sábado, 6 de junio de 2020

DEUS EX MACHINA

En los aforismos, las sentencias o los dichos, todo tiene un sentido lógico.  En el teatro de la antigua Grecia, Sófocles, Eurípides o Esquilo utilizaron  una fórmula singular para  volcar el devenir de una trama. Y  es que mientras el público confiaba en un desenlace  normalizado de la historia interpretada aparecía por sorpresa  una deidad y resolvía de un plumazo el argumento. Helios, Afrodita y cualquier otra divinidad del Olimpo se incorporaban a la escena por medio de una grúa o aparato mecánico  que ponía en evidencia su carácter sobrenatural. De ahí que esta técnica teatral se denominara “apò mēchanḗs theós”,  que trasladada a locución latina se convertiría en “Deus ex machina”.  De forma literal “el dios desde la máquina-grúa , etc”

Desde entonces se ha utilizado esta fórmula para identificar   cuando alguien confía en que  determinados problemas se resuelvan por designio divino.  Es decir, “de bóbilis, bóbilis”

Cada vez que alguien  justifica una determinada posición  poniendo el nombre de Dios encima de la mesa me pongo a temblar porque las ocasiones en las que se ha pretendido convertir al Creador, o a la religión en un elemento  con soporte jurídico-político, la cosa ha funcionado mal. La fe, las creencias, forman parte de los sentimientos, del acervo  pasional de los individuos, nunca del poder establecido. Y vincular la gestión  de la realidad con posiciones dogmáticas de creencia suele ser  sinónimo de una falta de respuesta racional  a las circunstancias, al tiempo que un intento  indisimulado de imponer algo por la fuerza de la fe.

Las personas vemos a Dios de una manera diferente. Unos ni tan siquiera lo ven. 

Otros creen  en un ser con superpoderes, como un personaje de Marvel.  Los más,  lo interpretan como la entidad sobre la que giran todas sus creencias  religiosas y morales. Lo cierto es que  en las religiones monoteístas y politeístas , se viene a identificar a la figura de “Dios” como un ser sobrenatural  al que se le rinde culto  por tener todo el poder sobre todo lo que nos rodea. En él se encuentra el misterio de la vida y en sus manos, el destino de los seres humanos. “Deus ex machina”

Cada cultura tiene su imagen, su liturgia y sus principios filosóficos de vida. Para los que hemos crecido en la tradición judeo-cristiana. la figura de Dios es sumamente poliédrica y complicada, empezando por el dogma de “uno y trino”. Además, los valores sobre los que  se ha sustentado su autoridad difieren según el momento o la fuente que lo presente.  El Jehová del antiguo testamento nada tiene que ver  con el Dios misericordioso  del Cristo resucitado. 

El Dios de  la Biblia, a mi juicio, posee una personalidad un tanto desconcertante. Tan pronto crea  el universo y da a Adán y Eva  la capacidad de  vivir felices en el paraíso, como de expulsarlos  del edén por caer en la tentación y comer una manzana inicialmente prohibida. Pasamos del “¡creced y multiplicaos!” a la orden imperativa de  “¡a currar!” , sin solución de continuidad.

Por seguir con la Biblia, el mismo Yahvé obsequió  a Abraham con tener descendencia  en edad viejuna  para, más adelante, exigirle que matara a su hijo en sacrificio como muestra de fidelidad. Menos mal  que, en el último momento,  cambió de criterio  y cuando el cuchillo estaba en lo alto para asestar el golpe mortal paró el rito diciendo que todo había sido una prueba.  Como de “susto o muerte”. Abraham  no perdió a su vástago pero casi palma del susto. 

Lo mismo puede decirse de Moisés.  Para mí, Moisés es el personaje  del antiguo testamento que mejor conoce  la multi faceta Dios y que más  sufrió su ira. Primero Dios le salvó de morir ahogado en las aguas del Nilo. Le dio una vida cómoda  junto al Faraón  para , más tarde enfrentarse a él liderando la liberación de su pueblo, el “pueblo de Dios” a quien debía conducirlo a la tierra prometida. Pero la tarea no fue fácil ya que  Jehová  tuvo a Moisés dando vueltas por el desierto cuarenta años. 

Cuarenta años, que se dice pronto, comiendo maná y vagando de un sitio para otro sin llegar a la meta. No contento con esto, ya en edad  anciana,  le hizo subir hasta  la cima de una montaña  para transfigurado en zarza ardiente darle allí  los diez mandamientos  esculpidos en piedra. ¿Un poco puñetero no?  ¿ Hacerle subir hasta la cima del monte –a su edad- para bajar después  cargado con dos pedruscos?.

Pobre Moisés. Tantas idas y venidas, tanto atravesar corriendo el mar rojo, para, al final,  cuando llegaba a su destino, morir castigado a las puertas de la “tierra prometida”. 

Por el contrario, el Dios del “nuevo testamento” se presenta diferente. Humaniza su figura y manda a su hijo  a redimir a los mortales. Los judíos  que en las escrituras de la Biblia habían padecido la autoridad de Yahvé, se cebaron con el Mesías y le provocaron un bulling que le llevó a ser crucificado. Ojo por ojo. Por Abraham, por Moisés y hasta por el sufrimiento de los siete hermanos macabeos. Kaifás, Anás  y los sumos sacerdotes del sanedrín  dictaminaron  la muerte de Jesús, mientras Poncio Pilatos se lavaba las manos  (habría sido el único en no infectarse con el coronavirus). Cuentan que Cristo resucitó al tercer día  dando a la humanidad la oportunidad de reconciliarse  con el Creador. Y la imagen de un Dios conciliador, amante de los pobres, de los perseguidos, de los desaventurados  fue remodelándose por quienes fundaron  un club de fans que reseteó  la imagen  y el concepto de la divinidad  al servicio de una organización  que ha sobrevivido hasta nuestros días tras más de dos mil años de historia. 

Hemos conocido la imagen de Dios con barba y sin ella. Con rasgos musculados o semblante frágil. Senil o púber. “Superestar” o asceta.  Reflejos de los cánones de belleza de cada época.  Su mención  siempre, o casi siempre es vana. Se utiliza su nombre  como signo de certeza, de verdad, pero también  los hay quienes  lo hacen como amenaza.  

Ver a Donald Trump  con una biblia en la mano, significando  que su alocada política obedece a la “palabra de Dios” es todo un símbolo  de los malos momentos que aguardan a este mundo. Lo irracional, la superchería, la falsa “verdad” impone su infausta actualidad en unos tiempos líquidos en los que se comunica a golpe de tuit  y se demoniza a la discrepancia. El pensamiento vuelve al maniqueísmo, al bien y el mal, y en ese horizonte  de falso simplismo comienzan a justificarse  por algunos  los males que nos aquejan como un “castigo divino”. 

Parece olvidarse  la cita de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Es más fácil exigir el milagro que afrontar las dificultades con el esfuerzo de cada cual. 

Es más cómodo reclamar respuestas que producirlas . Es más sencillo hablar que trabajar, que arrimar el hombro, y  la realidad demuestra que en nuestro país, en Euskadi, hay mucho hablador. Mucho protagonista reivindicativo.  Generadores del “hayque” (hay que hacer esto o hay que hacer lo otro). Líderes de la exigencia y censores de cuentas ajenas. 

Son los que encabezan siempre la manifestación. Los que reclaman  derechos y se olvidan de sus deberes. Los que nunca son responsables de nada. 

No olvidamos fácilmente, en tiempos tan complicados como los actuales, su acusación  dolosa de que los nacionalistas del PNV defendíamos al capital en contra de la salud.  Que la vida de las personas  nos importaba poco. Sería bueno recuperar las barbaridades que dijeron y propusieron incentivando la alarma pública.  

Afortunadamente sus pretensiones de cerrar la actividad económica, de provocar el colapso productivo, no se llevaron a cabo. Afortunadamente, no tuvieron capacidad de gestión, para llevar adelante aquella locura. Porque , de haberlo hecho, hoy Euskadi sería un desierto industrial. Además, la realidad ha demostrado  que salud y empleo pueden conjugarse conjuntamente, como nosotros también decíamos. 

Aún así, el bache económico y su repercusión en el empleo y en la estabilidad de miles de familias vascas  va a ser notable. Lo vamos a pasar mal.  Pero debemos seguir empujando, creando, haciendo, para revertir la situación. Con el esfuerzo de todos. Con la responsabilidad de las instituciones. Con el compromiso compartido de un gobierno, de unas diputaciones y de los ayuntamientos. Todos remando en la misma dirección ; volver a poner en pie a este país.  No esperemos soluciones mágicas que despejen el horizonte. Ni hagamos caso  a los repetidos  salmos  de los profetas de siempre. De quienes lo criticarán todo. Y lo reclamarán todo. “Deus ex machina” .



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