lunes, 3 de octubre de 2016

CAMINAR JUNTOS


No sé yo qué hubiera pasado. Si entonces hubiéramos tenido móviles que hacen fotos y videos. Artilugios capaces de grabar audios con calidad digital. Si la red de redes hubiera abierto al mundo cualquier mensaje. Si hubieran existido Facebook, Twitter, WhatsApp, etc.

No sé yo qué hubiera pasado. Si nuestra existencia  como partido político sería la que es, o por el contrario habríamos sucumbido. No es difícil adivinarlo. Pero, me alegro de que la tecnología no hubiera avanzado tanto.

Me refiero a la crisis aquella que desembocó en la escisión del PNV. Sufrimos tanto que aún existen huellas constatables de aquel cisma. Familias, cuadrillas, personas enfrentadas hasta lo inimaginable. Fractura dolorosa.

Recuerdo asambleas maratonianas. Sin acuerdos. Ni tan siquiera en el procedimiento. Choque de legitimidades. Estatutos y órganos cuestionados, paralizados. Cambio de cerraduras en los inmuebles. Batzokis atrincherados. Actas notariales. Enfrentamiento físico de militantes. Descalificaciones, insultos. Llamadas a la rebelión. Argumentos ideológicos tramposos. Liderazgos caudillistas. Guerras banderizas. Desafección y ruptura.

No es fácil recordar todo aquello. Nos causó tanto daño que aún duele. Y nos pasó una factura inmensa como organización.

Por eso me pregunto si aquellos episodios se hubieran propagado y expandido con la facilidad que hoy permiten las nuevas tecnologías, ¿dónde estaríamos hoy?. No lo sé y quizá no quiera saberlo.

Cuando el pasado sábado asistí, como un espectador más, a la crisis del Partido Socialista ,  con canales televisivos emitiendo en directo el zafarrancho como si fuera un partido de fútbol; “minuto y resultado”, sentí un coraje y una desazón  tremenda.  Aunque no me afectara y la víctima fuera un partido adversario. Y , con más razón, cuando la “información”  que se daba en tiempo real no podía ser contrastada. Nadie sabía de qué fuentes bebía. Del anonimato de las redes sociales.  De “informadores” ocultos que transmitían sin que supiéramos si lo dicho o lo presentado tenía posos de verdad. O, si por el contrario eran consignas interesadas para influir decisivamente en la opinión pública. Tuits a modo de armas de combate. Disputa convertida en entretenimiento. Que pena más grande.

Dios me libre de inmiscuirme en los problemas existentes en la casa del vecino. Pero no me alegro del mal ajeno. No podemos alegrarnos, ni intentar sacar tajada del mal ajeno.

Ya he visto a miserables que lo han hecho. Y he sentido vergüenza del carroñerismo político de quienes nos quieren convencer  que ellos son los más honestos, la representación genuina de la “nueva política”. Esos, cuanto más lejos, mejor.

Ayer, domingo, en las campas de Foronda recuperé el tono. Fue la demostración palpable de la fortaleza y la unidad que hoy disfruta el Partido Nacionalista Vasco.  Después de haber sufrido lo indecible, nuestro cuerpo como organización  se ha restablecido y, afortunadamente, desprende un vigor y  una salud envidiable. Lo demostraron las miles de almas que ayer se volvieron a concentrar en una fiesta  rebosante de ánimo  y de esperanza.

Sin olvidar el pasado, las amarguras y hasta las desdichas que padecimos, hoy miramos al futuro juntos con ilusión y con la fuerza que da sentirse una gran familia. Una gran familia a la que le une una herramienta; el Partido Nacionalista Vasco. Un partido al servicio de un país; Euskadi.

La unidad solo se forja con el respeto, con el diálogo, con la pluralidad y la democracia. Se consigue día a día reconociendo la verdad de cada cual y trabajando la complicidad de las gentes. En el PNV, esa es mi convicción, hemos aprendido la lección de nuestro propio pasado. Por eso caminamos juntos. Y nos empeñaremos en seguir haciéndolo así en lo sucesivo. Es lo mejor que podemos hacer.  

Una cosa más. No queremos para los demás lo que no quisimos para nosotros mismos.

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