No sé a ustedes. Pero a mí me comienza a pasar factura tanta
noticia de sucesos truculentos. Aviones que desaparecen con decenas de
pasajeros a bordo. Atentados salvajes aquí y allá que llenan de sangre y de
víctimas la agenda del teleberri. El lamentable peregrinar de miles de
refugiados cuya dignidad contrasta con
la vergüenza de quienes los encierran entre alambres de espino. Candidatos
ultras que pierden las elecciones por un suspiro de votos. Terremotos devastadores
cuyos escombros desparramados atrapan
aún a cadáveres que, con el paso de los
días, hemos olvidado. Imbéciles que rocían la carretera con aceite como
reivindicación de la amnistía.
No hay más que desgracias en las primeras planas de los
informativos.
Por no hablar de la repercusión comunicativa de la estupidez
humana. Esa que se encargan de airear permanentemente quienes se creen capaces de alterar la opinión pública con declaraciones más
o menos recurrentes. Quienes tapan sus vergüenzas acusando a los demás de fomentar el
radicalismo. O quienes buscando protagonismo
hacen viajes de ida y vuelta a Venezuela
para sacarse una foto en medio del drama ajeno.
Harto, si. De tanto político convertido en actor. De tanta
incompetencia que habla de “cambio” y cuyo inmovilismo y falta de cultura
democrática nos obliga a votar nuevamente. Como si los que se equivocaron fueran
los electores y no los que en un ejercicio detestable de mirarse al ombligo, se
demostraron incapaces de entender que el bien común les obligaba a encontrar un
acuerdo mínimo para enderezar el rumbo de su país –que no el mío-, asolado por
el paro, la corrupción y el fracaso institucional.
Sí, estoy canso de contemplar la impostura de quienes ahora
hablan de alianzas, de pactos, de acuerdos, cuando lo que en verdad pretenden es meter el
dedo al ojo del rival. Los que se pegan codazos para hacerse sitio, dejando que
el tiempo pase y los problemas se pudran. Hastiado de intolerantes que pretenden esconder sus debilidades con
prohibiciones. A quienes utilizan la supuesta legalidad como una plancha que
aplaste símbolos, sentimientos, opiniones. Fatigado ante tanta mediocridad que
exalta lo negativo. Consternado por la actitud de quienes acusan a los demás de
buscar fronteras separadoras mientras ellos
habilitan un mapa repleto de líneas rojas, de vetos, de exclusiones.
No es la primera vez que me ocurre. Va siendo recurrente este pesimismo de
contemplar cómo la sección de buenas noticias ha desaparecido de los
informativos y de los periódicos. Es una
impresión depresiva de la realidad que se apodera del subconsciente asolado por
un clima comunicativo asfixiante de noticias negativas.
¿Acaso no hay alternativa para la esperanza?
Por supuesto que sí, pero su disfrute comienza a resultar efímero.
Que uno de los principales grupos industriales vascos –
SIDENOR- no caiga en manos empresariales
extrañas y arraigue su proyecto en Euskadi
a través de directivos propios es una magnífica noticia. Pero su
impacto ha durado un suspiro en los titulares periodísticos. Y, lo que es
peor, el espacio liberado en los
tabloides fue ocupado por la draconiana propuesta de Arcelor Mittal para la Acería Compacta de
Bizkaia, situando a esta planta al borde del abismo. Los ojos del empresario
indio miran por Asia, por sus inversiones en carbón y acero convencional. No
por una planta moderna, eficiente energéticamente y que objetivamente es
rentable. La alternativa que parece quedar, si Mittal accede, pasa por
encontrar otras manos –como en SIDENOR- capaces de apostar por un proyecto
local que sea competitivo con productos exclusivos. La ACB está capacitada para
ello. Otra cosa es que el magnate indio quiera marcharse sin destruir lo
existente –borrar un posible competidor en el mercado- y que en el entorno del
país haya inversionistas que acepten el desafío.
Que el Producto
Interior Bruto crezca en la
Comunidad Autónoma Vasca hasta el 3,3%
–niveles sólo alcanzados con anterioridad de la crisis- es una información
relevante. Notable diría yo. Pero, en contraposición y como contrapeso, se
anuncia que los márgenes de pobreza se mantienen en el tiempo. Se vuelven
crónicos a pesar del despegue. Y tal
fijación, como mal menor, se sostiene por el sistema de protección social
edificado en este país. Algo único que otros pretenden emular y llevar al Estado sin que sean capaces de tan siquiera
concretarlo en un programa.
Que las exportaciones
de las empresas vascas hayan crecido
sensiblemente hasta ser uno de los fundamentos que sustentan el
crecimiento industrial, es un inmejorable dato a tener en cuenta. Como lo es
igualmente el hecho de que de las exportaciones en destino no recaudamos IVA,
con lo que los ingresos públicos sufren
y no llegan a las estimaciones que estaban previstas.
Que una empresa nacida
al calor de las políticas de incentivación promocional de las instituciones,
haya sido adquirida por un gigante mundial ante su enorme potencial en el mercado de la intermediación de
compra-venta en internet, ha generado un impacto informativo sorprendente.
Sorprendente sí, porque casi nadie era
consciente que un proyecto innovador generado aquí por dos jóvenes promotores,
fuera capaz de, en tan solo cinco años, facturar más de 60 millones de euros con expansión en 41 países y una plantilla
superior a los 400 trabajadores.
Un proyecto de éxito que vivía entre nosotros e ignorábamos de
su existencia. Ha tenido que ser la
llegada de una multinacional, líder mundial en el sector, la que con su compra,
nos ha dejado perplejos, reacuñando el dicho aquel de que “no se valora lo que
se tiene hasta que se pierde”. Además, ya se han escuchado las voces de los cafres de siempre restando valor al evento, tildándolo de
“especulativo” y de “escaso vigor productivo”. Voces que se callan fácilmente al observar que
también en el sector de las nuevas tecnologías de la información Euskadi es un referente de oportunidad. Lo demuestra
el interés de Facebook y Microsoft por tender un cable submarino de nueva
generación que enlace ambos lados del Atlántico para acelerar las
comunicaciones de centros de servidores y bases de datos de ambos continentes. Una
red capaz de transmitir 160 terabits por segundo, 16 millones de veces más rápido que una
conexión de internet doméstica, lo que lo convierte en el cable transatlántico
con la banda más ancha que existe en el mundo. ¿Por dónde llegará a Europa?.
Por la costa vizcaina. Aquí también Euskadi marca la diferencia.
Algunos minusvalorarán esta novedad. Es como si les gustara
el masoquismo. Es como si ante cualquier “imput” positivo tuvieran que encontrar una parte negativa y oscura. Mucha pancarta,
mucha camiseta reivindicativa, mucho discurso de confrontación y cero dosis de
autoestima constructiva.
Esos pájaros de mal agüero que anidan entre nosotros serán
capaces también de encontrar tacha a la edición de la feria de la máquina
herramienta. La mejor muestra desde 2008.
1533 empresas (un 12% más que la anterior). Desafío de la “industria 4.0” . Un escaparate único y
exclusivo a nivel internacional, máxime si tenemos en cuenta que Euskadi
representa el 21% de la facturación global del sector de bienes de equipo en el
Estado.
Es tan sobresaliente el escaparate que hasta Pedro Sánchez se dará una vuelta
por el BEC de Barakaldo -así lo ha anunciado en su agenda de pre campaña- .
Visita fugaz, de paracaidismo interesado y nada más. ¿Nos repetirá aquí eso de
que no pactará con los nacionalistas?. Y si su intención es esa, ¿con quien
pretende llegar a un acuerdo?. A este paso, los partidos españoles se van a
convertir en “partidos primos”, solamente divisibles y compatibles consigo
mismos y con la unidad (de España, por supuesto).
Decía al principio que me sentía hastiado de encontrar un
panorama informativo tan oscuro. Y es verdad que la coyuntura general no invita
al júbilo. Pero debajo del discurso monocorde de la frustración hay síntomas y realidades distintas que alumbran
parcialmente el momento. La fuerza del pesimismo, como la antimateria, eclipsa
esa nueva tendencia que al menos, en Euskadi, nos permite marcar una diferencia
esperanzadora. Buenas noticias haberlas haylas. Solo necesitamos comenzar a
creer en ellas. Sin echar las campanas a vuelo ni olvidarnos de los muchos
problemas que nos afligen.
Tenemos futuro, claro que sí. Pero, además, comenzamos a
tener presente. No es “buenismo”, ni un sueño intencionado. Euskadi es
diferente. Es verdad. Creámoslo.
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