Las
discusiones entre padres e hijos en relación al “orden constitucional familiar”
son como el primer estadio de lo que
venimos a determinar generalmente como convivencia. ¿Quién no ha experimentado ese tira y afloja de establecer
el horario de entrada a casa de los
menores durante el fin de semana?. “A
las dos como muy tarde” . “Para eso no salgo”. “Pues no salgas”. “Voy a ser el único. A los demás les dejan
hasta las cinco”. “Pues tú te vienes antes”. “ ¿No querrás que venga solo a
esas horas, no?”. “Pregúntale a tu madre”. “Yo no digo nada”. “Vale. A las
tres”. “¡Que no he dicho!”…
En una
de esas disputas en la que los progenitores muchas veces nos quedamos sin
argumentos (Yo una vez negué a mi hija
la opción de salir porque “hacía frío” –como si no hubiera prendas de abrigo que lo mitigaran-) solemos concluir por aplicar un 155
especial, que en nuestro caso es el artículo treinta y tres; “porque lo digo yo
y punto”. Así, en un debate acalorado y participativo y ante la
perspectiva de que mis tesis comenzaban a quedar en franca minoría, sentencié;
“Tú sabes lo que es la democracia?” –pregunté directamente a quien pretendía salir de verbena-. “Sí” –me
contestó-. “Pues bien –cerré la discusión-. Democracia es lo que no hay en esta
casa. Aquí se hace lo que mando.” Y me quedé tan ancho. Y nome
hicieron, como siempre, ni puñetero caso.
Así que, desde entonces, he dejado de discutir. Voto y punto. Si gano
bien. Si pierdo –casi siempre-, también. Derecho a decidir.
El
domingo pasado fui a votar. En el municipio en el que resido, la plataforma Gure Esku Dago había convocado a
la ciudadanía a participar en un ejercicio práctico sobre el derecho a decidir.
En otras muchas localidades vascas también
se ponían urnas animando a las
personas a “engrasar” la maquinaria
democrática de consultas populares.
Votar no hace daño a nadie. Al contrario, libera emociones y- siempre es saludable.
Cuando GED
comenzó a dar sus primeros pasos tuve dudas razonables sobre su neutralidad e
intenciones. En un país como el nuestro en el que en la vida política hemos
visto casi todo, y en el que ha habido
agentes agitadores que no han dudado en vestirse de lagarterana para llevar el
agua a su molino, lógico es proteger la inocencia con ciertas dosis de desconfianza.
La
prevención es mayor si cabe cuando lo
que se pide es la suma de voluntades, partiendo de la base de que “todos somos
buenos”. Hacer una cadena humana fiándote de la mano de quien tienes al lado
cuando quien te la ofrece bien te podía haber agredido en un pasado reciente
no es plato de buen gusto para nadie. Esa susceptibilidad, provocada por años de
violencia, de actos de intolerancia, de amenazas y de agresiones no es un invento. Existe y supone una barrera
en la convivencia que, poco a poco, deberemos ir superando si queremos construir un nuevo país en plenitud y verdad.
De ahí
se desprende que la intención de los promotores de Gure Esku Dago de favorecer
un entendimiento transversal entre vascos, que más allá de la política
compartiese el derecho humano a decidir, resultase de difícil gestión. Sin embargo, poco a poco, y gracias al
voluntarismo ciudadano y a la dedicación
de sus principales impulsores, GED –Gure
Esku Dago- se fue ganando un especio
bienintencionado de respeto y respaldo.
En lo
que respecta al partido que represento, el PNV, en los últimos años hemos
procurado dejar bien clara nuestra
separación orgánica de dicho movimiento. Alguno lo ha interpretado como un
gesto hostil. Al contrario. Creíamos y creemos
que cualquier vinculación directa
de un partido político con GED contaminaría a dicha plataforma haciendo que
apareciera ante la opinión pública como
una iniciativa sesgada al servicio de intereses partidistas. De ahí que animáramos a nuestra militancia a
que, individualmente y de manera voluntaria,
colaborara, quien así lo estimara con
GED. Pero no vincularíamos nuestras siglas con las del movimiento social. Para no
perjudicarle. Por respeto y seriedad.
Los
movimientos sociales no se improvisan. Ni se inventan artificialmente. Su éxito
radica en reflejar fielmente una demanda
ciudadana. Una reivindicación transversal
a las diferentes ideologías y propuestas políticas. Y el derecho a
decidir se encuentra en ese ámbito. No es una pretensión de nacionalistas o
soberanistas. Es simplemente un principio democrático.
Los
nacionalistas vascos no somos autodeterministas. Nuestro desidiratum va más allá. Surgimos a la acción política
reclamando un Estado vasco en el ejercicio de un sujeto político soberano
llamado Euskadi. Y en ese empeño, desde una práxis posibilista y gradual
llevamos 122 años de dilatada trayectoria.
El derecho a decidir es una formulación
previa. Un mecanismo democrático de respeto a las voluntades de todos.
Los que están a favor y en contra. Los que defienden la independencia de
Euskadi o la unidad de España.
Asentar
ese principio en la colectividad vasca no es tarea baladí. Y ahí he de reconocer el papel de Gure Esku Dago.
Pese a que las consultas populares impulsadas
hayan obtenido una escasa participación del censo, su labor pedagógica y
socializadora de este principio democrático ha resultado encomiable. Es en ese “objeto social” donde su actividad encuentra sentido. Fuera de dicho marco, el movimiento social
sufre y debilita su credibilidad.
La
situación política en Catalunya ha llevado a GED a impulsar, promover y
participar en diversas movilizaciones. Siendo entendible la cercanía y
solidaridad con lo que en Catalunya acontece, creo que ese nuevo activismo desarrollado ha sido una equivocación. Una posición errónea sí porque al hacerlo, y tal vez sin pretenderlo, Gure Esku Dago ha entrado en un terreno de competencia con
los partidos políticos y sindicatos.
La
aspiración de GED de convertirse en un punto de
confluencia de todas las culturas
democráticas se ha desvanecido al comportarse como “uno más” de los
convocantes. Especialmente grave fue el
error de no advertir, en el caso de la última manifestación –la celebrada el
pasado sábado en Bilbao- los reproches
cruzados que las fuerzas
convocantes hacían a un ausente PNV. Los nacionalistas no nos habíamos sumado a la marcha, pese a compartir lema y objetivo, porque desde un principio, formaciones como EH Bildu
y el sindicato ELA buscaron nuestra
exclusión. El PNV había anunciado
que en la reunión de su ejecutiva del pasado lunes, valoraría sumarse a la
movilización. Pues bien, para cuando el EBB comenzó su reunión Otegi, Muñoz y otros portavoces –también el
de GED- ya habían presentado a los
medios de comunicación la convocatoria.
Pese al desaire, el PNV no tomó
aún una postura respecto a la cita. El encarcelamiento de los miembros del Govern
mantuvo viva la posibilidad de que, finalmente los jeltzales compartiéramos
pancarta y marcha con las demás fuerzas contrarias a la aplicación del 155
constitucional. Pero, cuando no se quiere que estés, es mejor no estar.
La víspera
del acto reivindicativo, el carácter unitario de la cita se quebró.
Hasta la rueda de prensa anunciadora
del evento se celebró en la sede de EH Bildu
con su imagen corporativa presidiendo el acto. Y lo que es más grave,
desde las cocinas de la calle Barrainkua, donde el primer sindicato del país
tiene su sede, se había elaborado ya el
texto que el profesor Zallo leería en el ayuntamiento acabada la marcha. En el
mismo, se ponía en duda la viabilidad de
la ponencia parlamentaria de autogobierno y la búsqueda de un nuevo estatus, al
tiempo que se reclamaba romper las relaciones institucionales y los acuerdos políticos que existieran en Euskadi tanto con el PP como
con el Partido Socialista. Un mensaje diáfano con un único destinatario; el
PNV. El partido “traidor” y
“español” cuyos batzokis volvieron a
verse atacados y pintados por los “defensores” de la libertad apenas
veinticuatro horas después de la movilización bilbaína. .
Gure
Esku Dago se quedó entrampada por la estrategia conjunta de EH Bildu y ELA. Su
“buenismo” y “voluntarismo” fue
utilizado – en el peor significado del término- por quienes tienen diseñada una
línea de acción de enfrentamiento con el PNV.
Reconocido el fiasco, he podido apreciar autocrítica
entre sus responsables. Y también cabreo por haberse sentido manipulados,
aunque eso, al señor Muñoz le importe un bledo. Él va a lo suyo. Los demás,
incluido GED, a lo de todos. Lección aprendida.
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