sábado, 2 de diciembre de 2017

ORA PRO NOBIS


Ana Mari ha dejado de rezar por mí. Tiene tanta gente por la que dirigir una plegaria que no tiene tiempo disponible para todos. Además, me ha visto en la tele, oído en la radio y leído en los periódicos. Por eso sabe que estoy recuperado y me ha quitado de sus oraciones. Aunque sé que me tiene en gran estima. Ahora hay otros que necesitan más que yo  sus peticiones espirituales. Como ella, he sabido de gente que ha exprimido su fe en mi protección divina. Y eso me ha  conmovido en algún caso. Tiene guasa. Un descreído como yo protegido por las oraciones de otros. Me abruma tal hecho aunque no por ello haya cambiado mi posición religiosa ni mis creencias que siguen alejadas de cualquier  doctrina.

El cardenal Cañizares, al parecer, ha debido encontrar la razón última de mi frialdad religiosa. Para él, “no se puede ser independentista y buen católico".  En una entrevista concedida al periódico “La Razón”, el arzobispo de Valencia aseguraba que  la Iglesia debería haber sido "más clara" contra el "desafío separatista", mostrándose "muy dolido" porque el 1 de octubre se escondieron urnas del referéndum en iglesias catalanas. Esconder urnas en las iglesias, ¡qué sacrilegio!. Poco menos que una blasfemia.

Me preocupa esa sensación casposa de la españolidad que se está instalando por doquier en el Estado. Ni el gol de Iniesta en el mundial de Sudáfrica fue tan catalizador del sentimiento “patrio” y eso que el fútbol plagó de enseñas rojigualdas las ciudades y pueblos de España.  Ahora, quizá como reacción al “procés” catalán se ha movilizado como nunca lo había hecho un nacionalismo supremacista  tosco y faltón. Un “orgullo patrio” de argumentos escasos y sobredosis de genitalina.

Ese clima de exaltación de la españolidad tiene como consecuencia  reconocible el auge de Ciudadanos en las encuestas  demoscópicas.  Se trata del ascenso de un partido sin ideología ni programa.  Una organización  envuelta en una bandera. La nueva Falange que está aprovechando la crisis institucional del Estado para encauzar el malestar social por ella generada en una especie de cruzada identitaria a la reconquista de España.

El patrioterismo español reverdecido no solo ha puesto sus dardos  y su ira contra Catalunya. A las primeras de cambio, el Concierto Económico Vasco se ha convertido en centro  de sus críticas. A la ya  habitual  monserga de quienes, desde la esfera institucional hablan de agravio  y sin  ningún rigor afirman que Euskadi esta “sobrefinanciada”, se les ha unido un coro mediático al que muy poco le importa transgredir la frontera entre verdad y mentira bordeando, en muchos casos, lo querellable.

Tal es el caso de Federico Jiménez Losantos quien en el diario “El Mundo” se permitía decir que “los derechos históricos de los territorios forales son una forma del 'impuesto revolucionario' que los empresarios pagaban a la ETA y los constituyentes pagaron en forma de ventajas fiscales para que el PNV se alejara de la ETA y UPN alejara a Navarra del separatismo vasco. Pero, dada la deslealtad congénita del separatismo y el carácter fatalmente insolidario del Estado de las autonomías, lo que ha pasado es que UPN desembocó en un nacionalismo navarro, hermano anexionable del vasco, y el PNV nunca dejó de apoyar a la ETA porque gracias a sus asesinatos, a la tala de árboles humanos españoles, recogía las nueces de los privilegios económicos y pagaba lo que quería, o sea, la mitad de lo que debía”.

No es entendible cómo la fiscalía, tan sensible a perseguir a quienes en las redes sociales exaltan el odio o enaltecen conductas violentas, no actúe con la misma contundencia  contra  quien  calumnia tan groseramente en las páginas de papel de un periódico.

Pero que decir  del citado medio de comunicación si el jefe de su sección de opinión se permitía publicar tras la sesión de control del Congreso de los diputados que "el privilegio vasco y navarro es el único supremacismo consagrado expresamente por la Constitución. Qué le vamos a hacer, dirán los patrios, si en aquellos años ETA ponía cien muertos al año encima de la mesa de negociación".

La “caverna” siempre nos ha acostumbrado a los excesos y a la identificación de lo vasco con el terrorismo en una asociación de ideas perversa y malintencionada. A lo que no estábamos tan acostumbrados es a escuchar voces supuestamente progresistas  participando en ese festín de tiro al blanco contra el nacionalismo vasco y catalán.

Almudena Grandes, portento literario  y significada  escritora de eso que se llama  la “izquierda” nos sorprendía los pasados días con un comentario  impropio de su trayectoria y de su fama.

“Celebro –decía la escritora-  que nos atrevamos a decir en voz alta lo evidente, que el concierto vasco es injusto, pero España sigue pareciéndose demasiado a un cuarto de estar en el que los adultos susurran para que los niños no oigan lo que dicen. Si, como parece, ya se puede hablar de todo, deberíamos olvidarnos de una vez de fueros y derechos históricos. Ya sé que el día que explicaron el siglo XIX ningún político español fue a clase, pero les recuerdo que los carlistas nunca ganaron una guerra. Y si es por el peso de la Historia, Castilla, León y Aragón tendrían muchos más derechos que reclamar, aunque sólo sea porque se inventaron este país. Los padres de la Constitución trabajaron bajo mucha presión y optaron casi siempre por el corto plazo. En 1978, cuando ETA era el principal problema de los españoles, la discriminación fiscal positiva para Euskadi y Navarra fue una buena solución. Ahora sólo es un ejemplo de que no basta con reformar la Constitución. Algún día alguien se atreverá a decir en voz alta que hay que hacerla de nuevo, y más vale que sea pronto”.

Todo este magma involutivo se prodiga  mientras, de la mano de Pedro Sánchez se impulsa  una comisión parlamentaria tendente a promover una reforma constitucional. Las prisas por poner en marcha este procedimiento  deben encontrarse en el interés socialista por  contrapesar con una acción propositiva su apoyo decidido a la aplicación del 155 en Catalunya. Y es precisamente esa excepcionalidad intervencionista, unida a la música involutiva, la que aconseja huir  de cualquier  prisa  o cortoplacismo en el estudio de la reforma constitucional.

Por eso no hay representantes  de los partidos catalanes, Podemos o el PNV en la comisión auspiciada por Sánchez.  Porque de procederse en este momento a modificar la Carta Magna española,  existen muchos boletos de que el cambio fuese a peor, o lo que es lo mismo, a una nueva articulación del Estado más centralista y menos  respetuosa, si cabe, con las realidades nacionales de Euskadi y Catalunya.

Hasta el “federalismo” esgrimido por los socialistas suena a amenaza  uniformadora. Porque aunque desde Ferraz se invoque a la necesidad de respeto a  los “hechos diferenciales”, el jacobinismo  amparado por la “igualdad de derechos de la ciudadanía” que exhiben las baronías socialistas nos lleva a un modelo de tabla rasa, de café para todos en la nueva estructura legal que se pretende. Y eso sin contar con la subasta  de españolidad  que pueda producirse  entre el PP y sus primos de Rivera.

Todo esto ocurre sin que EH Bildu haya sabido rectificar su torpe actuación en el Congreso en relación al Concierto-Cupo. Iñarritu pudo en el Senado enmendar su error de debilitar la posición vasca en una materia sustancial para el autogobierno de nuestro país. Pero no, certificó la abstención para escarnio de propios y  alegría de extraños. Hubiéramos entendido la crítica  y hasta el voto contrario en casa, en las instituciones vascas. Pero abstenerse en Madrid ha sido una irresponsabilidad difícil de olvidar.

La última propuesta de EH Bildu al PNV de abrir nuevos espacios de colaboración para garantizar la estabilidad y gobernabilidad de Euskadi, ha llegado, como suele ser habitual, tarde  y con escasa fiabilidad. Tarde, porque el anuncio se producía tras romper las negociaciones presupuestarias en la Comunidad Autónoma Vasca. Y de escasa credibilidad ya que la mano tendida acababa de abofetear al gobierno vasco en su primer aniversario de coalición por, en palabras de Iriarte, “plegarse a los partidos del 155”. De todas maneras, el PNV ha asegurado que la oferta de EH Bildu “no caerá en saco roto”.  Los nuevos vientos involutivos en el Estado aconsejan fortaleza y acuerdo en Euskadi. Algo que hoy en día ha sido imposible. Seguro que por eso hay ya más de uno y más de dos, que reza por nosotros. Para que, a pesar de todo,  seamos capaces de salir adelante. “Ora pro nobis”.

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