Todavía hay noticias que me emocionan. Que me tocan la fibra
sensible rescatándome del tedio de la banalidad, de la trifulca permanente o de
la superficialidad que nos envuelve. Sí, hay motivos para creer. Para recobrar
la cordura en este mundo de locos en el que lo que importa no es el poder, ni el dinero, y mucho menos la fama. Creer en las
personas, en la gente que cada mañana se levanta con la esperanza de mejorar,
sin hacer daño a nadie.
En medio de la vorágine de
destellos informativos que hablaban de desacuerdos, de nuevas
elecciones, de reproches varios, de cláusulas millonarias a desembolsar en el
mercado futbolístico o del tatuaje romántico de una popular presentadora
televisiva, la asociación de Ciencias
Aranzadi hacía entrega al Gobierno vasco de los archivos recopilados durante
los últimos trece años en relación a la memoria histórica. Testimonios, documentos, bases de datos que incluyen información relativa a unas 55.000
personas. Nombres y apellidos de desaparecidos
o perseguidos durante la
Guerra Civil : listados militares; registros de penados de la Administración General ;
fallecidos en campaña –fusilados y muertos en combate-, localización y
exhumación de fosas -80 emplazamientos con cadáveres que estarán investigadas
para el 2020- .
Documentos con alma que abren la puerta a esclarecer
historias atroces que han estado ocultas como una maldición no revelada que
carcomía el pensamiento de generaciones
de vascos durante decenios. Una pena y un dolor que, reposado en el tiempo, ha
dejado en una parte de nuestra sociedad
una secuela inevitable de sufrimiento. Toda guerra resulta traumática y
más si su crudeza fue machacada con años
posteriores de represión, sometimiento y humillación. La barbarie queda lejos,
pero sus secuelas permanecen en la
descendencia de quienes resultaron muertos, asesinados, presos, encerrados en
campos de concentración, represaliados con destierros, con vejaciones,
sanciones y exilio. Su recuerdo
permanece y mientras en nuestros montes o en recónditos parajes sigan
aguardando a ser descubiertas,
desenterradas e identificadas las
víctimas de aquella guerra, no recuperaremos la conciliación de nuestras
conciencias.
No es odio. Ni rencor. Ni ganas de revancha.
Al contrario, es una necesidad imperiosa por cerrar un duelo lacerante que en
ocasiones ha servido para insensibilizarnos ante otros sufrimientos. O, en el
peor de los casos, para justificarlos.
Recuperar la memoria histórica es una labor
prioritaria, aunque algunos se obstinen en decir que hay otras necesidades
materiales más importantes. Sé que los recursos públicos son escasos. Pero el
presupuesto también debe tener alma. Como los documentos residenciados los
pasados días en “Gogora”.
Somos hijos de nuestros padres y madres.
Nietos de nuestros abuelos y abuelas. Sin ellos nada seríamos. Alejados de la
épica, de la pasión ideológica o de la visión subjetiva, este país necesita
encontrar a sus hijos perdidos. Devolverlos a sus familias. Necesita desagraviar a los represaliados. Y con el resto de víctimas que jamás debieron
serlo, construir una nueva Euskadi de convivencia, de derechos humanos, de
respeto y de paz.
Sólo sé de él por lo que dicen los medios de
comunicación. Pero me basta para tenerle un aprecio y gratitud fuera de lo
común. Se llama Paco Etxeberria. Es el hombre
que ha abierto las fosas de la vergüenza y ha resucitado a sus moradores
olvidados. Les ha devuelto el nombre y la luz. Desde su entrega a la medicina legal, a la
causa de la justicia, Etxeberria es un referente de la lucha por los derechos
humanos. Con la humildad de un forense y la observación de un antropólogo, ha
denunciado el maltrato, la tortura y el crimen.
Ha rebuscado en la
tierra. Ha investigado, documentado e identificado. Ha hecho
verdad, reconocimiento y reparación. Lo que toda víctima se merece.
No es bota de oro, ni disco de platino o
finalista en Gran Hermano. Es, simplemente, excepcional. Un referente singular del que sentirse
orgulloso.
El próximo lunes está llamado a comparecer
ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco el presidente de SORTU,
Hasier Arraiz. Su condición de “aforado”, como parlamentario vasco, le lleva a
tal instancia en el denominado procedimiento de “Segura” que involucró a
quienes fueron detenidos en dicha localidad guipuzcoana acusados de dar
continuidad a la ilegalizada mesa nacional de Herri Batasuna. Tal caso fue uno de los postreros macrojuicios
desarrollados tras la desaparición de la
violencia de ETA y pretendía imputar actividad terrorista a 35 personas vinculadas a las formaciones políticas
Batasuna, EHAK y ANV.
En un acuerdo sin precedentes, los acusados
pactaron una condena con la fiscalía y las acusaciones de la AVT (Asociación de
Víctimas del Terrorismo) y la asociación Dignidad y Justicia. El pacto que, además de una inhabilitación, permitía
una pena a todos ellos inferior a los
dos años –mientras que la acusación inicial era de diez- , posibilitaba que
ninguno se viera obligado a entrar en la cárcel. Dicho pacto
se cimentaba en el reconocimiento por parte de los encausados de su “participación en los hechos, asumiendo que su conducta fue
contraria a la legalidad vigente” añadiendo “su compromiso con la renuncia a
cualquier actividad relacionada con el uso de la violencia, queriendo que este
reconocimiento contribuya a la reparación a las víctimas del terrorismo por el
daño y sufrimiento que se les ha causado”.
El arreglo procesal,
difícil de digerir en el ámbito de la izquierda abertzale, pretendía ser un
punto final a la judicialización de la política. Un cierre que supusiera, en lo
sucesivo, iniciar un nuevo espacio político, desvinculando el debate de la
interferencia judicial.
Los supuestos “beneficios”
del aforamiento dejaron fuera del acuerdo y de la sentencia a Hasier Arraiz.
Mismo caso, mismo procedimiento, distinto tribunal. Sin embargo, en ese
trámite, una de las partes –“Dignidad y Justicia”- se desvinculaba del acuerdo
y reclama para el presidente de SORTU diez años de condena. Su argumento para
desdecirse del pacto era que “mientras
en la Audiencia teníamos las de perder, ahora podemos ganar en el Superior”,
una referencia solo entendible por la
confianza de la parte acusadora en la
composición del tribunal. Un prejuicio cuando menos tendencioso.
Más allá de las diferencias
políticas y hasta de las ideas
antagónicas que se puedan tener con Hasier Arraiz debemos entender el principio
de igualdad ante la ley y la búsqueda de la justicia en los actos establecidos por los tribunales. Una decisión distinta
vinculada al presidente de SORTU que la dictada, por ejemplo, contra Barrena,
Petrikorena y otros, sería, desde mi punto de vista, un acto de injusticia
inentendible.
Lo que ya no resulta de
recibo es el enconamiento que desde distintos ámbitos y asociaciones se viene prodigando. Para muchos, “Manos
limpias” siempre fue “manos sucias” como
parece ahora demostrarse.
La búsqueda permanente del
“ajuste de cuentas”, la utilización del
odio como motor de actividad solo conducen a dificultar la nueva convivencia que la sociedad vasca
aspira a construir. Una convivencia sin olvido pero sí desprovista de rencor.
Hasier Arraiz ha manifestado
que cuando el lunes comparezca ante el tribunal hará “una aportación personal a
la paz”. “A mí – ha dicho-me
corresponde apostar por esa vía, y aunque no haya acuerdo y no haya esa
bilateralidad que hubo en la Audiencia Nacional , creo que es el momento de dar
un pequeño paso unilateral que pueda servir también para que otros, más tarde,
puedan darlos más adelante”.
Creo en la sinceridad de
Arraiz y en su compromiso para con la paz en este país. Estoy convencido en la
bondad de sus gestos y en la autenticidad de sus palabras. No veo en él, como
en otros, posiciones tácticas o de
impostura. Y en esa convicción encontrará el lunes mi apoyo y solidaridad. Mi posición no es
ni una presión a los estamentos judiciales ni el fruto de una complicidad
política. Es, simplemente, una decisión que considero coherente con los valores
de paz y convivencia que me inspiran. Memoria en la historia, en el presente y
en el futuro.
Démonos, todos, una oportunidad. Sin fosas
ni trincheras. Cerremos de una vez la
página del pasado.
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