No sé
yo qué hubiera pasado. Si entonces hubiéramos tenido móviles que hacen fotos y
videos. Artilugios capaces de grabar audios con calidad digital. Si la red de
redes hubiera abierto al mundo cualquier mensaje. Si hubieran existido Facebook,
Twitter, WhatsApp, etc.
No sé
yo qué hubiera pasado. Si nuestra existencia
como partido político sería la que es, o por el contrario habríamos
sucumbido. No es difícil adivinarlo. Pero, me alegro de que la tecnología no
hubiera avanzado tanto.
Me
refiero a la crisis aquella que desembocó en la escisión del PNV. Sufrimos
tanto que aún existen huellas constatables de aquel cisma. Familias,
cuadrillas, personas enfrentadas hasta lo inimaginable. Fractura dolorosa.
Recuerdo
asambleas maratonianas. Sin acuerdos. Ni tan siquiera en el procedimiento.
Choque de legitimidades. Estatutos y órganos cuestionados, paralizados. Cambio
de cerraduras en los inmuebles. Batzokis atrincherados. Actas notariales.
Enfrentamiento físico de militantes. Descalificaciones, insultos. Llamadas a la
rebelión. Argumentos ideológicos tramposos. Liderazgos caudillistas. Guerras
banderizas. Desafección y ruptura.
No es
fácil recordar todo aquello. Nos causó tanto daño que aún duele. Y nos pasó una
factura inmensa como organización.
Por eso
me pregunto si aquellos episodios se hubieran propagado y expandido con la facilidad
que hoy permiten las nuevas tecnologías, ¿dónde estaríamos hoy?. No lo sé y
quizá no quiera saberlo.
Cuando
el pasado sábado asistí, como un espectador más, a la crisis del Partido
Socialista , con canales televisivos
emitiendo en directo el zafarrancho como si fuera un partido de fútbol; “minuto
y resultado”, sentí un coraje y una desazón
tremenda. Aunque no me afectara y
la víctima fuera un partido adversario. Y , con más razón, cuando la “información” que se daba en tiempo real no podía ser
contrastada. Nadie sabía de qué fuentes bebía. Del anonimato de las redes
sociales. De “informadores” ocultos que
transmitían sin que supiéramos si lo dicho o lo presentado tenía posos de
verdad. O, si por el contrario eran consignas interesadas para influir
decisivamente en la opinión pública. Tuits a modo de armas de combate. Disputa
convertida en entretenimiento. Que pena más grande.
Dios me
libre de inmiscuirme en los problemas existentes en la casa del vecino. Pero no
me alegro del mal ajeno. No podemos alegrarnos, ni intentar sacar tajada del
mal ajeno.
Ya he
visto a miserables que lo han hecho. Y he sentido vergüenza del carroñerismo
político de quienes nos quieren convencer
que ellos son los más honestos, la representación genuina de la “nueva
política”. Esos, cuanto más lejos, mejor.
Ayer,
domingo, en las campas de Foronda recuperé el tono. Fue la demostración
palpable de la fortaleza y la unidad que hoy disfruta el Partido Nacionalista
Vasco. Después de haber sufrido lo
indecible, nuestro cuerpo como organización
se ha restablecido y, afortunadamente, desprende un vigor y una salud envidiable. Lo demostraron las
miles de almas que ayer se volvieron a concentrar en una fiesta rebosante de ánimo y de esperanza.
Sin
olvidar el pasado, las amarguras y hasta las desdichas que padecimos, hoy
miramos al futuro juntos con ilusión y con la fuerza que da sentirse una gran
familia. Una gran familia a la que le une una herramienta; el Partido
Nacionalista Vasco. Un partido al servicio de un país; Euskadi.
La
unidad solo se forja con el respeto, con el diálogo, con la pluralidad y la
democracia. Se consigue día a día reconociendo la verdad de cada cual y
trabajando la complicidad de las gentes. En el PNV, esa es mi convicción, hemos
aprendido la lección de nuestro propio pasado. Por eso caminamos juntos. Y nos
empeñaremos en seguir haciéndolo así en lo sucesivo. Es lo mejor que podemos
hacer.
Una
cosa más. No queremos para los demás lo que no quisimos para nosotros mismos.
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