sábado, 1 de octubre de 2016

TONTOS DE CÓRNER

Siempre he dicho que no me gusta estar en la primera fila.  No es falsa modestia. El escaparate público no está hecho para mí. Aunque mi labor “profesional” siempre haya estado vinculada a la comunicación. Especialmente a la comunicación política.

Hoy he llegado a otra conclusión. Tampoco mi sitio está en la segunda línea. O, al menos, en una segunda fila vinculada a lo que llamamos “tiro de cámara”. Sí, esa posición en la que los objetivos capturan tu imagen al invadir con tu presencia  el espacio inmediato que protagonizan los actores principales de una secuencia. 

Recuerdo la imagen televisiva de unas elecciones catalanas. La coalición Convergencia i Unió ganó los comicios. Todos esperábamos la comparecencia pública de Artur Mas.  Pero Duran i Lleida no soltaba el micrófono. El plano televisivo  resultaba insoportable. Un micrófono. Un tío soltando una chapa infumable y detrás de él un coro de gente distraídamente dicharachera . Aquel cuadro empeoró en cuanto el esperado “Molt Honorable” se incorporó a la instantánea. Era a quien todos queríamos ver y escuchar. Pero su esperado protagonismo cedió ante el caos que le envolvía. Durán cedió la presidencia del encuadre. Dio un paso atrás y cedió el micrófono a Artur Mas.  E hizo algo más. Se situó a su diestra. Sacó un teléfono móvil  y se puso a hablar por el celular. Justo a su lado había un tipo de gafas  que rellenaba una copa de cava con una botella que ofrecía amablemente a un compañero de la fila trasera. Al otro lado, una mujer de edad indefinida se reía compulsivamente. Un joven de perilla aplaudía sin sentido mientras una pareja de estética mediterránea –esos trajes oscuros con camisas oscuras y corbatas oscuras- parecían discutir o contarse chistes porque tan pronto sus rostros desprendían severidad como contagiosas carcajadas.  El cuadro lo remataba otra docena larga de personajes a cada cual más caótico. 

Ruido, mucho ruido. Chisteos, llamadas al silencio y algún que otro aplauso a destiempo hicieron de aquella comparecencia pública  un ejemplo irrepetible de lo que no debe hacerse jamás en un evento retransmitido en directo. Si Leonardo da Vinci hubiera tenido que pintar la “última cena”  con tanta algarabía y descontrol  habría dimitido. 

El foco principal es importante pero los aledaños al mismo también.  Pongan detrás de Barack Obama a un tipo mascando chicle o bostezando y ya me dirán en quien se fijan antes. 

Eso me pasó a mí. No caí en la cuenta de la segunda fila. Y cuando visioné las imágenes me identifiqué como un “tonto de córner”.  Los “tontos de córner” son esos personajes que en un partido de fútbol sacan medio cuerpo de la valla para saludar al personal con ambas manos  sin importarles el ridículo que hagan cuando la cámara va cubrir el golpeo del balón desde fuera de la banda. Espontáneos a la búsqueda de un minuto de gloria. 

Era la noche electoral. El escrutinio se había cerrado y el resultado obtenido por el PNV –mi partido- invitaba a una alegría desbordante. Despojado de toda tensión, allí estaba yo. En una tribuna, detrás de los actores principales chupando cámara. Con la boca reseca y desinhibido, acompañando a la muchedumbre que festejaba la victoria.  Repartiendo besos al horizonte y agitando los brazos  a modo de saludo a los conocidos.  La secuencia es ya inevitable, y por mucho rubor que me produzca  verme como un “tonto de córner” más, aquel momento no fue buscado. Un descuido imperdonable provocado por un gozo espontáneo y auténtico. No caí en la cuenta de la exposición pública y las imágenes están ahí. Espero que para ser enterradas. Me libraré mucho, en lo sucesivo, de nuevas apariciones. Ni primera, ni segunda fila.  Procuraré hacer el ridículo en privado.

Las elecciones autonómicas celebradas el pasado domingo  han dejado huella. Para muchos, entre ellos yo, han servido para comprobar que el trabajo bien hecho encuentra frutos. Trabajo bien hecho no sólo en el tiempo de campaña, sino, fundamentalmente, antes de ella. El rigor, la templanza, la búsqueda de la centralidad y del bien común, son valores preciados que deben acompañar toda acción política.  La controversia, el conflicto, la demagogia, promueven la desconfianza y el divorcio entre la ciudadanía y la representación partidaria.   

El PNV buscó poner en valor su centralidad. Sentido común frente al aspaviento o la sobreactuación. Y ganó. Fue un triunfo incontestable para propios y extraños.  Casi cuatrocientos mil votos de aval para seguir gobernando este país. 

La foto fija retratada el domingo clarifica el panorama. Los partidos de ámbito estatal ocupan las últimas posiciones en la preferencia de los electores vascos. Los populares, salvo en Araba y la sobreexcitación de Javier de Andrés, siguen siendo residuales. 

Los socialistas siguen en caída libre .Después de lo visto esta semana continuarán cuesta abajo y sin frenos. Su crisis sangrante parece desembocar en fractura abierta. No podemos alegrarnos del mal ajeno. Mucho menos quienes en el pasado padecimos un episodio similar.  La convulsión socialista me ha hecho recordar aquel sufrimiento.  Guerra de legitimidades. Cambio de cerraduras en las sedes. Insultos públicos. Enfrentamiento entre militantes. Pugna por el dominio de una sigla. Familias enfrentadas. Odios africanos. Separaciones que aún perduran. Fue muy duro aquello y todavía escuecen las cicatrices. Nada será igual ya para los socialistas. Esperemos, con profundo respeto, que la guerra civil en la que están inmersos  acabe pronto. Y que sepan recuperarse. Por el bien de la pluralidad ideológica. 

A Podemos (Errejón ha certificado el carácter sucursalista de su sigla),  la conquista de los cielos les ha dejado  en un limbo en el que dicen sentirse cómodos pero que ha echado por tierra todas aquellas bravatas apriorística de “desalojar al PNV” o de “reinventar” la política vasca.  Ya no dicen lo mismo.  Incluso se niegan a transformar el mundo  mediante el acuerdo. Van a ser oposición y punto. 

El veredicto de las urnas les ha generado una cierta indigestión. Algunos han recuperado el sectarismo. Incapaces de reconocer la realidad se refugian en su mundo imaginario. Bescansa ha dicho que si sólo votaran los menores de 45 años Pablo Iglesias sería presidente. Como si los que hemos superado esa edad  deberíamos ser incapacitados para el sufragio. Otros, como algún juntero vizcaino han llegado a decir que el triunfo del nacionalismo se debe al clientelismo y la corrupción.  400.000 vascos rehenes de la corrupción nacionalista. Extraterrestre total. Preparémonos para ver en el Parlamento  Vasco lo que ya protagonizó Maneiro en el último mandato. Demagogia, pero elevado al cubo. 

La Izquierda Abertzale representada por EH Bildu ha tomado algo de aire y sus cuadros dirigentes  respiran aliviados. Han recuperado la segunda posición en la Cámara Vasca y vuelven a tener protagonismo. Falta saber si en esta nueva etapa  se volverán a enfundar en la pancarta o se calzarán el buzo para empezar a construir. Algo ha cambiado en ellos. Por lo menos en estética.  El estilo “ternua” ha dejado paso a las camisas blancas y las chaquetas de color.  Sólo les falta el jersey sobre los hombros  para dar un giro total.

En el centro de la imagen, en el “tiro de cámara” está el PNV. Un PNV con fuerza renovada. Con presencia en todas las instituciones del país. Un partido que, pasadas las celebraciones tras su éxito electoral se dispone a poner en marcha la nueva singladura de las instituciones autonómicas.  Un gobierno fuerte y estable y una agenda que incluye una decena de pactos o acuerdos que consensuar  en este próximo cuatrienio. Acuerdos que van desde la reactivación económica y el empleo  al autogobierno, pasando por la convivencia y los derechos humanos, la educación, la salud  o el equilibrio social y la igualdad. 

Pese a estar en el centro de la imagen, el PNV quiere  compartir espacio con otras formaciones. Para ello ha iniciado una ronda de contactos que pretende sirvan para compartir diagnóstico y compromiso. Abierto a todos aquellos que quieran sumar sus propuestas  y acciones. En el mismo plano, en segunda línea o en la periferia del encuadre de la imagen. La imagen de un país que sigue avanzando sin desenfocarse. Con profundidad de campo y alta resolución y  en la que el oportunismo de los “tontos de córner” quede fuera del tiro de cámara. 
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario