El diapasón, por fin, marca un tono reconocible. Mejor dicho, mucho más perceptible por el oído humano. Los ruidos pasados, nutridos de hipérbole y disparate, parecen haber cedido temporalmente y es que, ya se sabe, cuando la voluntad de la gente se expresa de manera nítida, no hay lugar para la impostura o la falsa interpretación. Y, una vez más ha quedado demostrado que no quien más chilla tiene mayor razón.
Sin embargo, no cantemos victoria. La acción política está gravemente enferma en el Estado español. Hay una falta de diálogo preocupante. Un sectarismo de enervar y una irresponsabilidad palmaria a la hora de cumplir con la voluntad expresada por la ciudadanía a través de los votos. Porque la gente vota para que sus inquietudes sean tenidas en cuenta, para que sean útiles. No para levantar barreras, formalizar vetos o impedir buscar soluciones a los problemas que le afectan. Y quien utiliza su representación para eso, para multiplicar por cero la influencia de la gente, terminará por pagar caro su afán destructivo.
Sea como fuere, el veredicto electoral de abril ha traído como primera consecuencia, aunque sea solo formalmente, una tregua en la encarnizada lucha por el voto. Y en esa calma se está desarrollando la actual campaña que engloba, en nuestro caso, tres elecciones; municipales, forales y europeas.
De los grandes discursos hemos pasado a la letra pequeña. De las “cosas de la política” a la “política de las cosas”. En esta clave, cada cual presenta en el escaparate público sus mejores propuestas. Aparcamientos, carreteras, bidegorris, parques, viviendas, medios de transportes, seguridad, etc.
La gran mayoría de las formaciones que se presentan a estos comicios han hecho un importante esfuerzo de escucha a la ciudadanía, un estudio de alternativas e ideas, un contraste económico y, finalmente una decantación de propuestas para que, finalmente, los vecinos y vecinas, opten y apoyen a quienes, a su juicio, mejor les representará en sus gobiernos locales.
Ni que decir tiene que, como todo en la vida, entre las ofertas que hoy ven la luz las hay más rigurosas que otras. Medidas efectivas y efectistas. Soluciones de marketing e insólitas. Posiciones compartidas y enfrentadas. Un poco de todo, como en botica. Sin embargo, y con carácter general, creo necesario reconocer el valor propositivo de las formaciones políticas. Es mucho más provechoso para todos debatir sobre lo que se puede no se puede hacer que enzarzarse en la descalificación y el insulto.
Un segundo ámbito de reconocimiento que quisiera expresar en este tiempo es la vocación de compromiso que todavía podemos reconocer entre las formaciones políticas.
Corren tiempos duros para el voluntariado. El individualismo, la comodidad, la despiadada crítica que en torno a la gestión pública se ha venido en divulgar injustamente, hacen que cualquier implicación personal en proyectos representativos entre en crisis. Y esto no solo ocurre en el mundo político. También en el universo asociativo, deportivo o cultural. Cada vez es más difícil renovar los equipos directivos de cualquier entidad. Y si la reorganización se relaciona con la representación institucional, el problema se agrava. Luchar contra el “todos son iguales” o “algo buscará” es función que deberíamos perseguir sin complejos. Sin embargo, en demasiadas ocasiones –buscando posiciones de ventaja respecto al adversario- cometemos el error y la torpeza de alimentar el descrédito general a la política. Por eso es necesario reconocer el valor que tiene la decisión de centenares de hombres y mujeres de formar parte de candidaturas. Ellos y ellas nos reconcilian con el valor supremo de la acción política como servicio a la colectividad.
Solo una parte de este colectivo terminará por resultar elegido. Y se someterán al microscopio de la transparencia para dejar en evidencia su ausencia de contaminación con intereses espurios.
Deberán asumir que serán concejales, alcaldes, junteros… cargos públicos en definitiva, los 365 días del año y las 24 horas de cada día. Cargos públicos en el permanente escaparate y al servicio del bien común. Quizá mucha gente no lo entienda, pero ser un electo no es ninguna bicoca. Porque la mayoría de las acusaciones que se hacen en su contra son rotundamente falsas e injustas. Como que dispondrán de privilegios como la pensión permanente. O que cobran sueldos desorbitados.
Nadie se para a pensar en el tiempo personal o familiar que todos ellos dedican a enfrentarse a los asuntos comunes. Ni se tienen en cuenta los problemas profesionales que una dedicación pública puede acarrear al historial laboral interrumpido del responsable público.
La vocación de servicio público es una virtud que nos deja pequeñas historias que deberían ser conocidas para que juzgáramos en su justa medida el valor social de muchos de quienes nos han gobernado. Relataré una vivencia auténtica. Y lo haré señalando a un alcalde que no volverá a presidir su municipio ya que ha considerado oportuno hacerse a un lado y recuperar parte de su vida como uno más.
Andoni jamás pensó en que llegaría a ser alcalde. Nunca especuló en entrar en el ayuntamiento. Lo hizo de rebote. Había sido presidente de la junta municipal de su partido (el PNV) y en tan puesto, junto al resto de compañeros de ejecutiva local y de acuerdo a las decisiones de la asamblea, habían decidido ya una candidatura que presentar a las elecciones municipales. Querían promover un cambio en su municipio. Y creían que tenían la mejor alternativa. Sin embargo, por diversas razones, aquella propuesta se desvaneció en las vísperas de cumplir legalmente para certificar las candidaturas. No había recambio, ni previsión de sustitución. De la noche a la mañana, forzado por los acontecimientos, Andoni tuvo que asumir en primera persona ser candidato. Eso le obligó a muchas cosas, entre ellas, a romper con su actividad laboral. Armado de entusiasmo, acompañado por un equipo solidario, dedicó todas sus fuerzas a escuchar a la gente. Rompió la incomunicación que desde el ayuntamiento se había creado y diciendo y buscando la verdad, por sorpresa, ganó las elecciones. Andoni ha sido alcalde de Basauri durante ocho años.
En aquella campaña electoral un tanto improvisada, hasta Andoni se acercó un militante nacionalista de esos que se merecen un premio. Alguna vez le he sacado a bailar en estos comentarios publicados. En el pueblo le conocemos como “Fon”, aunque a algunos nos permite denominarle cariñosamente como “Potasio”.
Fon se aproximó un día hasta donde estaba Andoni para mostrarle todo su apoyo. En aquel encuentro le pronosticó que sería alcalde. “Y cuando eso pase, te visitaré en tu despacho municipal y te pediré una cosa”.
La intriga se resolvió el primer día que Andoni ocupó su puesto en el ayuntamiento. Al llegar a las instalaciones, la secretaria le anunció que “en el pasillo hay una persona que quiere estar contigo, y dice que habíais quedado”. Andoni se asomó y se encontró con aquel hombre entrañable. Le identificó al momento , rebosante de calor humano. Tanto por su camiseta desabrochada como por su sonrisa fácil. Alfonso, que así se llama de verdad, le dijo entonces, “solo te quitaré dos minutos”. Andoni, un recién llegado a la Administración temió la demanda que había prometido hacerle. En la campaña había escuchado tantas peticiones de la gente que dudó en que pudiera responder satisfactoriamente.
La visita fue breve. Menos de los dos minutos anunciados. Andoni le acompañó hasta su oficina y el hombre ni tan siquiera se sentó. Se dirigió a una ventana y señalando las casas y en entorno de la plaza de Arizgoiti le dijo; “Lo ves. Es tu pueblo”. “Una cosa te dije que te pediría y es la siguiente. Es tu pueblo. Quiérelo y cuida de él. Nada más”. Y como llegó se fue.
Andoni Busquet cuenta emocionado el sucedido y señala a quien le quiera escuchar que en los ocho años de alcalde ha tenido siempre presente aquella petición; “Es tu pueblo. Quiérelo y cuida de él”.
Eso es, exactamente, lo que debe movernos a la hora de elegir el próximo domingo a quienes nos vayan a representar en ayuntamientos, diputaciones y Parlamento Europeo.
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