Las conclusiones que unos resultados electorales aportan
deben ser contempladas con un mínimo de
rigor. La autocomplacencia nunca es buena pues enmascarar la realidad solo
conduce al engaño. Un buen diagnóstico debe ser el punto de partida para poder
afrontar los problemas. Engañarse puede resultar balsámico pero profundizará en
los errores cometidos.
Bajo esta premisa, es necesario afirmar que las elecciones
celebradas el pasado 26 de junio fueron ganadas con solvencia en Euskadi por la coalición
Unidos-Podemos. Ganó en votos y en escaños,
algo que no ocurrió en la cita original del 20-D. El éxito electoral en Euskadi tuvo dos ámbitos claros de
fortaleza: el primero de ellos que la coalición formalizada entre Podemos e
Izquierda Unida funcionó como elemento sumatorio. Ambas formaciones fueron
capaces de arrastrar a sus respectivos electorados a una oferta común.
En segundo lugar, y esta es una cuestión menos objetiva, que
la alternativa liderada por Unidos Podemos supo concitar la confianza de una
buena parte de la sociedad vasca hastiada por la política representada por el
Gobierno del Partido Popular. Existía en buena parte del imaginario colectivo
vasco un anhelo; acabar con quienes habían sido responsables de una acción política censurable. La identificación de esa responsabilidad era
Rajoy y el PP. El electorado vasco,
mayoritariamente, exigía que se acabara con esa política. Y asumió que la manera más directa y efectiva
de articular un cambio lo representaba la opción que con mayor nitidez lo venía reivindicando;
el partido de Iglesias, Errejón y compañía.
Era una respuesta vasca en clave de política española. Una
reacción directa. Causa-efecto. Un paradigma distinto a la clave “nacional” o identitaria
que se puede dar en otro tipo de comicios o elecciones. Electores de
sentimiento abertzale también lo habían asumido así y su decisión respecto al
voto fue firme. Aunque de manera contradictoria con su propia definición de
votante “vasco”, muchos electores hicieron abstracción de su propia condición
para expresar de forma genuina e inequívoca su voluntad de “cambio” en el
Estado. Y es que la “identidad” comienza
a ser permeable y casi ningún elector es
ya una isla en sí mismo. El voto en Euskadi también se ha “globalizado”. Quien rechace esta cuestión y no lo asuma,
pagará las consecuencias.
La evidencia más constatable de esto último se puede ver en
la doble factura que ha tenido que pagar
la Izquierda Abertzale.
Pagó en diciembre y ahora, tras intentar aproximarse a las
formas y al contenido de Unidos-Podemos, ha vuelto a pagar. El electorado vasco
ha preferido la opción genuina a la
copia.
La decisión mayoritaria del electorado vasco ha sido
pasional. Pero eso no significa que no haya sido reflexiva. Decir lo
contrario nos llevaría a despreciar al electorado que haga y se exprese como sea, siempre tiene razón.
Las formaciones políticas tienen que saber detectar en cada
momento qué está en juego. Sobre qué y cómo desea la gente expresarse. Tanto EH Bildu
como el PNV sabían cual era el ámbito intangible sobre el cual la ciudadanía quería expresar su opinión. EH
Bildu creyó que podía incorporarse a la
ola desdibujando su perfil. Y perdió.
El PNV intuyó que era un movimiento imparable y agudizó su
perfil tradicional. Su intención era mantener
activo y motivado a su entorno electoral habitual. Sin vaivenes ni
movimientos arriesgados que desvirtuaran su imagen. Fue una opción electoral de autoprotección y , en cierta
medida, acertó. Salvó los muebles. Pese a ser superado por Unidos Podemos, consiguió su objetivo básico, mantener cinco
parlamentarios, el número mínimo para consolidar un grupo en el Congreso que le
permitirá tener capacidad de maniobra y
efectividad a la hora de llevar a cabo su acción política. Además, esa
representación de cinco diputados, le vuelve a poner en valor, de cara a la
estabilidad y al equilibrio político de cambio en el Estado.
El PNV consiguió superar la prueba de unas elecciones para él
difíciles y en las que los cuatro grandes partidos le obviaron. Ahora, todos
ponen la vista sobre esos cinco diputados
y el PNV vuelve a cobrar presencia en la primera fila de la política del
Estado.
La segunda victoria consecutiva de Podemos en Euskadi ha
sido señalada por distintos analistas como el fin de la hegemonía del PNV,
advirtiéndose que el “sorpasso” tendrá
sus consecuencias en las elecciones autonómicas del próximo otoño. Tal afirmación
resulta pretenciosa. Otros ya ganaron antes y ahora son pasado. Recordemos a Zapatero.
Ahora bien, el PNV hará bien en no minusvalorar la
fuerza demostrada por Podemos y estos últimos
también atinarán si no caen en la arrogancia de dar por hecho lo que ni ha
ocurrido ni, previsiblemente acontecerá.
En otoño, como ahora, el electorado vasco se comportará de
manera inteligente. Valorará qué se
juega y qué le conviene. Seguirá siendo mayor de edad a la hora de expresar su
voluntad y, finalmente acertará con su voto. Las autonómicas serán otras
elecciones. Diferentes. Lo ahora acontecido, probablemente, nada tendrá que
ver, ni con el comportamiento de unos y otros, ni con la respuesta social. No se hablará del caos de Madrid, o de la política de enfrentamiento y recortes. Será otra cosa.
Y tampoco estará en el imaginario la alternativa identificada por Pablo
Iglesias y compañía. Serán sus acólitos propios los que tengan que dar la cara
en Euskadi. Y , previsiblemente, eso será harina de otro costal.
El PNV está tranquilo
Las elecciones en el Estado han dejado un dibujo similar al
que existía. Las diferencias estriban en el incremento del poder de Rajoy y el
PP (14 escaños más que en diciembre) y en el fracaso de Podemos por liderar la
izquierda española, no sobrepasando al PSOE ni en votos ni en escaños. Resulta
paradójico que Euskadi sea más hoolligan de la escuadra morada que la España
para la que nacieron. La terca aritmética vuelve a demostrar que quien quiera
gobernar deberá dialogar y pactar. Sin embargo las constantes “líneas rojas”
exhibidas por unos y otros en campaña no
invitan al optimismo. Al contrario. La sombra de un nuevo bloqueo planea de
nuevo en la política española. Rajoy, tras el 26-J lo tiene más fácil. Sánchez,
imposible y Pablo Iglesias pasará a la historia como el “malo” que impidió un
acuerdo.
Rajoy le ha comido terreno a Rivera. Pero este se empecina en declarar que no
apoyará al partido de Génova. Sánchez ha
vuelto a llevar a su partido-PSOE- al peor resultado de la democracia española.
Pero ha vuelto a salvar la
cabeza. Ha vencido al “Sorpasso” y Susana Díaz ha perdido en
Andalucía. Y los podemitas se han
quedado sin conquistar el cielo. Ni han sumado con Garzón ni han provocado la movilización de la
izquierda.
Rajoy puede fumarse otro puro y esperar a que la fruta esté
madura. Todos calculan con los votos del
PNV pero sin que el PNV diga nada –y no lo va a hacer hasta que alguien se
mueva-. Tiempo de espera. Confiemos que no sea más tiempo perdido.
El PNV, sufridamente, ha superado esta prueba. Mal partido,
buen resultado. Le queda no dormirse y
aprender de la nueva sociología política instalada en el país. Con humildad e
inteligencia, seguro que vuelve a ganar. Y con diferencia.
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