Quien elige tiene ante sí la duda de acertar o no con su propuesta. ¿Cumplirán con las expectativas? ¿Serán diligentes, efectivos y solventes en sus nuevos puestos? ¿Serán de fiar?. Y en el supuesto de acceder a un cargo en el que ya se estaba, también llega la disyuntiva de tener que despedir a quienes hasta entonces habían sido tenidos por colaboradores. Un brete apurado. Tanto tiempo compartiendo mesa y mantel y ahora, “hasta luego Lucas”.
No. No es fácil. Para quien decide nombrar o despedir, su decisión es un trago amargo. Todas las miradas se fijan en él. Los propios y lo ajenos. Prosperan los consejos. Bienintencionados y también los de conveniencia. Se hacen quinielas. Vuelan los rumores, las apuestas y hasta las chanzas. Es la soledad de la jefatura. El instante crítico del seleccionador y su decisión. Tu culo y su futuro dependen de acertar con la alineación. La cuestión no es contar con los colaboradores más brillantes o con los más simpáticos. Tu porvenir va a depender, en buena parte de ellos y eso corroe tu circunstancia. Piensa, medita, recapacita para, al final, como diría mi padre, “joderlo todo con las patas de atrás”.
No sé exactamente que quería significar con aquel dicho pero creo que Donato confiaba más en la intuición que en la reflexión prolongada. “Pensar demasiado –decía- es comer mucho pienso y eso atonta”.
Cuando la meditación no da más de sí, cuando lleva a un callejón sin salida, toca hacerla pública. Es una liberación. El cuerpo se alivia por fin. Como una vomitona después de un empacho. Así que toca sacar el secreto de los adentros. “El equipo estará compuesto por …Iribar, Sáez, Etxeberria, Aranguren, Igartua, Larrauri, Argoitia, Arieta, Uriarte, Clemente y Rojo” . Ya está. Se acabó la comida de coco y la propuesta rumiada en soledad pasa a ser de dominio público.
Si a quien le toca elegir sufre en silencio –como el anuncio de las hemorroides-, quien opta a ser nominado también. Bueno, unos más que otros. Quienes ansían ser “tocados por la mano providencial” aguardan impacientes la llamada. He conocido gente que ha vivido estos instantes pegada al teléfono. Con el celular a cuestas hasta en el inodoro. Como quien escucha de principio a fin pegado al receptor de radio el sorteo de la lotería. Normalmente, a esos, no les toca ni la pedrea. Son los que, como Maroto, después de hacer contorsionismo mediático luego disimulan con un “tuit”. Sonríen y se alegran. Los que después del sorteo dicen que “lo importante es la salud”.
En el ámbito opuesto se encuentran quienes no niegan su interés por ser nombrados. No sólo se sienten capacitados, sino que creen que, además de merecer un puesto, son los mejores candidatos para ejercerlo. Recuerdo a un individuo que con anterioridad a celebrarse las elecciones correspondientes, se acercó a quien iba a ser candidato para reclamar “su” despacho como director del futuro gabinete. “Aquí estoy yo” para lo que haga falta. Gente con mucho ego. Y mucha cara.
Además, están quienes, en ese trance, quieren seguir en su puesto y entienden amenazado su “privilegio”. Su instinto de supervivencia les convierte en un peligro. “Por mi sillón, yo mato”. Pasan a ser “ángeles caídos” que finalizada su trayectoria destilan dosis de inquina que acumulan por años y que, en ocasiones, administran en escritos incendiarios que mejor ni archivar cuando se reciben.
Y luego, por supuesto, están aquellas personas que reciben una encomienda y, en muchos casos, sacrificando su ámbito de confort profesional y familiar, aceptan el compromiso. Esos, aunque no se lo crean los lectores, resultan mayoría. Ser nominado, en el ámbito de la confianza, para una plaza de responsabilidad pública no es ningún chollo. Menos en estos tiempos de sátira política en los que la mordacidad de la crítica y la descalificación general convierte a cualquier actor público en un chivo expiatorio al que lapidar en el ágora de las vanidades colectivas.
El pasado sábado y después de un pleno trufado de trúhanes , rufianes y camorristas, Mariano Rajoy salió, por fin, investido como presidente de un gobierno sin funciones. El gallego, que en múltiples ocasiones apeló a la urgencia para llamar a la acción parlamentaria, lejos de apurarse en configurar su nuevo gabinete, se dio cinco días de plazo –ni uno ni dos, cinco- para anunciar el equipo que le acompañará en la incipiente legislatura. Para qué correr si él sabe andar rápido.
En cinco días Rajoy ha tenido tiempo para todo. Para cenar con unos amigos compostelanos, pasear por el bosque otoñal en una jornada de puente o ver plácidamente en la tele los partidos de la “champions”. Rajoy haciendo de Rajoy
Mientras tanto, el entorno de Génova hervía en rumores. Por no hablar de los medios de comunicación en donde los más sesudos de sus analistas escudriñaban los posos de una taza de té a la búsqueda de indicios que abonaran una tesis argumental o la contraria. Que si la legislatura será larga o corta. Que si habrá renovación en el PP o no. Que si ganarán los “sorayos” o perderán.
Bonito entretenimiento estéril. Cinco días para la especulación. Para el esoterismo y la intriga. Para todos, menos para el presidente registrador de la propiedad.
La tarde-noche (lo del cambio horario lo hizo noche) del jueves finalizó el enigma. Tras una cita en la Zarzuela, se dio por fin la alineación ; Buyo, Camacho, Chendo, Del Bosque, Butragueño, Michel , Martín Vázquez, Hugo Sánchez… (Se caen de la convocatoria los más antiguos; Pirri, Amancio y el marrullero Benito). Algunos “afortunados” se enteraron de la nueva esa misma tarde. Así es Mariano.
La nueva lista de ministerios aclara poco el panorama que el presidente del Partido Popular quiere dar a su incipiente mandato. A primera vista da la sensación de que su gobierno es una suma de adhesiones, que como las capas de una cebolla salvaguardan el núcleo, es decir el propio Rajoy. Un equilibrio de torres, alfiles y peones ordenados para defender al “rey” gallego. Cada cual tendrá sus funciones en el tablero. Unos con mayor movilidad que otros en un ejercicio que se antoja previsible.
Parece un equipo de continuidad –no continuista- pues las circunstancias externas han cambiado y mucho (minoría parlamentaria). Toda interpretación está abierta, pero conociendo como vamos haciendo a Rajoy, cabe pensarse que en su intimidad, el de Pontevedra , confía en tener una legislatura larga. ¿Por qué?. Porque, previsiblemente, éste será su último mandato. Plantearse un período de sesiones corto le obligaría a decidir si sigue siendo cabeza de cartel o si se abre a una alternativa en la derecha española. Y eso, para el PP es pronto. Necesitan tiempo para forjar un relevo predecible.
Siendo así, ¿será capaz el nuevo gabinete de desatascar los múltiples problemas acumulados en la mesa de Rajoy? O ¿todo seguirá igual?. Todavía es pronto para saber si Rajoy ha hecho gobierno para aguantar o para desbrozar conflictos y salir adelante.
En el caso de Euskadi los problemas se amontonan. La judicialización del autogobierno y la nula voluntad de su actualización en un nuevo marco jurídico-institucional, la cada vez mayor diferencia del Cupo-Concierto, el incumplimiento de los compromisos adquiridos, el abandono del sector industrial, y la negativa a abordar, de una vez para siempre, el final ordenado de la violencia, constituyen un muro de problemas que se agudiza con el paso del tiempo. No afrontar un nuevo tiempo de diálogo y acuerdo empeorará la perspectiva. Seguir pensando en que la gravedad del distanciamiento Euskadi-España puede aliviarse con la árnica de cesiones parciales (votos por inversiones o por transferencias) es no darse cuenta del fondo que subyace en el creciente conflicto político que nos envuelve. No asumirlo daría pie alimentar un incendio de consecuencias imprevisibles. Un nuevo foco que se sumaría al fuego catalán, cuya extinción se aleja con las fórmulas ya ensayadas por el inquilino de la Moncloa.
Rajoy y sus flamantes nuevos escuderos tienen la palabra. O cambian de actitud y se abren a buscar soluciones, o el conflicto se acrecienta. Un gobierno del “gatopardo” sería muy de Rajoy. Pero sería también un problema. Y problemas ya hay muchos sin resolver.
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