viernes, 23 de septiembre de 2016

AL CUARTO OSCURO

No creo que la familia de Juana Josefa Goñi Sagardia y de los seis de sus siete hijos  arrojados a una sima en el municipio navarro de Gaztelu allá por agosto de 1936, quieran ahora ganar guerra alguna. Más bien pienso que lo que pretenden es  recuperar sus restos de aquella hondonada de más de cincuenta metros de profundidad y honrar su memoria con una sepultura acorde con la dignidad humana. No pueden devolverles la vida pero sí el honor a su memoria.

Estoy convencido que los parientes de los gudaris exhumados en los montes de Mendata, Etxebarria, Elgoibar, Larrabetzu...o e aquellos represaliados aún perdidos en cunetas o fosas comunes, pretendan hoy vencer en contienda alguna. Más bien creo que quienes sufrieron la crueldad de perder para siempre a seres queridos, quienes aún les buscan casi ochenta años después, aborrecen la guerra. Aquella y todas las guerras.

El aún ministro español de Interior, Jorge Fernández Díaz, criticó hace unos días la intención de las autoridades navarras de, en cumplimiento de la ley de memoria histórica, eliminar los vestigios de culto del franquismo y, de manera concreta retirar los restos mortales de los generales Mola y Sanjurjo del “monumento a los caídos” existente en Iruña. 

Fernández Díaz no se arrugó  y ante el deber democrático impulsado por el ayuntamiento de Pamplona por llevar a la práctica el ordenamiento vigente, afirmó que la retirada  de los restos de los militares golpistas del enaltecimiento público soportado durante decenios obedecía a que  "algunos pretenden ganar la Guerra Civil 40 años o no sé cuantos años después de haber terminado en el año 39".

Hay que ser indecente para sugerir algo como esto. Indecente es poco. Hay que tener la conciencia muy negra para, tan siquiera pensarlo.

Plantear un acto de justicia, de humanidad, como si fuera un elemento de revancha  es propio de quien añora con nostalgia aquel “alzamiento” y los horrores despiadados cometidos durante su ejecución y su posterior régimen de dictadura militar. Mola, Sanjurjo, Millán- Astray, Yagüe y tantos otros, forman parte de una larga lista de criminales que han gozado – algunos lo siguen haciendo-  de la exaltación y el reconocimiento de una parte de la representación pública española  que, so pretexto de “no abrir heridas del pasado”, se niega a borrar su presencia del imaginario colectivo. Con ello, además de incumplir un precepto legal  reconocido en la normativa sobre memoria histórica,  atentan contra las víctimas del franquismo y su derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación del daño infringido. 

Fernández Díaz debía haber dimitido o ser cesado hace tiempo. Su falta de compromiso democrático, sus turbias implicaciones en el ejercicio del cargo o las escandalosas revelaciones  conocidas en relación a la guerra sucia urdida contra dirigentes políticos catalanes, debían haberle conducido fuera de cualquier responsabilidad institucional, cuando no a enfrentarse a responder de sus actos ante la justicia. Su último pronunciamiento, proclamado en Iruña, nos debe llevar, por pura higiene democrática, a borrarle de cualquier escenario institucional, gubernamental o administrativo. Por pura memoria histórica. Por la misma razón  por la que los “héroes” del franquismo, los Mola, Sanjurjo, Yagüe y tantos otros,  deben perder su visibilidad y  ser confinados en el cuarto oscuro de la historia. 

Un cuarto oscuro del que no salgan nunca. 

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