No tuve duda al interpretar que aquella tristeza respondía al homenaje organizado por su familia para con su benemérito abuelo. Habían decidido llevar hasta el bosque, convertido antaño en campo de batalla, las cenizas de aquel combatiente, fallecido longevamente hace unas semanas. Y en un recóndito paraje, esparcir el polvo en el que se había convertido el antiguo miliciano.
.-¿Ha sido duro? –le pregunté dando por hecho una respuesta afirmativa-
.- Por su puesto –me dijo-. Nunca hubiera pensado lo traumático que puede llegar a ser una experiencia como esta.
Pretendí quitar hierro a la situación aconsejándole que cuanto antes superara el duelo y pensara en su aitona en clave positiva. “Recuérdale en los buenos momentos que habéis compartido. Quédate con ellos, con sus consejos, sus historias…”
Me interrumpió bruscamente. “Ya lo intento pero es que, las vivencias del otro día me impiden pensar en otra cosa. Fue muy duro. Muy desagradable.
Creí que exageraba pero no iba a ser yo quien cuestionara el grado de aflicción ante un trance tan especial. Pero “¿desagradable”?. No entendía por qué calificar de esta manera una despedida. Enseguida acerté a entenderlo.
“Llegamos al punto convenido. Idílico. Naturaleza pura. Sonó un txistu. Afloraron las lágrimas. Y en el momento que me disponía a verter las cenizas de la urna para que se mezclaran con el entorno, se levantó una racha de viento infernal. Fue como una premonición. El polvo de la cremación empujado por el torbellino nos sacudió a todos los presentes. A unos les entró en los ojos, en la ropa, en la nariz. Yo, que no tuve tiempo a cerrar la boca, me comí más de cien gramos de gudari. ¿Desagradable? Desagradable es poco decir. Me siento como un caníbal”.
Asistimos a una larga temporada en la que EH Bildu se viene afanando por aparecer ante la sociedad vasca como una formación nueva, centrada y con aire moderado. Una nueva imagen que pretende, permítanme la expresión, comerse al PNV.
El PNV es su adversario genuino. El centro de su frustración. Entre otras razones porque la trayectoria histórica de los jeltzales en Euskadi le ha permitido al PNV acuñar una “marca” genuina. Una “marca” asociada con el buen gobierno, la cercanía y la defensa democrática de los intereses comunes.
El respaldo electoral que acompaña al PNV en el ámbito municipal y territorial no es fruto de un día. Es, básicamente, el resultado de una política de “sirimiri”, de gestión diaria, cotidiana, que impregna y cala el conjunto del mapa vasco. Eso le está permitiendo al PNV mantener un ámbito de influencia institucional muy potente, como no se había visto en el conjunto del último tracto democrático. La instantánea de hoy contempla 1017 concejales y 120 alcaldes en la Comunidad Autónoma Vasca. 3 alcaldes y 24 concejales en la Comunidad Foral de Navarra. 54 apoderados en las distintas Juntas Generales. 28 parlamentarios vascos, 3 parlamentarios navarros, 6 diputados a cortes, 10 senadores, 1 eurodiputada. Y los gobiernos -diputaciones- de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa así como el ejecutivo autónomo de Gasteiz con su lehendakari a la cabeza. Una foto poderosa que, probablemente, cambiará y con mayor respaldo tras las elecciones del próximo domingo 26.
La hoy “Izquierda independentista”, que voluntariamente a renunciado a autodenominarse “abertzale”, es la segunda formación política del país en lo que a cotas de poder –y respaldo popular- se refiere. Su vocación, lógica y legítima es derrotar al PNV, superarle y sustituirle.
Con ese afán y aires renovados retornaron al marco democrático gracias al abandono por parte de ETA de la actividad violenta y con la refundación en Sortu tras la ilegalización provocada por ley. Fue en ese momento, en la efervescencia del retorno institucional, cuando los herederos de Herri Batasuna, estuvieron más cerca de su objetivo de hacer posible el “sorpasso” al PNV. Su pujanza electoral resultó notable, especialmente en Gipuzkoa, donde la fuerza de los votos les condujo hasta el liderazgo en el ayuntamiento de Donostia (y en otros muchos) y en la Diputación Foral.
Aquel momento, que pudo ser de inflexión para relanzar a EH Bildu, sirvió como para todo lo contrario. Fue la gestión, el gobierno, el “estrés test” que confirmó que la Izquierda “independentista” no estaba preparada, ni madura para dar el salto. Sus modos autoritarios de ejercer el poder, la falta de cultura democrática, la imposición y la ausencia de contraste con la realidad provocaron que, en el corto espacio de cuatro años, la misma sociedad que les había aupado, les bajara del pedestal horrorizada por el modelo despótico al que había sido sometida.
Desde entonces, EH Bildu sigue buscando su camino. Hace apenas cuatro años, pretendieron prosperar minando el prestigio del adversario. Creían que ensuciando el nombre del PNV - el “partido del negocio vasco”- acabarían con él. Erraron en su pretensión. Ahora, Otegi ha anunciado que volverán a la carga con la “corrupción jeltazle”. En paralelo, como complemento al barro, la formación que lidera Otegi ha escenificado su enésima operación de imagen. Un “lifting” en toda regla. Con liposupción y botox incluida. Y sin escrúpulos a la hora de sumar sus fuerzas con el PP de Alonso y Casado en las sesiones ordinarias del Parlamento Vasco.
Para alguien que se ha pasado toda la vida denostando a la autonomía, que la combatía porque era una “postración”, una “rendición” ante el Estado español, tiene que ser desagradable, ahora, convertirse en aguerrido defensor de sus instituciones y de su margen de autogobierno. Comprendo que haya formaciones políticas que pretendan “reinsertarse” emulando posiciones de moderación que hasta hace bien poco censuraron e incluso asediaron con la intolerable presión de la fuerza. Pase que sus promotores nos tengan por amnésicos y que, atendiendo al principio de cautela, no se denuncie la impostura para comprobar si el aggionamento de la radicalidad es o no auténtico. Sin embargo, la realidad cotidiana, no los titulares que aparecen en los medios de comunicación, demuestra que el giro estratégico interpretado por la “izquierda independentista” no termina de ser creíble.
Es como la imagen insólita del tragasables de feria engullendo un alfanje ante la incredulidad del público. La ilusión óptica nos hace creer que el filo de la espada se hunde hasta el intestino sin herida de por medio. Ni las “tripas de Jorge”, que como diría mi madre “se estiran y se encogen”, admitiría semejante trago. Al menos, sin arcada.
Joseba Egibar desenmascaraba el ardid el otro día relatando en primera persona cómo el 11 de julio de 1999 el PNV se reunía con ETA a fin de obtener un paso definitivo para la conclusión de su actividad mortífera. En aquel encuentro, la organización terrorista exigió la disolución del Parlamento vasco, mandar a casa al lehendakari y la creación de una nueva institución con formada por los siete territorios vascos. El PNV se negó a aceptar tal imposición y ETA rompió su tregua y volvió a matar. “La semana pasada el que dijo eso en nombre de ETA (refiriéndose a Mikel Albisu “Antza”) votó en las elecciones españolas y se sacó una foto” para colgarla en las redes sociales.
Los que decidieron volver a matar por la negativa del PNV de acabar con el marco institucional actual, ahora, con la fría arrogancia de quien se siente redimido y aguarda su momento de recobrar la influencia política, posa orgulloso en torno a una papeleta electoral al Parlamento español. ¿Incoherencia? ¿Fariseísmo? ¿Impostura?.
La escena relatada me hace recordar a las 58 personas que ETA asesinó después del sucedido relatado por Egibar con la ruptura de la tregua en el proceso de Lizarra-Garazi. 58 víctimas más en su “debe particular” que les perseguirán en la memoria hasta que no sean capaces de asumir la responsabilidad injusta de su actuación. Mientras eso no ocurra, mientras no se liberen de las cenizas del pasado, su perspectiva de liderazgo en Euskadi será nula.
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