Mañana,
domingo, tendré una hora más para dormir. ¡Qué bendición!. Si algún “vicio”
confesable escondo es el de zanganear en la cama como un oso en temporada de
hibernación. Pero, ya se sabe, los placeres de esta vida son, básicamente,
quimeras. Cuando era joven, me sentía
capaz de estar en situación catatónica durante
casi doce horas sin pestañear. Sobre todo, si en la víspera, me
prodigaba en la actividad asociativa de carácter tabernario. Era una delicia.
Aletargado como un plantígrado en su madriguera. Inmóvil. Alejado del mundanal
ruido y de las preocupaciones. Como Yogui en Yellowstone después de saquear
la cesta de emparedados de un turista.
Esa
“gloria bendita” se acabó hace tiempo. Ahora, me resulta extraño superar las
seis horas y media de vigilia. Es un sin vivir. Mejor dicho, un sin dormir. Ni
los fines de semana o las “fiestas de guardar” complacen esa natural apetencia
por el mundo onírico. (Yo siempre he creído que el mejor invento de la
humanidad era la cama). Mi reloj biológico imposibilita ya el descanso
continuado. Es imposible. La vejiga se llena pronto y no queda más remedio que
ejercitar un paseíllo rápido hasta el inodoro para aliviar mis bajas pasiones
–es lo poco que queda del bajo
instinto-. Una vez evacuada la tinaja resulta difícil volver al catre y retomar
el sueño. Cuando lo hago y vuelvo al estadio rem es ya muy tarde, a escasos minutos de que suene
la alarma del despertador. Y eso sí que es una putada. Así que me levanto
excitado, iniciando la jornada de un humor de perros. Por eso, pongo en
antecedentes a quien conmigo se encuentre que, por lo normal, no hablo –ladro acaso- hasta bien pasada las
nueve de la mañana.
Esta
noche, tendremos una hora más para dormitar. Así lo han decidido quienes, sin contar con
nadie, han optado por que nuestros relojes se cambien arbitrariamente y cuando
sean las tres de la madrugada, las manecillas volverán a las dos. Magia
potagia.
Hay que
tener la mente muy retorcida para, en un solo acto, tocar las narices de todo
el mundo quitando o poniendo horas a la vida de la gente. Imaginemos por un momento. Un hombre muere a
las tres y cuarto de la noche. ¿A qué hora dirá el certificado de defunción que
se produjo el óbito? ¿A las dos y cuarto?. No. A esa hora, el fiambre estaba
vivo. Y, a saber qué hacía si no dormía. Fallecido en hora indeterminada. Un
muerto viviente. Vamos un zombi.
La cuestión
es que, no se sabe muy bien por qué, el día tiene 25 horas. Eso es
sobrenatural. Aunque debería ser considerado anticonstitucional. No me extraña
que el Parlamento balear haya pedido que a su reloj no lo toque nadie. Que hay
muchos guiris en Ibiza en esta temporada
y que, si de facto, la noche les confunde, con sesenta minutos más de
ocio nocturno, el desconcierto puede devenir en marimorena.
El
argumento esgrimido para el cambio horario viene dado por un presunto ahorro
energético.
Según
el Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía, el potencial de reserva
en iluminación que genera esta medida puede suponer un 5 %, lo que equivale a
300 millones de euros en todo el Estado español de acuerdo con los precios
actualmente vigentes. De esos 300 millones de menos gasto, 90 corresponden al
potencial doméstico, lo que supone un ahorro de seis euros por hogar en la
península, mientras que los otros 210 millones de euros restantes se recuperarían
en la industria y el sector terciario. Para
muchos, que se dicen expertos, este ínfimo impacto en la economía de los
hogares supone más inconvenientes que ventajas para los ciudadanos. Mover las
agujas del reloj es como el “chocolate del loro”. Una medida económica que
trastorna el comportamiento humano, tan impredecible y variopinto por sí mismo.
El verdadero impacto social de una
medida que pretendiera ajustar economía y bienestar vendría, según todos los entendidos, por una
política de conciliación familiar, adecuando los horarios laborales a un ritmo
de vida más próximo al existente en nuestro entorno europeo con quien nos
distancia un desfase en hábitos cercano a las dos horas.
El estado español vive en una hora que no le
corresponde. Lo hace desde 1942 cuando las autoridades franquistas
adoptaron el horario de Berlín, el
horario del Reich que pretendían emular.
La
asincronía horaria, perpetuada no se sabe bien por qué razón, acentúa sus
efectos con la entrada en el ciclo
invernal al que ahora nos piensan someter con el retardo del reloj. Retrasando
en una hora las manecillas de crono se puede ahorrar, en el conjunto del Estado
300 millones de euros, pero hay que tener en cuenta que la diferencia lumínica hace,
por ejemplo, que en Galicia sea preciso encender el alumbrado público a las
mañanas, mientras que en Catalunya, en diciembre, comenzaría a anochecer
alrededor de las cinco de la tarde. Todo un dislate y un ejemplo del modelo
trasnochado, que en todos los ámbitos, representa el Estado español. Arreglarlo
parece una misión imposible, sobre todo cuando los sectores dirigentes del
país, ni tan siquiera son capaces de reconocer que viven en un tiempo fuera del
calendario y de la lógica.
Rajoy,
por poner un ejemplo, volverá a ser presidente –sin funciones esta vez- una
hora más tarde. Resultará investido presidente –al fin- diez meses después del
primer paso de la ciudadanía por las urnas. Lo será por agotamiento. De propios
y, especialmente, de extraños. Hasta su discurso para ganarse la confianza del
parlamento ha sido un trámite anodino en el que se permitió el lujo, para no
repetir argumentos antiguos, de remitir a sus señorías al diario de sesiones.
Para qué esmerarse en un nuevo intento por ganarse simpatías añadidas si
dormitando le resultaba suficiente. Así que el trámite, más allá de las
ocurrencias y del tractor que ofreció en rima al portavoz del PNV, fue una pérdida de tiempo.
A ello
colaboró el despropósito socialista. Los que pretendían ser oposición y, diez
meses después se dieron cuenta de que su arroz se había pasado, tardaron más de
314 días en asumir ese papel. Y no sólo no aprovecharon una posibilidad
–mínima- de construir una alternativa sino que prorrogaron su decisión de
facilitar una investidura en minoría hasta hacerla crecer en escaños y romperse
la crisma en la interinidad. Perdieron todo o casi todo. Desde hacerse
decisivos en una nueva etapa política, hasta su propia credibilidad de
organización centenaria. Su lamentable gestión de los tiempos políticos les
augura zozobra y ruptura. Se les ha hecho de noche en pleno día. Y, ya se sabe, de noche, todos
los gatos son pardos. La posible ruptura de Ferraz con el socialismo catalán,
contemplado por algunos como el río
revuelto en el que los pescadores de las baronías buscan ventaja ante un
inminente congreso, comienza a vislumbrar la hipótesis de que el PSOE, como lo
fuera el PASOC griego, sea hoy más historia que futuro.
Quienes
no han tenido reparo en retrasar su horario, volviendo al tiempo pretérito de
la retórica revolucionaria ha sido el sector dominante de Podemos. Parece como
si Pablo Iglesias, ávido de poder y contrariado por no haber sido nominado por la ciudadanía como “gran
timonel” de su futuro, hubiera decidido echarse
a la calle buscando la revuelta popular frente al “camino medio” de la
moderación democrática representado por Errejón. Iglesias añora y revive la izquierda
subversiva de antaño. Sus pronunciamientos públicos no inducen a engaño. Han
vuelto, no a la dinámica de los “indignados” sino mucho más atrás. Resulta
llamativo que una formación que prometía asaltar los cielos a través de las
instituciones, reniegue de ellas por ser “en ocasiones trituradoras de la
dignidad humana”. Es como un revival de “retorno al pasado”, a las barricadas, a
“rodear el Congreso”. Pero, eso sí, pisando moqueta y hemiciclo, aunque en las
formas desprecie y denigre a quienes como él comparten legitimidad y acta
parlamentaria. La acusación de Iglesias
al conjunto de la representación
política sentada en el Congreso, a la que tildó de ser “delincuentes en potencia”, retrata bien al
personaje y a una cultura antisistémica que creíamos desaparecida en las
democracias occidentales.
Iglesias
está fuera de tiempo y fuera de lugar. En el Estado español, hasta los
“modernos” resultan extemporáneos. Sólo nos faltaba acumular una hora más en
nuestro calendario con este paisanaje. Superémosla durmiendo que, al menos así,
ganaremos en descanso. Y eso, en este panorama ya es mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario