Ana
Mari ha dejado de rezar por mí. Tiene tanta gente por la que dirigir una
plegaria que no tiene tiempo disponible para todos. Además, me ha visto en la
tele, oído en la radio y leído en los periódicos. Por eso sabe que estoy
recuperado y me ha quitado de sus oraciones. Aunque sé que me tiene en gran
estima. Ahora hay otros que necesitan más que yo sus peticiones espirituales. Como ella, he
sabido de gente que ha exprimido su fe en mi protección divina. Y eso me
ha conmovido en algún caso. Tiene guasa.
Un descreído como yo protegido por las oraciones de otros. Me abruma tal hecho
aunque no por ello haya cambiado mi posición religiosa ni mis creencias que
siguen alejadas de cualquier doctrina.
El
cardenal Cañizares, al parecer, ha debido encontrar la razón última de mi
frialdad religiosa. Para él, “no se puede ser independentista y buen
católico". En una entrevista
concedida al periódico “La Razón”, el arzobispo de Valencia aseguraba que la Iglesia debería haber sido "más
clara" contra el "desafío separatista", mostrándose "muy
dolido" porque el 1 de octubre se escondieron urnas del referéndum en
iglesias catalanas. Esconder urnas en las iglesias, ¡qué sacrilegio!. Poco
menos que una blasfemia.
Me preocupa esa sensación casposa de la españolidad que se
está instalando por doquier en el Estado. Ni el gol de Iniesta en el mundial de
Sudáfrica fue tan catalizador del sentimiento “patrio” y eso que el fútbol
plagó de enseñas rojigualdas las ciudades y pueblos de España. Ahora, quizá como reacción al “procés”
catalán se ha movilizado como nunca lo había hecho un nacionalismo
supremacista tosco y faltón. Un “orgullo
patrio” de argumentos escasos y sobredosis de genitalina.
Ese clima de exaltación de la españolidad tiene como
consecuencia reconocible el auge de
Ciudadanos en las encuestas
demoscópicas. Se trata del
ascenso de un partido sin ideología ni programa. Una organización envuelta en una bandera. La nueva Falange que
está aprovechando la crisis institucional del Estado para encauzar el malestar
social por ella generada en una especie de cruzada identitaria a la reconquista
de España.
El patrioterismo español reverdecido no solo ha puesto sus
dardos y su ira contra Catalunya. A las
primeras de cambio, el Concierto Económico Vasco se ha convertido en
centro de sus críticas. A la ya habitual
monserga de quienes, desde la esfera institucional hablan de
agravio y sin ningún rigor afirman que Euskadi esta
“sobrefinanciada”, se les ha unido un coro mediático al que muy poco le importa
transgredir la frontera entre verdad y mentira bordeando, en muchos casos, lo
querellable.
Tal es el caso de Federico Jiménez Losantos quien en el
diario “El Mundo” se permitía decir que “los derechos históricos de los
territorios forales son una forma del 'impuesto revolucionario' que los
empresarios pagaban a la ETA y los constituyentes pagaron en forma de ventajas
fiscales para que el PNV se alejara de la ETA y UPN alejara a Navarra del
separatismo vasco. Pero, dada la deslealtad congénita del separatismo y el
carácter fatalmente insolidario del Estado de las autonomías, lo que ha pasado
es que UPN desembocó en un nacionalismo navarro, hermano anexionable del vasco,
y el PNV nunca dejó de apoyar a la ETA porque gracias a sus asesinatos, a la
tala de árboles humanos españoles, recogía las nueces de los privilegios
económicos y pagaba lo que quería, o sea, la mitad de lo que debía”.
No es entendible cómo la fiscalía, tan sensible a perseguir
a quienes en las redes sociales exaltan el odio o enaltecen conductas
violentas, no actúe con la misma contundencia
contra quien calumnia tan groseramente en las páginas de
papel de un periódico.
Pero que decir del
citado medio de comunicación si el jefe de su sección de opinión se permitía
publicar tras la sesión de control del Congreso de los diputados que "el
privilegio vasco y navarro es el único supremacismo consagrado expresamente por
la Constitución. Qué le vamos a hacer, dirán los patrios, si en aquellos años
ETA ponía cien muertos al año encima de la mesa de negociación".
La “caverna” siempre nos ha acostumbrado a los excesos y a
la identificación de lo vasco con el terrorismo en una asociación de ideas
perversa y malintencionada. A lo que no estábamos tan acostumbrados es a
escuchar voces supuestamente progresistas
participando en ese festín de tiro al blanco contra el nacionalismo
vasco y catalán.
Almudena Grandes, portento literario y significada
escritora de eso que se llama la
“izquierda” nos sorprendía los pasados días con un comentario impropio de su trayectoria y de su fama.
“Celebro –decía la escritora- que nos atrevamos a decir en voz alta lo
evidente, que el concierto vasco es injusto, pero España sigue pareciéndose
demasiado a un cuarto de estar en el que los adultos susurran para que los
niños no oigan lo que dicen. Si, como parece, ya se puede hablar de todo,
deberíamos olvidarnos de una vez de fueros y derechos históricos. Ya sé que el
día que explicaron el siglo XIX ningún político español fue a clase, pero les
recuerdo que los carlistas nunca ganaron una guerra. Y si es por el peso de la
Historia, Castilla, León y Aragón tendrían muchos más derechos que reclamar,
aunque sólo sea porque se inventaron este país. Los padres de la Constitución
trabajaron bajo mucha presión y optaron casi siempre por el corto plazo. En
1978, cuando ETA era el principal problema de los españoles, la discriminación
fiscal positiva para Euskadi y Navarra fue una buena solución. Ahora sólo es un
ejemplo de que no basta con reformar la Constitución. Algún día alguien se
atreverá a decir en voz alta que hay que hacerla de nuevo, y más vale que sea
pronto”.
Todo este magma involutivo se prodiga mientras, de la mano de Pedro Sánchez se
impulsa una comisión parlamentaria
tendente a promover una reforma constitucional. Las prisas por poner en marcha
este procedimiento deben encontrarse en
el interés socialista por contrapesar
con una acción propositiva su apoyo decidido a la aplicación del 155 en
Catalunya. Y es precisamente esa excepcionalidad intervencionista, unida a la
música involutiva, la que aconseja huir
de cualquier prisa o cortoplacismo en el estudio de la reforma
constitucional.
Por eso no hay representantes de los partidos catalanes, Podemos o el PNV
en la comisión auspiciada por Sánchez.
Porque de procederse en este momento a modificar la Carta Magna
española, existen muchos boletos de que
el cambio fuese a peor, o lo que es lo mismo, a una nueva articulación del
Estado más centralista y menos
respetuosa, si cabe, con las realidades nacionales de Euskadi y
Catalunya.
Hasta el “federalismo” esgrimido por los socialistas suena a
amenaza uniformadora. Porque aunque
desde Ferraz se invoque a la necesidad de respeto a los “hechos diferenciales”, el jacobinismo amparado por la “igualdad de derechos de la
ciudadanía” que exhiben las baronías socialistas nos lleva a un modelo de tabla
rasa, de café para todos en la nueva estructura legal que se pretende. Y eso
sin contar con la subasta de españolidad
que pueda producirse entre el PP y sus primos de Rivera.
Todo esto ocurre sin que EH Bildu haya sabido rectificar su
torpe actuación en el Congreso en relación al Concierto-Cupo. Iñarritu pudo en
el Senado enmendar su error de debilitar la posición vasca en una materia
sustancial para el autogobierno de nuestro país. Pero no, certificó la
abstención para escarnio de propios y
alegría de extraños. Hubiéramos entendido la crítica y hasta el voto contrario en casa, en las
instituciones vascas. Pero abstenerse en Madrid ha sido una irresponsabilidad
difícil de olvidar.
La última propuesta de EH Bildu al PNV de abrir nuevos
espacios de colaboración para garantizar la estabilidad y gobernabilidad de
Euskadi, ha llegado, como suele ser habitual, tarde y con escasa fiabilidad. Tarde, porque el
anuncio se producía tras romper las negociaciones presupuestarias en la
Comunidad Autónoma Vasca. Y de escasa credibilidad ya que la mano tendida
acababa de abofetear al gobierno vasco en su primer aniversario de coalición
por, en palabras de Iriarte, “plegarse a los partidos del 155”. De todas
maneras, el PNV ha asegurado que la oferta de EH Bildu “no caerá en saco
roto”. Los nuevos vientos involutivos en
el Estado aconsejan fortaleza y acuerdo en Euskadi. Algo que hoy en día ha sido
imposible. Seguro que por eso hay ya más de uno y más de dos, que reza por
nosotros. Para que, a pesar de todo,
seamos capaces de salir adelante. “Ora pro nobis”.
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