No son pocos los científicos, y especialmente los
inmunólogos, los que afirman que el exceso de higiene no es bueno para la salud. Quienes
defienden esa teoría justifican el hecho de que el incremento de los casos de
alergia y de hipersensibilidad en los países desarrollados esconde el fruto de
un sistema inmune un tanto “aburrido”, con poco que hacer en una sociedad cada
vez más “aséptica”.
Demasiada “limpieza”, “esterilización excesiva” o incremento
de tratamientos preventivos que minora la presencia de “patógenos potenciales”
favorecería, según dicha teoría, la
modulación del sistema inmune hacia, entre otras cosas, una producción mayor de un anticuerpo
(la “inmonuglobulina E”) que provoca una exagerada respuesta frente a
antígenos normalmente inocuos. Es decir, que favorece la hipersensibilidad o la
alergia.
No, no soy docto en la materia. La curiosidad
y la experiencia vital me han llevado a bucear en internet para intentar
aproximarme a las razones que
pudieran explicar el por qué de algunas cosas. Como por ejemplo, que en lo que
va de semana me haya topado con dos individuos diferentes. cuyo desaliño ha
estado a punto de causarme un desfallecimiento. Con el primero me encontré en
la barra de un bar. Su presencia me la
detectaron los pinchos del expositor que en un contagio repentino e
inmediato enfermaron de salmonelosis.
A primera vista su porte no era especialmente desarrapado.
Hasta una corbata anudaba su garganta. Pero no eran los ojos los que le
delataban. Era otro sentido el que le hacía protagonista. El olfato. No era una
fragancia reconocible. Ni sudor, ni halitosis. Era un compendio
multiaromático. Una mezcla de efluvios
almizcleros que mareaban. Como si sus “partes sensibles”, de no contactar jamás
con el jabón, hubieran fermentado provocando una reacción química emanatoria de
vapores sulfúricos. Azufre puro que pretendía enmascarar con una abundante dosis
de “varón dandy”.
Aquel espécimen con olor a choto me quitó de la bebida. Al menos de
la cerveza que hasta entonces trasegaba.
Mejor dicho, me hizo huir del bar. Pensé en los anarquistas y me fui. “Salud y
libertad”.
Dos días más tarde, -anteayer- un amigo de la juventud me presentó a un
colega. Un tío “guay”. Un individuo de la farándula y las artes escénicas. Muy
progre. Enrollado. De los que dan lecciones gratis. Ambos venían del rodaje de
una peli en la que participaban de “extras”. El “figura” no venía maquillado.
Ni peinado. Estoy convencido que en su
cuarto de baño tiene todavía el bote de champú que le compró su madre cuando
hizo la primera comunión. No me quedé
con su nombre. Sí con el apelativo al que le asocié mentalmente; “Ugerdo”.
Gente reñida con la limpieza ha existido siempre. Diógenes,
el cínico helénico que como un perro
habitaba en un tonel y que creó escuela filosófica con su estilo de vida. Otro
ejemplo es Isabel de Castilla, de quien cuenta la historia o la leyenda que en
1491 prometió y cumplió no cambiarse de camisa hasta la conquista de Granada
(un año más tarde). También se encuentra
en la abundante hemeroteca existente en relación a la enemistad de los humanos con el agua y la limpieza que
hubo un embajador turco que cuando fue a presentar sus
credenciales ante el trono de Luis XIV en Versalles cayó desmayado por el hedor
de los cortesanos allí presentes…
He conocido ejemplos de una cosa y de la otra. Miguel era
pastor. Hijo de Anastasio, el “rojo”. Le
recuerdo siempre embutido en un mono azul. Un buzo de cuerpo entero que
complementaba con una boina. En el monte, con las ovejas, en su casa, en todas
partes, durante años Miguel resistió con aquel uniforme. Hasta que solo en la
vida, enfermó y tuvo que ser ingresado en una residencia. Creo que le quitaron
el buzo con KH-7 y una espátula. Y
debajo de su boina encontraron que su piel no era oscura sino blanca. La última
vez que le vi, sentado a la puerta del centro asistencial, no le reconocí y
sólo el timbre de su voz y sus
ingeniosos comentarios me hicieron identificarlo.
En sentido contrario estaba
el hermano mayor de mi padre; José. Era fraile. Marista. Durante años
estuvo destinado en el antiguo Camerún francés. Allí vivió sin que le
conociéramos físicamente. Hasta que un verano regresó de visita. Cuando
apareció, con una reluciente sotana blanca y un enorme crucifijo en el pecho
pensé que era el Papa. Su obsesión por la limpieza resultaba enfermiza. Era
intocable. Había que preservar el blanco nuclear de la túnica por encima de
todo. Y nuestras manos traviesas siempre estaban sucias. Le terminamos llamando
“Pepe el pulcro”. Volvió a las
“misiones”. Y murió de viejo. Impoluto.
La higiene, o la imagen exterior de las personas no es un
tema que me preocupe especialmente. Tampoco
me considero un “carca” o un clasista en tal sentido. Pero, me llama
poderosamente la atención, de un tiempo a esta parte, la cantidad de cochinos
que me encuentro por la
calle. Y no me refiero a quienes, golpeados por la vida, se
encuentran en riesgo de exclusión. Esos bien desean un baño caliente y ropa
limpia. Mi mención se ciñe a los guarros
con pedigrí. A esos que portan su mugre cuan fenómeno social de desarraigo al
sistema. Desinhibidos que me hacen
sentir como el embajador otomano en la corte versallesca. ¿Será una moda? ¿Una
corriente alentada por quienes teorizan
sobre el origen de las nuevas alergias?. Me temo que no es eso tampoco.
En ocasiones tengo la sensación de que en este primer mundo
la pérdida de valores nos está trastornando. Es la rebeldía de quien puede permitírsela.
El problema se acentúa cuando el abandono de prácticas
higiénicas pasa de lo físico, de lo escatológico, al campo del comportamiento.
Lo inevitable en la política española ha dado paso a un nuevo estadio, la
cofradía del santo reproche que diría Sabina.
La repetición de las elecciones generales por la incapacidad
manifiesta de alcanzar acuerdo alguno que posibilitara no un gobierno sino una
simple investidura, es, evidentemente un fracaso. Pero, como bien ha dicho
Urkullu, el fracaso no es imputable a la
política sino a los políticos. A esas cuatro grandes formaciones que disponiendo de los votos necesarios han hecho imposible ningún arreglo.
“Compromis” lo intentó en el último minuto y puso el balón en el punto de
penalty. Había que abordar la investidura no la composición de un gabinete
gubernamental. Eso se podría hacer más adelante. La tentativa no tuvo
futuro. Los cuatro partidos políticos
preferían mirarse el ombligo antes que atender los intereses de Estado.
El más directamente
interpelado, el PSOE, pese a una tímida respuesta inicial, volvió a condicionar cualquier acuerdo a su pacto con
Ciudadanos. Las bridas que sujetaban las manos de Sánchez seguían firmes y le
impedían el margen. El PP seguía
cómodamente esperando. Y mientras Rajoy se fumaba otro puro, sus primos de
Rivera, amenazada su condición de bloqueo, desacreditaban de un plumazo la alternativa del descuento.
Iglesias y Podemos, a lo suyo. Su opción era un gobierno “a
la valenciana”, ocultando que en Valencia el partido de los círculos no
gobierna sino que presta apoyo desde fuera, condicionando toda opción a su
entrada en el gabinete español.
¿A nadie se le ocurrió la idea de un pacto “a la navarra”?
¿Una investidura vinculada a un gobierno de ministros no adscritos pero de vinculación ideológica de proximidad?. No, porque el interés
particular estaba por encima del bien global.
Ahora ya no hay vuelta atrás. Todos a las urnas el 26 de
junio. La estrategia de los partidos ha vencido y sufriremos, de aquí en
adelante, una tormentosa campaña de acusaciones y censuras cruzadas que
buscarán cómo penalizar al rival por su posición en el despropósito pasado.
Inmundicias donde la higiene democrática
será la perdedora.
Sabedores de su descrédito, los cuatro grandes partidos
españoles piden ahora un acuerdo para
reducir los gastos de la
campaña. Podrían haberse evitado el dispendio que para el
Estado supondrán las papeletas, las urnas, la ocupación de recursos humanos y materiales que unas
nuevas elecciones conlleva. Más de 132 millones de euros para acrecentar un
déficit que luego pagaremos a escote.
Los políticos españoles están faltos de aseo. Necesitan
bañarse en la
realidad. Jabonarse bien antes de hablar de un “nuevo
tiempo”, porque tanto los viejos, como
los nuevos, han dejado en evidencia su falta de higiene democrática. Espero y
deseo que el electorado les pase factura a todos ellos. Y que aquí, en Euskadi,
los vascos les demos una ducha fría que no olviden fácilmente.
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