON LAS LENTEJAS

No sé en qué demontre estaba pensando. Se me fue la olla. Nunca mejor dicho. 
Hacía un día de perros y me acerqué hasta la carnicería. El  panorama, como siempre, era primoroso. Unas cintas de chuletas de primera centraban el expositor. Junto a ellas todo un glosario de carnes, embutidos, quesos, alimentos preparados –hamburguesas, pinchos morunos, pollo relleno, etc- hacían del recinto un refugio inmejorable frente a la ventisca y el aguacero del exterior. 
Entré sin pensar muy bien qué me llevaría. ¿Unos filetes de rabadilla?. 
Fue entonces cuando el marketing del buen tendero  me iluminó. Entre la chacina y la proteína animal encontré una legumbre de aspecto un tanto pobre pero tremendamente llamativa. Era una pardina de pequeño formato. Envasada al vacío. No tuve dudas. 
“Qué buenas, unas lentejitas para un día como hoy –msugirió Miguel-. Tenía razón. 
Junto a ellas  me hice con un trozo de costilla, dos choricitos y unas morcillas de arroz de pequeño formato. Suficiente para un guiso contundente..

Llegué a casa destemplado. En cuanto pude, puse manos a la obra. Tenía todo el proceso en mi cabeza  y además, con la olla express, el  potaje estaría listo en un periquete.
Comencé por cocer las morcillas aparte, para eliminar  el exceso de grasa. Limpié bien las pequeñas lentejas y las incorporé a la cazuela. Pelé dos zanahorias, las troceé. Lo mismo hice con una patata. No demasiado grande. Su función era dar un poco de cremosidad al conjunto  con la fusión de la féculaLimpié una cebolla pequeña que introduje entera. Una vez cocida la pasaría por el turmix para devolverla al fondo de la legumbre. Introduje los chorizos, la costilla,  una pizquita de sal, cerré herméticamente la tapa, y al fuego. Enseguida  aquella mezcla  estaría en su punto. 

Pronto comencé a notar que algo no iba bien. Un ligero tufillo a chamuscado. Miré por todas partes y no observé nada extraño. Pero el olor a quemado se hizo más intenso. No lo entendía. Las lentejas apenas llevaban cinco minutos en el fuego.  Aquella sensación tan desagradable lo invadió todo. Abrí las ventanas –a pesar de la desapacible tormenta-. Retiré la olla de la cocina, y dándole vueltas a la cabeza  me preguntaba ¿qué demonios habría pasado?. Repasé uno a uno los pasos dados y hubo uno que no encontré en todo el proceso. ¿El agua? ¿Había echado agua a la cazuela?. La respuesta fue evidente  tan pronto como  tras refrescar la marmita bajo el grifo abrí la tapa de la express. 
Agua no había, solo una masa carbonizada que despedía  un tufo que aún no he conseguido hacer desaparecer de mi pituitaria. Como pude, retiré aquel fracaso. Me puse un jersey y ventilé la casa. Luego tocó preparar  una comida de emergencia y, lo peor de todo, limpiar el “agarrado” del fondo de la cazuela. Agua, jabón, poner a hervir  y estropajo. Una, dos y tres veces. Sal gorda, agua, calor y estropajo.  Nunca unas lentejas  me habían provocado agujetas. Esta vez sí.  La culpa, como diría amama Teresa, “mi mala cabesa”.

Para cocinar un buen plato, podrás disponer de los mejores ingredientes, pero para que salga perfecto habrán de conjugarse debidamente. Sin olvidar nada. Ni tan siquiera algo tan insípido como el agua. Insípido pero fundamental para una cocción adecuada. 

A Pedro Sánchez se le ha quemado la investidura. Quiso resolver la cuadratura del círculo y en lugar de saber diferenciar y elegir los ingredientes apropiados para que  su propuesta fructificase innovó una receta  que haría del producto final un fracaso incomestible.

Alguien le aconsejó mal. La alquimia no es para la cocina, y mucho menos para la política.  La aritmética parlamentaria le ofrecía dos alternativas; la gran coalición con el PP a través del partenariado de Ciudadanos o liderar una alternativa plural del  cambio con múltiples formaciones. Ante la disyuntiva y la necesidad de optar por uno de los dos caminos, Sánchez y sus asesores, apremiados por la situación interna de su partido,  desplegaron una alternativa negociadora  global. Con unos por un lado, y con otros  en sentido contrario. Y todo ello con el gran hándicap  de la mercadotecnia.

De un tiempo a esta parte, la política se ha convertido en un gran espectáculo que se emite en directo por televisión. El Congreso de los diputados se ha transformado en sede de productoras audiovisuales en las que los partidos han asumido participar en un “gran hermano” de horario continuado. Rueda de prensa tras rueda de prensa. Declaración tras declaración  con la complicidad de unos periodistas que, en muchos casos, se han convertido en protagonistas  del “masterchef” político.

Los socialistas querían cocinar a la vista. Avanzaban en sus conversaciones con Ciudadanos. E intentaban que Podemos entrara en el juego paralelo. Gracias Garzón (IU) consiguieron sentarlos alrededor de una mesa y comenzar el debate. Fuera de foco,  el PSOE transaccionaba con los canarios, acercaba posiciones con los valencianos de Compromis y dialogaba con los catalanes. El PNV, por decisión propia, decidió quedarse fuera de la melé. Sus seis diputados  podían ser determinantes pero para que fuese así, Sánchez necesitaba engrosar su lista de apoyos para que el PNV cerrara la suma. No obstante, ante la insistencia de Ferraz, los nacionalistas vascos hicieron llegar a Madrid su propuesta negociadora. La denominada “agenda vasca”. Si había voluntad, tiempo habría para alcanzar un acuerdo.

Rivera y Sánchez escenificaron  un compromiso. El líder naranja reclamó  cinco reformas express de la Constitución y el aspirante a presidente accedió a ellas. Era el punto intermedio en el que poder sumar otras propuestas. El momento de avanzar en el otro carril negociador.

Quizá deslumbrados por tantos focos, el PSOE cometió un error  trascendental. En lugar de quedarse en el punto medio pactado con Ciudadanos, Sánchez y los suyos escenificaron un amplio acuerdo –de legislatura, matizó Rivera-. Con  el boato y la liturgia de un pacto de Estado. Entre una pléyade de cámaras televisivas desgranaron doscientas medidas pormenorizadas como programa de gobierno. Propuestas controvertidas unas,  cuestionables otras que condicionaban notablemente el paso a un acuerdo programático amplio con el resto de formaciones políticas. Elmenú de “mar y montaña” resultaba imposible. .  La mesa  de los partidos de izquierda saltó inmediatamente por los aires. Primero Izquierda Unida, luego Podemos. Los catalanes que, desde fuera podían contemplar  posiciones críticas pero no cerradas,  vieron despejadas sus dudas. Ciudadanos escoraba y lastraba cualquier acuerdo con los nacionalistas de uno u otro signo. 
En vía paralela,  el equipo de Sánchez contestaba a la propuesta del PNV. Formalmente lo hacía, aunque su contenido era tan escaso que los jeltzales prefirieron no dar por recibido el escrito. Si lo hacían, su única posición posible era el “no” y la ruptura del hilo negociador.  En ejercicio de la responsabilidad  contestaron a Sánchez  que harían como si el papel nunca existió. Que si de verdad pretendían su apoyo, el PSOE debería remitir otra propuesta  más seria. El aspirante Sánchez lo asumió y se comprometió a ello. Aunque Idoia Mendia, tan dispuesta siempre a sacar las cosas de quicio,  y buscando una notoriedad poco entendible, abrió una polémica  que entorpeció  el hilo de comunicación entre Ferraz y Sabin Etxea. Un minuto de gloria que hizo imposible recomponer  la situación. Aunque, en todo caso, el PNV no ha cerrado puerta alguna.

Sin Podemos, sin sus confluencias, sin Compromis, sin Izquierda Unida, sin el PNV, y hasta con unos canarios contrariados  con la nueva situación, Sánchez metió en el horno su investidura únicamente avalada  por el acuerdo de largo recorrido con Rivera. Pasó, lo que tenía que pasar. Que el pastel se quemó. Y lo que es peor, que en el transcurso del debate parlamentario, se achicharró hasta calcinar el molde.

Lo de “tender la mano”, tan socorrido como argumento dialéctico,  tuvo su consecuencia práctica. “Tender la mano” para darse guantazos sonoros y dolorosos. De esos que dejan mella. Hasta el punto de que muchos duden de que Sánchez  pueda, en lo sucesivo, olvidar lo ocurrido y reformular su propuesta. La banalización de la política, la entrega al espectáculo, la falta de valentía en materia territorial y hasta la interferencia del “fuego amigo”  han llevado el proceso de gobernabilidad en España  a un punto que, hoy por hoy, sólo conduce a unas nuevas elecciones.  Aunque en dos meses todo puede cambiar. Veremos si de nuevo Sánchez se pone el mandil  y se dispone a cocinar un nuevo plato. Si así lo estima, que estudie con rigor la receta y que no olvide  ni los condimentos necesarios ni los tiempos de cocción del guiso. De lo contrario se expondrá a un nuevo fracaso. Y ese será ya definitivo.  

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