Se
llamaba Inocencio Alonso García. Tenía cincuenta y un años y era servidor público. Perdió la vida
defendiendo el derecho a la seguridad de
quienes pretendían asistir a un partido de fútbol frente a la violencia insolente y gratuita de grupos organizados de
bestias que convirtieron las inmediaciones de San Mamés en una batalla campal.
Allí, un infarto se llevó la vida de un
ertzaina que cumplía con su deber de proteger y amparar a la ciudadanía de la
barbarie y el terror desplegado por unos
inadaptados sociales a los que el estado
de derecho deberá perseguir, detener y
poner a disposición de la justicia.
No cabe
más lectura de unos acontecimientos trágicos, provocados e injustificables.
Reconocimiento y solidaridad con la víctima. Dolor compartido por una pérdida
irreparable. Consternación por el comportamiento insoportable y criminal de los energúmenos de aquí y de
allí. Necesidad de justicia y de
reparación. De que no se vuelva a repetir. Y desprecio absoluto para con los
que han pretendido contextualizar la tragedia, eludiendo la autocrítica y la condena
de los fanáticos propios, y de quienes han pretendido igualmente utilizar a una
víctima como ariete de sus intereses,
obsesiones y revanchas.
Expresar
en caliente las reflexiones que
propician una noticia tan trágica como la muerte de Inocencio no suele ser lo
más acertado. Pero transcurridos unos días he de señalar que contemplando con
perspectiva determinadas reacciones me
asquea aún más la indignidad demostrada por colectivos e individuos en relación a esta triste calamidad.
No
soporto ni un minuto más que nadie, y
mucho menos los imbéciles del “norte” pretendan contraponer la muerte de Inocencio Alonso con la de Iñigo
Cabacas. Resulta intolerable, un insulto a la dignidad humana y a la
inteligencia confrontar ambas víctimas. Como
si reivindicar justicia para una de ellas supusiera justificar la existencia de la otra.
Hay que
estar muy enfermo para poner en marcha este automatismo. Y, por
desgracia, tal trastorno delirante se produce en no pocos espectadores de la denominada “grada de animación”
de San Mamés. Un grupo de individuos
inadaptados, que socios o no, deberían ser identificados, reconocidos por el
Athletic club y ser desterrados a no
volver a pisar este estadio. De por vida. Recalcitrantes que aún hoy, cuando han demostrado su talante
más intolerante, siguen siendo
amparados, entendidos o tolerados por una izquierda abertzale a la
que más le valiera, por higiene y regeneración democrática, volcarlos al vertedero, a la planta de
tratamiento mecánico-biológico.
Si
consternación indisimulada me producen
estos bárbaros, la carroñería que una
vez más han demostrado determinados dirigentes
sindicales policiales no me ha generado menor indignación. Resulta insoportable escuchar los argumentos de quienes se dicen representantes de los ertzainas,
mezclando y manipulando lo ocurrido a mayor gloria de sus intereses de lobby. Funcionarios
que parecen haber olvidado –si alguna vez la tuvieron- la vocación
policial exigida en su puesto para situarse abiertamente en la crítica a todo. A los
dirigentes gubernamentales, a los políticos, al modelo policial…Carroñeros que
no han dudado ni un minuto para, con el
cuerpo aún presente de un policía recién fallecido en acto de servicio ,
hacer de su muerte un ariete con el que
golpear al Departamento de Seguridad. No seré yo quien diga que no hay carencias en la gestión de un
colectivo de 8000 agentes o que la gestión interna se podría mejorar. No. Pero
de ahí a pregonar como se ha hecho que
“hay responsabilidades políticas” en la
trágica muerte de Inocencio Alonso, es un exceso, una salida de tono que bien merecería una respuesta, bien en
tribunales o en el ámbito administrativo a modo de expediente. Pero la incontinencia verbal del líder del
sindicato ERNE, Roberto Seijó no se ha
quedado ahí. Su clímax de la provocación llegó en la protesta organizada ante
el Parlamento Vasco el pasado jueves, en la que llegó a afirmar que el modelo
policial diseñado por el Departamento de
Seguridad "está matando a la gente".
Al
secretario general de ERNE le asiste el derecho a la libertad de expresión,
pero en el ejercicio de ese derecho también deberá asumir que cuando se
producen excesos, cuando permanentemente se pone bajo sospecha la
actuación profesional de la policía
–“chapucera”- , cuando una y otra vez se cuestiona la capacitación o los protocolos de seguridad
bajo una crítica política indefendible
en un estamento policial, también deberán asumirse responsabilidades. Internas
y externas.
La gota
que ha rebosado el vaso ha sido el llamamiento que el representante del
sindicato corporativo de la Ertzaintza ha hecho a secundar una huelga soterrada
(la huelga no está permitida en los cuerpos policiales) en la Brigada Móvil en
coincidencia con el próximo partido de
fútbol europeo en San Mamés. Ante la
ilegalidad de un paro, Seijó y los suyos han amenazado con bajas médicas
masivas de los agentes en un chantaje
intolerable que pone en solfa no solo la voluntad de servicio público que toda policía debe tener sino el
compromiso debido que ésta tiene con la legalidad y la protección de la
seguridad de la ciudadanía. Incumplir a sabiendas una obligación legal, y la
defensa de la seguridad es un deber de toda policía, tiene en el código penal
una reserva llamada “prevaricación”. Apúntese el señor Seijó y los que le
sigan el juego tal precepto.
Actitudes
como ésta, el cuestionamiento permanente
de la imagen de la Ertzaintza que abandera su sindicato hacen que esta institución comience a perder una parte de la confianza que la sociedad en
su conjunto había llegado a tener en este cuerpo policial propio. Y esa deriva
debe ser detenida.
No
niego a los sindicatos policiales la
defensa de los intereses de los trabajadores
que representan. Lo que no acepto es que sindicatos como ERNE se planteen
ejercer su mayoría a modo de contrapoder
interno en un papel que ni les corresponde ni están legitimados para ello.
La misma responsabilidad que reclamo de ERNE exijo
de otros dirigentes sindicales como los de
ESAN quienes han acusado a los responsables del departamento de Seguridad de
mentir en relación al operativo
desarrollado en Bilbao en el partido de fútbol del Spartak de Moscú.
Irresponsables “voceros” que lanzaron a
los medios de comunicación – a modo de insidiosa denuncia- la prolongada jornada laboral desarrollada por
el ertzaina fallecido a sabiendas de los protocolos acordados
vinculados a las jornadas laborales. Protocolos que en el caso de la Brigada
Móvil determinan los retenes, guardias, el tiempo presencial en la base de la
unidad, etc.
En el
ámbito organizativo interno de la Policía Vasca se está produciendo una especie
de subasta sindical mal entendida en la
que organizaciones corporativas están
invadiendo un terreno que no le es
propio; la acción política (fue el Parlamento Vasco, nadie más quien instó al
Gobierno vasco en abril de 2015 “a la restricción inmediata y sustitución
definitiva de las escopetas lanzapelotas y de las pelotas de goma por otros
medios antidisturbios menos dañinos para las personas”).
Conocedores
de que la policía, como garante de la seguridad
de la ciudadanía es un elemento sensible para la opinión pública,
algunos sindicatos, por interés propio en lugar de en defensa del interés
general, están conduciendo a la
Ertzaintza a un cuestionamiento general
que puede tener gravísimas consecuencias.
Nadie
niega que en la Ertzaintza haya problemas y deficiencias que son necesarias solucionar. Se trata de un colectivo humano numeroso, con un nivel de envejecimiento
notable. Con relaciones laborales
complicadas y envueltas en recursos
judiciales interminables. Con desafíos nuevos y viejos que abordar con
eficacia. Muchos retos y difíciles de comprometer, sobre todo en tiempos de
crisis. Pero, cualquier solución pasa por el diálogo, por la incorporación de medios
materiales y recursos humanos en la gestión. Pero sin carroñerismo sindical o político. Sin que nadie pretenda
utilizar a las víctimas como elementos
de presión o de discordia. Porque en esa utilización particular, las víctimas
siempre pierden. Siempre han perdido. Lo han hecho, aunque no sean conscientes
de ello, los familiares de Iñigo Cabacas y, si alguno sigue insistiendo en
utilizar la muerte en acto de servicio de Inocencia Alonso, lo serán también los
próximos y allegados del agente
trágicamente fallecido quienes
sufran más daño. No más carroñeros. No
los necesita la Ertzaina ni el país en su conjunto.
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