sábado, 7 de mayo de 2016

MEMORIA HISTÓRICA Y DE FUTURO

Todavía hay noticias que me emocionan. Que me tocan la fibra sensible rescatándome del tedio de la banalidad, de la trifulca permanente o de la superficialidad que nos envuelve. Sí, hay motivos para creer. Para recobrar la cordura en este mundo de locos en el que lo que importa  no es el poder, ni el dinero, y mucho menos la fama. Creer en las personas, en la gente que cada mañana se levanta con la esperanza de mejorar, sin hacer daño a nadie.

En medio de la vorágine de  destellos informativos que hablaban de desacuerdos, de nuevas elecciones, de reproches varios, de cláusulas millonarias a desembolsar en el mercado futbolístico o del tatuaje romántico de una popular presentadora televisiva, la asociación  de Ciencias Aranzadi hacía entrega al Gobierno vasco de los archivos recopilados durante los últimos trece años en relación a la memoria histórica. Testimonios, documentos, bases de datos que incluyen información relativa a unas 55.000 personas. Nombres y apellidos de desaparecidos o perseguidos durante la Guerra Civil: listados militares; registros de penados de la Administración General;  fallecidos en campaña –fusilados y muertos en combate-, localización y exhumación de fosas -80 emplazamientos con cadáveres que estarán investigadas para el 2020- .
Documentos con alma que abren la puerta a esclarecer historias atroces que han estado ocultas como una maldición no revelada que carcomía el pensamiento  de generaciones de vascos durante decenios. Una pena y un dolor que, reposado en el tiempo, ha dejado en una parte de nuestra sociedad  una secuela inevitable de sufrimiento. Toda guerra resulta traumática y más si su crudeza  fue machacada con años posteriores de represión, sometimiento y humillación. La barbarie queda lejos, pero sus secuelas permanecen  en la descendencia de quienes resultaron muertos, asesinados, presos, encerrados en campos de concentración, represaliados con destierros, con vejaciones, sanciones  y exilio. Su recuerdo permanece y mientras en nuestros montes o en recónditos parajes sigan aguardando  a ser descubiertas, desenterradas e identificadas  las víctimas de aquella guerra, no recuperaremos la conciliación de nuestras conciencias.
No es odio. Ni rencor. Ni ganas de revancha. Al contrario, es una necesidad imperiosa por cerrar un duelo lacerante que en ocasiones ha servido para insensibilizarnos ante otros sufrimientos. O, en el peor de los casos, para justificarlos.
Recuperar la memoria histórica es una labor prioritaria, aunque algunos se obstinen en decir que hay otras necesidades materiales más importantes. Sé que los recursos públicos son escasos. Pero el presupuesto también debe tener alma. Como los documentos residenciados los pasados días en “Gogora”.
Somos hijos de nuestros padres y madres. Nietos de nuestros abuelos y abuelas. Sin ellos nada seríamos. Alejados de la épica, de la pasión ideológica o de la visión subjetiva, este país necesita encontrar a sus hijos perdidos. Devolverlos a sus familias. Necesita  desagraviar a los represaliados.  Y con el resto de víctimas que jamás debieron serlo, construir una nueva Euskadi de convivencia, de derechos humanos, de respeto y de paz.
Sólo sé de él por lo que dicen los medios de comunicación. Pero me basta para tenerle un aprecio y gratitud fuera de lo común. Se llama Paco Etxeberria. Es el hombre  que ha abierto las fosas de la vergüenza y ha resucitado a sus moradores olvidados. Les ha devuelto el nombre y la luz. Desde su entrega a la medicina legal, a la causa de la justicia, Etxeberria es un referente de la lucha por los derechos humanos. Con la humildad de un forense y la observación de un antropólogo, ha denunciado el maltrato, la tortura y el crimen.  Ha rebuscado en la tierra. Ha investigado, documentado e identificado. Ha hecho verdad, reconocimiento y reparación. Lo que toda víctima se merece.
No es bota de oro, ni disco de platino o finalista en Gran Hermano. Es, simplemente, excepcional. Un  referente singular del que sentirse orgulloso.
El próximo lunes está llamado a comparecer ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco el presidente de SORTU, Hasier Arraiz. Su condición de “aforado”, como parlamentario vasco, le lleva a tal instancia en el denominado procedimiento de “Segura” que involucró a quienes fueron detenidos en dicha localidad guipuzcoana acusados de dar continuidad a la ilegalizada mesa nacional de Herri Batasuna.  Tal caso fue uno de los postreros macrojuicios desarrollados  tras la desaparición de la violencia de ETA y pretendía imputar actividad terrorista a 35 personas  vinculadas a las formaciones políticas Batasuna, EHAK y ANV.
En un acuerdo sin precedentes, los acusados pactaron una condena con la fiscalía y las acusaciones de la AVT (Asociación de Víctimas del Terrorismo) y la asociación Dignidad y Justicia.  El pacto que, además de una inhabilitación, permitía una pena  a todos ellos inferior a los dos años –mientras que la acusación inicial era de diez- , posibilitaba que ninguno  se viera obligado a entrar en la cárcel. Dicho pacto se cimentaba en el reconocimiento por parte de los encausados  de su “participación en los hechos, asumiendo que su conducta fue contraria a la legalidad vigente” añadiendo “su compromiso con la renuncia a cualquier actividad relacionada con el uso de la violencia, queriendo que este reconocimiento contribuya a la reparación a las víctimas del terrorismo por el daño y sufrimiento que se les ha causado”.
El arreglo procesal, difícil de digerir en el ámbito de la izquierda abertzale, pretendía ser un punto final a la judicialización de la política. Un cierre que supusiera, en lo sucesivo, iniciar un nuevo espacio político, desvinculando el debate de la interferencia judicial.
Los supuestos “beneficios” del aforamiento dejaron fuera del acuerdo y de la sentencia a Hasier Arraiz. Mismo caso, mismo procedimiento, distinto tribunal. Sin embargo, en ese trámite, una de las partes –“Dignidad y Justicia”- se desvinculaba del acuerdo y reclama para el presidente de SORTU diez años de condena. Su argumento para desdecirse del pacto era que “mientras en la Audiencia teníamos las de perder, ahora podemos ganar en el Superior”, una referencia solo entendible  por la confianza  de la parte acusadora en la composición del tribunal. Un prejuicio  cuando menos tendencioso.
Más allá de las diferencias políticas  y hasta de las ideas antagónicas que se puedan tener con Hasier Arraiz debemos entender el principio de igualdad ante la ley y la búsqueda de la justicia en los actos establecidos  por los tribunales. Una decisión distinta vinculada al presidente de SORTU que la dictada, por ejemplo, contra Barrena, Petrikorena y otros, sería, desde mi punto de vista, un acto de injusticia inentendible.

Lo que ya no resulta de recibo es el enconamiento que desde distintos ámbitos y asociaciones  se viene prodigando. Para muchos, “Manos limpias” siempre fue “manos sucias”  como parece ahora demostrarse.
La búsqueda permanente del “ajuste de cuentas”, la utilización  del odio como motor de actividad solo conducen a dificultar  la nueva convivencia que la sociedad vasca aspira a construir. Una convivencia sin olvido pero sí desprovista de rencor.
Hasier Arraiz ha manifestado que cuando el lunes comparezca ante el tribunal hará “una aportación personal a la paz”. “A mí – ha dicho-me corresponde apostar por esa vía, y aunque no haya acuerdo y no haya esa bilateralidad que hubo en la Audiencia Nacional, creo que es el momento de dar un pequeño paso unilateral que pueda servir también para que otros, más tarde, puedan darlos más adelante”.
Creo en la sinceridad de Arraiz y en su compromiso para con la paz en este país. Estoy convencido en la bondad de sus gestos y en la autenticidad de sus palabras. No veo en él, como en otros, posiciones tácticas o  de impostura. Y en esa convicción encontrará el lunes mi apoyo y solidaridad.  Mi posición no es ni una presión a los estamentos judiciales ni el fruto de una complicidad política. Es, simplemente, una decisión que considero coherente con los valores de paz y convivencia que me inspiran. Memoria en la historia, en el presente y en el futuro.

Démonos, todos, una oportunidad. Sin fosas ni trincheras.  Cerremos de una vez la página del pasado. 

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