Viajemos de nuevo hacia el pasado, algo más de medio siglo antes de ese
discurso en Nueva York. El veinte de septiembre de 1821, los habitantes de un
poblado sioux de Nebraska pudieron contemplar un extraño fenómeno en el cielo.
Un gran meteorito dejó una brillantísima estela de luz a lo largo del cielo de
Norteamérica. Aquel mismo día —cosas del destino— nació un niño en el poblado y
los padres del bebé, ante la maravillosa coincidencia, decidieron bautizarlo
como Mahpiua Luta. Esto es, «Nube Escarlata» o «Cielo Escarlata».
¿Podía aquello ser una señal de que la vida de su bebé, marcada por tan
espectacular presagio, estaba destinada a grandes hazañas? Ninguno de los dos
orgullosos padres viviría lo suficiente como para comprobarlo, pero ciertamente
no habían traído al mundo a un individuo cualquiera. Su hijo, Nube Escarlata
—hoy más conocido por la ligeramente inexacta traducción de Nube Roja— iba a
convertirse en uno de los principales estandartes de la soberanía india, un
líder guerrero capaz de infligir una sonora derrota a una de las naciones
modernas más florecientes de la Tierra, pero también un hombre capaz de
conmover con sus palabras incluso a sus enemigos.
Por aquel entonces las llanuras del noroeste de Nebraska todavía
pertenecían a los indios, aunque las tensiones con el hombre blanco fuesen más
que patentes. El poblado donde vino al mundo Nube Roja era un enclave
relativamente aislado en el conjunto de la Gran Nación Sioux. Asentado junto al
Bluewater Creek, un afluente del río Platte, en el poblado no temían demasiado
la presencia de posibles rivales, particularmente los aguerridos clanes de la
Nación Pawnee. Los pawnee tenían sus campos de cultivo al este del río y
comenzaban a plantar maíz o judías a principios de la primavera, época en la
que se mantenían más ocupados con la agricultura y por lo tanto más tranquilos.
Pero en otras épocas del año levantaban sus campamentos y buscaban territorios
de caza que no pocas veces interesaban también a los sioux. Aun así y aunque
las partidas de caza pawnee se acercaban mucho al poblado de Nube Roja, el
asentamiento solía ser respetado. Cuando Nube Roja nació todavía estaba
reciente el recuerdo de aquel día en que los sioux infligieron una severa
derrota a los kaiowas, obligándolos a huir de la región. Para los demás indios
—pronto también para los blancos— la sola mención de la palabra «sioux» bastaba
para infundir respeto, cuando no directamente temor.
La Nación Sioux se componía de siete grandes tribus que pese a su amplia
dispersión geográfica tenían un origen común y hablaban un mismo idioma.
Existía entre las siete tribus un fuerte sentimiento de unión, de hecho un
auténtico sentimiento nacional. Estaban formalmente unidas por la institución
central de la Ochéti Sakówin, que viene a significar los «siete fuegos del
consejo» y que les proporcionaba su principal elemento identitario y
unificador; en tiempos revueltos podían elegir a un gran jefe que los
representase a todos. Era costumbre que la elección de un jefe, ya fuese a
nivel de nación, de tribu, de clan o de poblado, estuviese basada en las
cuatro virtudes tradicionalmente más apreciadas por los sioux: valor,
fortaleza, generosidad y sabiduría. No era pues inhabitual que llegasen a lo
más alto los individuos más capaces de la nación, aunque tampoco entre ellos
faltaban las intrigas políticas.
Los jefes de las siete grandes tribus sioux conversaban a menudo entre sí.
Aunque vivían separados, tomaban las grandes decisiones juntos y cuando la
ocasión lo requería iban a la guerra también juntos. La organización de la Gran
Nación Sioux era bastante compleja, más si tenemos en cuenta su población
relativamente escasa y dispersa. Cierto es que no existía nada comparable a
nuestro concepto europeo de nación, tampoco nada que recordase a los antiguos
imperios indios de Centroamérica y Sudamérica, pero una «tribu» era mucho más
que un simple conjunto de tipis levantados sobre una llanura. Los indios de
Norteamérica no eran una mera constelación de poblados primitivos sin
organización. La Gran Nación Sioux, sin ir más lejos, no solamente disponía de
un gobierno central sino que podía reunir un ejército único que defendiera los
intereses de todos los sioux en su conjunto (aunque en tiempos de Nube Roja se
estima que no pudiese reunir a más de dos mil o tres mil guerreros).
Cada una de las siete tribus sioux se subdividía en varios clanes,
generalmente bautizados con términos descriptivos que hacían referencia a
alguna característica distintiva de su estilo de vida. Estos clanes se
componían a su vez de un cierto número de poblados o de bandas seminómadas que
compartían unos determinados rasgos de identidad, resumidos por el nombre del
clan. Eso sí, como en cualquier otro grupo humano, el mundo sioux no estaba
exento de luchas internas y ocasionales guerras fraticidas. Pero lo cierto es
que allá donde fuesen poseían un fuerte sentido de la identidad que iba más
allá de lo meramente tribal. De hecho los sioux no se llamaban a sí mismos
«sioux», sino «lakota», término que significaba «aliados» (y por cierto, según
lo pronunciasen, ese término sirvió para dividir la Nación Sioux en tres
ámbitos lingüísticos: los lakota, los dakota y los nakota… separación que aún
se utiliza hoy).
El primero de esos tres grupos, el de los lakota, estaba compuesto
básicamente por una gran tribu: la de los teton o titunwan («habitantes de las
praderas»). Es probablemente la más célebre de entre todas las tribus sioux y
la que en mayor grado ha sido representada en la cultura popular. A los
teton-lakota pertenecieron personajes legendarios como los citados Toro
Sentado, Caballo Loco o Ciervo Negro. También perteneciente a la
tribu teton-lakota era el clan oglala («los que se dispersan»), en cuyo seno
nació Nube Roja. Eso sí, como ya dejamos entrever más arriba, Nube Roja no fue
un oglala puro étnicamente hablando. Su padre, el jefe Hombre Solitario,
fue líder del clan kuhee («los que viven apartados») que a su vez pertenecía a
la tribu brulé. La madre de Nube Roja, que lucía el muy descriptivo nombre
de La Mujer que Camina Mientras Piensa, era por el contrario una
lakota norteña.
El pequeño Nube Roja no tardó en quedarse huérfano: cuando apenas estaba
empezando a caminar su padre murió a causa de la adicción a la bebida. Nube
Roja nunca fue ajeno al hecho de que su padre fue un alcohólico, vicio cada vez
más habitual pero al mismo tiempo cada vez peor visto entre los indios. Al
morir su marido, La Mujer que Camina Mientras Piensa llevó al pequeño Nube Roja
y sus hermanos a la aldea de un familiar, el Viejo Jefe Humo, tío
materno del niño. Poco después también ella falleció. Nube Roja, apenas un
párvulo y ya sin padres, quedó al cuidado de sus hermanas mayores, mientras que
el Viejo Jefe Humo se convirtió en su referente masculino, su mentor y lo más
parecido a un padre que Nube Roja conoció en su vida.
El que Nube Roja fuese criado en casa de la familia directa de su madre no
es casualidad. Engañoso podría resultar el aparente culto al macho guerrero que
tiñe toda nuestra visión del entorno de Nube Roja y de los sioux en general. La
sociedad oglala, como casi todas las sociedades sioux, era una curiosa mezcla
de predominio del varón con un trasfondo de matriarcado tradicional. Los
hombres dominaban, sí, pero el papel de las mujeres distaba mucho de ser
completamente pasivo. Los sioux tenían la idea de que la naturaleza poseía dos
espíritus igualmente importantes, el masculino y el femenino. Así pues, aunque
los jefes de los poblados, bandas o clanes eran siempre hombres, a veces su
nombramiento debía ser aprobado por las ancianas locales, quienes tenían
incluso la potestad de destronar a un líder inadecuado. Los propios sioux
afirmaron más tarde que que las mujeres indias empezaron a desaparecer de la
élite gobernante cuando los europeos recién llegados se negaban a reconocerlas
como representantes válidas en las negociaciones. Es más: entre los sioux
existía incluso una amplia tolerancia hacia la homosexualidad —que era
permitida tanto en hombres como en mujeres— e incluso hacia el travestismo:
existía la figura de los winktes, varones afeminados («poseedores
de los dos espíritus») que solían ejercer funciones espirituales, sanadoras o
mágicas. En 1712, el jesuita francés Joseph-François Lafitau describió
así el papel de la mujer entre los sioux:
Nada hay más real que la superioridad de la mujer. Son ellas quienes
mantienen la tribu, la nobleza de sangre, el árbol genealógico, el orden de las
generaciones y la conservación de las familias. En ellas reside toda la
verdadera autoridad: las tierras, los campos y todas las cosechas les
pertenecen. Ellas son el alma de los consejos, los árbitros en la paz y la
guerra; recogen todos los impuestos y mantienen el tesoro público; a ellas se
les confía los esclavos; ellas arreglan los matrimonios; los niños están bajo
su autoridad y el orden de sucesión está fundado en su sangre. El Consejo de
Ancianos que realiza todas las transacciones no funciona por sí mismo, sino que
parece que sirven solamente para representar y ayudar a las mujeres en aquellas
materias donde el decoro no permite a éstas presentarse o actuar. Las mujeres
eligen a los jefes de entre sus hermanos maternos o de entre sus propios hijos.
También la figura salvadora de la religión tradicional sioux, la enviada
del cielo que había prometido retornar para ofrecerles la redención a los
lakota, era una fémina: la Mujer Búfalo Blanco. Cuando los misioneros católicos
comenzaron a predicar entre los indios, muchos sioux asimilaron a la Mujer
Búfalo Blanco con la Virgen María debido al evidente parecido iconográfico
entre ambas figuras mitológicas (aunque en realidad la Mujer Búfalo Blanco
ejercería un rol más parecido al de Cristo). Así pues, no resulta difícil
intuir que el enfoque de la opinión femenina pudo tener su peso sobre muchas
decisiones de los sioux por más que fuesen siempre los varones quienes las
vocalizaban y ponían en práctica. Nube Roja, que nunca fue un hombre
particularmente sensible o delicado —incluso considerado bajo los estándares de
los duros guerreros sioux— daba frecuentes muestras de una pragmática sensatez
que probablemente debía bastante al hecho de haber sido criado por sus hermanas
mayores.
Los sioux fueron siempre guerreros: antes de la llegada del hombre blanco
solían protagonizar periódicos conflictos con otras naciones indias. De hecho,
las guerras entre indios podían ser tan insensatas o crueles como las guerras
entre europeos, pero sería un error considerar la Nación Sioux como un
irreflexivo pueblo de batalladores testosterónicos. Nada más lejos. Estaban muy
acostumbrados a que una amplia variedad de circunstancias resultaba preferible
la negociación a la batalla. Sea como fuere, es verdad Nube Roja creció siendo
un joven particularmente dotado para la guerra. Como adolescente destacaba por
su aguda inteligencia pero también por su destreza, rapidez y fuerza
sobresalientes: un estadounidense contemporáneo definió su tensa constitución
física como la de «un tigre a punto de abalanzarse». Su educación fue la típica
de un sioux: dado el carácter nómada de los oglala, Nube Roja llegó a conocer
bien extensísimas regiones de las llanuras septentrionales. Podía reconocer
cualquier animal de un vistazo y distinguir de entre la vegetación cualquier
planta que sirviera como alimento o que tuviese propiedades medicinales. También
conocía al dedillo las características geológicas de cada paraje de la región.
Como todos los jóvenes lakota, hubo de realizar largos y duros viajes
iniciáticos en los que tenía que demostrar que podía valerse por sí mismo,
sobreviviendo sin ayuda en mitad de los más agrestes parajes y regresando vivo
al poblado: la vida en las llanuras no resultaba fácil y un hombre tenía que
estar preparado para cualquier cosa. Después de probarse en aquellos duros
exámenes, un joven sioux podía optar por diferentes líneas profesionales para
labrarse un futuro: desde convertirse en guerrero hasta ejercer como sacerdote
o sanador. Incluso existían grupos similares a gremios que se encargaban de
formar y entrenar a los jóvenes en determinados trabajos concretos. Pero lo
cierto es que en casi todos estos ámbitos se necesitaban buenos contactos e
influencias para ascender, algo con lo que sin duda podemos estar
familiarizados. Cierto es que en sus pruebas de iniciación Nube Roja destacó de
entre sus pares adolescentes y desde muy temprano tuvo sin duda un carácter
duro y competitivo. Sin embargo sus perspectivas de ascender socialmente en el
clan parecían bastante escasas. Su «libro de familia» suponía un serio
obstáculo: como señalábamos, un huérfano mestizo e hijo de un bebedor no podía
esperar demasiados apoyos.
Pero a un guerrero que lucha valientemente nadie le discutía sus méritos, y
destacar en la guerra era un empujón importante para llegar a ser alguien en la
Nación Sioux. Así que el adolescente Nube Roja se entrenaba duramente con la
intención de llegar a ser un guerrero; teniendo solamente dieciséis años, como
narrábamos al principio, acudió a su primera batalla y experimentó su primer
retorno triunfal. Después vendrían otras muchas batallas, especialmente contra
los pawnee o los crow. Para cuando le tocase enfrentarse a los soldados
estadounidenses —mucho mejor armados y mejor organizados— Nube Roja ya había
acumulado una enorme experiencia en combate.
Los sioux aprendieron a montar a caballo durante el siglo XVI; al parecer
fueron sus aliados de la Nación Cheyenne quienes les introdujeron en el arte de
equitación (los cheyenne, claro, lo habían aprendido de los europeos). Hábiles
y despiertos, los sioux pronto dominaron aquellos extraños animales y se
convirtieron en expertos jinetes. También se tuvieron que habituar a las armas
de fuego, aunque lo hicieron con algo de retraso respecto a otros indios del
norte. De hecho los sioux fueron expulsados de sus tierras originarias por
varias naciones rivales que sí disponían de pólvora. La imagen legendaria de
los sioux cabalgando por las llanuras responde a una realidad, pero es una
realidad relativamente tardía en su historia e indirectamente moldeada por la
importación de las armas de fuego. Su origen no había estado tan atado a las
planicies como pudiera parecer; tradicionalmente habían habitado zonas
boscosas, viajando mediante canoas a lo largo de las corrientes fluviales o los
lagos de la región limítrofe con Canadá. Sin embargo, la presión de algunas
naciones rivales que habían conseguido unas armas nuevas y terribles —los
mosquetes— empezó a hacerse notar y los bravos guerreros sioux, que habían
dominado con facilidad a sus enemigos, tuvieron que empezar a ceder terreno.
Los guerreros de la Nación Cree habían estado rearmándose gracias al comercio
con los franceses: a cambio de pieles que alcanzaban un alto precio en Europa,
los cree se hicieron con un arsenal de mosquetes contra los que los guerreros
sioux no estaban habituados a combatir. En 1674 los cree masacraron a balazos a
una partida de caza sioux que no disponía de nada mejor que arcos, cuchillos y
demás armamento arcaico para defenderse. Otros indios de la región como los
chippewa o los assiniboin también consiguieron mosquetes, poniendo en solfa la
antigua supremacía sioux y obligándolos a desplazarse hacia el sur y el
oeste.
Así que, presionados por sus enemigos, los sioux habían abandonado una
apacible vida en los bosques para empezar a habitar las grandes llanuras. Sin
embargo, aquella situación de inferioridad no duraría mucho: habían comprendido
por amarga experiencia la importancia de las armas de fuego y también empezaron
a comerciar con franceses e ingleses para conseguirlas. Pronto disparaban sus
mosquetes con tanta o más soltura que sus enemigos, volviendo a equilibrar la
balanza de fuerzas en su favor. Así, armados con pólvora y montados sobre
caballos, se lanzaron definitivamente a la conquista de las praderas. Del mismo
modo en que antes habían sido desplazados por los cree o los chippewa, los
sioux empezaron a desplazar a otras naciones como los iowa y los omaha. Los
sioux se movían ahora buscando una fuente de alimento y pieles aparentemente
inagotable —el búfalo— que resultaba más fácil de cazar gracias a los
mosquetes, y su espíritu osado hizo que se dispersaran en persecución de las
grandes manadas. En ese proceso de expansión, con el nuevo armamento asociado a
su tradicional belicosidad, pronto se puso de manifiesto que los sioux que no
estaban dispuestos a echarse atrás ante nadie. Las armas de fuego, pues,
tuvieron un impacto enorme en la balanza de poderes de la Norteamérica nativa.
La pólvora permitió que las naciones más guerreras como los sioux, los pawnee,
los pies negros, los cherokee, los apache, los kiowa y otras bien conocidas por
todos terminaran imponiéndose en amplias regiones, pero lógicamente también
agravaron la magnitud de las disputas entre los propios indios.
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