Contaba Gila con gracejo que conoció a un individuo que se
pasaba el día pegando brochazos de pintura al aire. Era, según él, un
investigador avanzado que pretendía inventar la radio en color. La gente se
reía de él y le llamaba lunático, pero “el día que acierte a encontrar la onda,
se va a hacer famoso”.
A quienes por naturaleza tenemos el instinto científico un
tanto atrofiado nos cuesta entender el valor de la investigación en el
desarrollo humano. Pero las cosas no pasan porque sí o por casualidad. Ni
Newton desarrolló el principio gravitacional porque una manzana le golpeó en la
cabeza y le trastornó, ni es cierto el dicho de que el aleteo de una mariposa puede cambiar el
mundo. Lo debemos entender como un símil de
quien explica la teoría del caos.
Estos días, huyendo de pavoroso tedio que provoca el “déjà
vu” electoral, he encontrado un ámbito informativo que me ha picado la
curiosidad sobremanera. Se trata de los avances tecnológicos que se vienen
desarrollando en relación a la
energía. Mi primer enganche de atención fue una noticia
vinculada a una marca norteamericana de automóviles de alta gama con tecnología impulsada exclusivamente por energía eléctrica. Coches eléctricos cien por cien con autonomía
superior a los 400
kilómetros . Coches reales. No prototipos. Vehículos que
se venden en el mercado. Competitivos en todos los sentidos y que comienzan a
abrir paso a una nueva revolución
tecnológica. Como todo cambio social, esta “revolución” necesitará
tiempo para afianzarse pero los principales problemas de desarrollo –las
baterías, la recarga, etc- comienzan a tener soluciones satisfactorias que
ponen en valor el nuevo producto.
Pero si la experiencia del coche eléctrico incentivó mi curiosidad,
su siguiente derivada me dejó impactado. Se trata de los acumuladores de
energía eléctrica para consumo doméstico. En el imaginario colectivo recuerdo
las botellas de butano. Un envase que relleno de gas permitía – y aún permite-
la satisfacción de las necesidades básicas
de una vivienda en el ámbito
calórico (agua caliente, calefacción, cocina). Ahora, según he visto en
diversas publicaciones, esas necesidades
y otras –luz, electrodomésticos, etc- pueden ser suplidas y alimentadas por
baterías recargables.
Estas novedosas “pilas”, que no
tienen un gran tamaño y cuyo diseño
resulta atractivo, están pensadas para complementar un sistema solar
fotovoltaico, de modo que mientras las placas solares están produciendo, el
hogar consume directamente de ellas o, si no hay consumo, esta energía cargue
las baterías. La capacidad de almacenamiento de estos acumuladores energéticos
es de 6,4 kilowatios mientras que el consumo medio de una vivienda está entre los tres y los cinco kilowatios.
Además, en el supuesto de que no haya
sol o las placas solares no produzcan energía, la casa utilizará la almacenada
en la batería y si aún así la vivienda necesita más kilowatios, puede
conectarse a la red eléctrica general y consumir o cargar por el sistema tradicional.
No se trata de ciencia ficción ni del
sueño imposible de lunáticos. Se trata de un producto cuya comercialización se
ha iniciado ya (Italia, Alemania, Reino Unido y Suiza) aunque en el Estado
español la legislación no permite aún vender la energía almacenada o producida
sobrante desde las casas a la
red. Es , aseguran los expertos, parte del futuro que viene;
integración de energías renovables y el autoconsumo familiar.
El interés por estas novedades me ha
llevado a preguntar en mis entornos respecto a la posibilidad de que estos avances pudieran encontrar canales de
investigación y negocio en Euskadi y, sin lanzar campanas al vuelo, he encontrado señales motivadoras que inducen
a pensar que en nuestro país existen ya empresas interesadas e implicadas en el
desarrollo de proyectos vinculados a estos productos. Especialmente en dos
sectores; la automoción y el energético.
El sector energético, conformado por grandes
empresas tractoras y pymes, constituye
uno de los pilares básicos de la industria vasca y, concretamente en Bizkaia, representa
aproximadamente el 7,5% del Producto Interior Bruto. Las 350 empresas vascas
que forman parte del mismo tienen una facturación mundial cercana a los
cuarenta y siete mil millones de euros, de los cuales quince mil son en el País
Vasco (12.000 en Bizkaia) con una generación de 63.000 empleos a nivel mundial,
de los que un tercio (21.000) se encuentran en la Comunidad Autónoma
del País Vasco.
Las cifras globales de negocio, de empleo y, no lo
olvidemos, de impacto directo en la generación de recursos públicos a través de
impuestos, convierten a este sector industrial en estratégico para Euskadi. Una
joya a cuidar, preservar y hacer crecer a través de la incentivación de la
investigación, el desarrollo y la innovación, lo que se ha venido en conocer
como “I+D+i”.
Propuestas de cooperación público-privada como la recientemente constituida EIC - Energy
Intelligence Center – hacen que en Euskadi se siga manteniendo la
esperanza de no perder el tren del futuro que viene. Es, cuando menos, un alivio
sentir que nuestra representación
pública ha entendido el mensaje de que debe acompañar e ir de la mano de quienes han aceptado el reto de participar
activamente en esa “revolución”
tecnológica mundial en ciernes. Buscar, conjuntamente, esos nuevos
nichos de mercado; las nuevas energías, limpias y renovables. Y mientras ellas se consolidan, implementar modelos intermedios –híbridos- que
posibiliten la transición.
No se trata de “chiringuitos” ni filfas mediáticas.
Propuestas concretas en materia de movilidad sostenible, transporte y
distribución de la electricidad y centros de excelencia de combustibles. La
innovación prevista entre empresas y administración vasca tiene centrado un
proyecto de vehículo híbrido de mínimo impacto ambiental, con un combustible de
nueva generación. También contempla el desarrollo de medios de transporte
conectados a redes inteligentes. Y finalmente, en un tercer apartado, ha fijado su actuación en el avance de un proyecto de almacenamiento de
energía eléctrica y su aplicación al automóvil. Participan de esta apuesta las
principales empresas del país que, por primera vez y más allá de su propio
negocio, han sumado sus esfuerzos de investigación aplicada.
Energía, automoción, aeronáutica,
máquina-herramienta, biotecnologías...son las bases industriales de progreso de
este país. De su futuro dependerá que vivamos mejor o peor que hoy en día.
Cultivar la buena salud de estos
sectores, abonar sus propuestas y acompañar su siembra debe ser función
prioritaria de quienes públicamente nos representan. Así lo es y lo ha sido. Sembrar y recoger. Poder
público e iniciativa privada coordinadamente, un rasgo distintivo y positivo de
la sociedad vasca.
Quizá Alba tampoco sepa que la acería compacta fue
un proyecto impulsado desde las instituciones vascas frente a la ruina industrial a la que el
Estado había conducido a todo el sector público, y de forma especial a la siderurgia. Pero
desconocer una circunstancia no es razón para formular un juicio de valor tan inapropiado.
Enfundarse una camiseta con el lema de “ACB aurrera”
puede resultar un gesto efectista. Pero más allá del hecho reivindicativo ¿qué
más ha hecho la señora
Alba y su partido por la industria vasca? ¿Cual es su
propuesta para incentivar su fortalecimiento? ¿Qué medidas concretas propone?.
En la política, los discursos genéricos, las
descalificaciones sin argumentos, pueden generar un titular más o menos lindo.
Pero las palabras, en palabras se quedan.
Remangarse para la foto, para acuñar una imagen de
frescura, tiene un sentido publicitario.
En Euskadi, remangarse significa otra cosa. Significa comprometerse y poner manos a la obra en la resolución de un
problema. Podemos no; hacemos. Hasta en eso somos diferentes.
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