sábado, 3 de septiembre de 2016

POLÍTICA CON MAYÚSCULAS

La tía Mariluz se murió la semana pasada. Como diría mi madre, se murió de repente. Sí, a sus 99 años se murió de repente. Todos morimos de repente. Sería jodido morirse a plazos. 99 años  viviendo y, en un instante, se apagó la luz ¡ay Mariluz!. Descanse en paz. 

Quien espero que descanse, que bien merecido lo tiene, es Mari Carmen, su  nuera. Una mujer coraje. Ella  perdió a su marido a edad temprana. Se llamaba Jose Miguel y él sí que murió de repente. Un infarto le fulminó mientras trabajaba, dejando a una joven familia -a su compañera y a cuatro hijos de cortísima edad- a la intemperie  de un día para otro. Desolador. Tuvo que ser muy duro levantarse cada mañana con la soledad de tener que sacar adelante aquella prole nacida de la felicidad, de la alegría risueña de una pareja que creía tener ante sí todo un futuro  que vivir. Pero el futuro soñado  se desmoronó súbitamente y la joven Mari Carmen, lejos de sumirse en la depresión, cosa que hubiera hecho cualquiera en sus circunstancias, se echó al hombro a aquellos párvulos y se conjuró para sacarlos adelante.  Cuan cruel debe ser no tener más futuro que el presente, sobrevivir cada instante  para que a los tuyos, y ti mismo,  llegue una bocanada de aire que os permita seguir respirando. 

Pero la mochila de esta mujer menuda – ¡menuda mujer!- tenía aún sitio  para cargarse al hombro el cuidado de su madre, y más adelante, de su suegra. Ambas gozaron de su cariño, de su cuidado y desvelos hasta el final de sus días – una a los 96 y otra a los 99 años-. En su propia casa, y cuando más no pudo, en un centro asistencial.

La no ya tan joven Mari Carmen tiene hoy una familia envidiable. La contagiosa risa que atesora suena hoy abrazando a sus primeros nietos. En su titánica tarea nunca pidió nada. Y nada le dimos los que por proximidad familiar debíamos haber estado más cerca de ella. Nuestra cercanía – al menos la mía- fue siempre lejana. La que nos hacía encontrarnos en eventos, puntualmente, esporádicos. Esos ritos en los que una saga desperdigada se ve en el declive de una dinastía –funerales, enfermedades, despedidas…-. Minutos en los que reconocer su epopeya como una cura de conciencia, de quienes nada le dimos en su solitaria gesta por salir adelante.

El sábado pasado, en el marco de esos ritos fúnebres que se organizan a modo de despedida,  todavía estaba tensa, con el nerviosismo de quien se ve presionado por la organización del último compromiso con quien se muere de repente. La muerte siempre sobrecoge. Años de convivencia se fracturan. Y en ese tracto de ruptura, trágico en ocasiones, también se abren nuevas puertas, nuevas oportunidades. 

Mari Carmen ya no tendrá  sobre sus espaldas la preocupación del bienestar de su suegra. Su conciencia le dice que hizo todo lo que pudo por ella. Y ahora…tiene ante sí la ocasión de ocuparse de ella misma. De ser recompensada por unos hijos que vio crecer centímetro a centímetro en una larga lucha por la supervivencia y por unos nietos que son la alegría de su nuevo tiempo. 

Ella se merece el futuro. No solo el presente. Tiene ganado el cielo, aunque no creo que su experiencia vital le haya dejado un poso espiritual que le permita creer mucho en el más allá. Su paraíso debe estar aquí, en la tierra. Se lo ha ganado a pulso. 

Confío que haya podido marchar de vacaciones. Así lo pretendía. Huir pitando a ese sur extremeño que le vio nacer y que le dejó ese acento que tantas sonrisas provoca. En el pórtico de una iglesia me despedí de ella. No sin un “recado”.

Hablábamos en corrillo de lo humano y lo divino. En esas conversaciones que se dan entre quienes no se han visto en tiempo que van de lo próximo –la familia, los hijos…- y lo lejano –el fútbol, el tiempo, la política-. En un momento dado  alguien me preguntó por la situación electoral, por mis previsiones y vaticinios. Yo, pretendiendo no incomodar a nadie me limité a decir que el panorama estaba complicado, más con el descrédito de la política madrileña pero que creía que, aquí, en Euskadi, las cosas iban a ser diferentes. “Yo creo-dije- que aquí las cosas van a ir mejor. Estamos bien”. Me contestó la propia Mari Carmen.  “Bien no para todos. Mira a mi hijo. Lleva más de un año si poder trabajar”.  No era un reproche. Ni una recriminación. Lo entendí como una enmienda.  Y remachó con su habitual gracejo;“ a ver si el PNV hace algo y el chaval encuentra trabajo”. 

Cuando desde las formaciones políticas hacemos juicios de valor sobre lo que acontece a nuestro alrededor cometemos el error de hablar en genérico. Nos referimos al paro, a la pobreza, a la inseguridad de las familias o, en sentido contrario al bienestar, el crecimiento, de manera común. Tal vez sea difícil concretar más pues el mensaje va dirigido a la población en general. Sin embargo, no podemos olvidar en ningún caso, que detrás de cada cifra hay personas con caras y ojos. Mujeres y hombres con nombres y apellidos, con situaciones particulares que esperan tener la oportunidad de que sus inquietudes y problemas se vean resueltos. 

El desempleo, el paro, es sin duda, el principal problema que afecta y preocupa a la gente. La desocupación forzada  empobrece y coarta las expectativas de vida de las personas. Soñar está muy bien, pero no hay ilusión que se sustente sin medios económicos, sin actividad que permitan el desarrollo de las personas. Mentiría si dijera que los partidos políticos o las instituciones crean empleos. El trabajo lo da la actividad económica, las empresas.

Lo que sí está en manos de las administraciones y de quienes las representan es facilitar medidas, programas, inversiones, que hagan de levadura social para que la actividad sea productiva. Para que la economía sea real y no un ámbito especulativo en el que ganar dinero sea lo importante. 

Nuestro reto en Euskadi es afianzar esa economía real, esa industria productiva que necesite del ingenio, de la cualificación y la mano de obra que la haga efectiva y competitiva.
Las personas, calificadas como “recursos humanos”, deben ser el centro de atención de las administraciones. Su formación específica, la igualdad de oportunidades, deben estar en el corazón mismo de la actuación de los gobiernos. 

El PNV se ha propuesto para esta nueva singladura política que se iniciará tras el 25-s un doble compromiso. Conseguir más y mejor empleo. Más trabajo, reduciendo la tasa del 10% de paro en el tránsito de cuatro años.  Y mejores condiciones de empleo. Tanto en la duración de los contratos como en el incremento de los salarios percibidos. Y todo ello dirigiendo la mirada a dos colectivos específicos; los jóvenes y los parados de larga duración. 

Sé que hablar de reducir  un porcentaje concreto (10%) puede generar desconfianza. Las fuentes que se utilicen para referenciar la tasa o la indefinición de la misma conducen a equívocos. Pero el compromiso que el PNV se propone no va a asociado a un titular. Lo que pretende es que, de verdad, la recuperación económica afecte directamente a la gente. Que ésta lo note en carne propia. Que sienta que la mejoría también le llega.  Es un objetivo difícil, pero trascendente. 

En los próximos días tocará desgranar a cada cual las recetas y propuestas que llevan a cuestas para estas elecciones próximas. Y el PNV dará cuenta de las suyas. Más y mejor empleo es el compromiso número uno. Mirar a los ojos a las personas y garantizarles que sus inquietudes están presentes en su ideario. Con nombres y apellidos. Porque un país es la suma de experiencias, de historias individuales de superación y sacrificio  que aspiran, como mínimo, a seguir viviendo en dignidad. Y si se puede, después soñar y aprovechar las oportunidades para ganarse un futuro mejor.

Quien no entienda así el discurso político equivocará el tiro. Hablar de Otegi, de Rajoy , de pactos, de cambios de mayorías, etc, está muy bien y da mucho de sí en los espacios informativos. Pero de nada sirven las grandes ideas, los encendidos discursos y controversias si al final, el hijo de Mari Carmen sigue sin poder trabajar.

No está en mi mano ofrecerle un empleo. Ni puedo ni sería responsable decir lo contrario. Pero en mi compromiso y en del partido que formo parte está la firme voluntad de que desde el próximo gobierno se haga todo lo posible para que esas más de 143.000 personas que aún  permanecen en la lista del paro en Euskadi vuelvan a la actividad. 143.000 mujeres y hombres, con sus historias a cuestas merecen una atención especial. Todas tienen nombres y apellidos y necesitan ganarse un presente y un futuro. Prioricemos energías. Hagamos “política” con mayúsculas.

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