sábado, 7 de diciembre de 2024

BESOS EVOLUTIVOS

 Dicen los que me conocen en mi entorno más íntimo que tengo un déficit expresivo de afecto en mi comportamiento. Eso, traducido en román paladino quiere decir que soy un poco “desaborio”, cuando no se me acusa de ser antisocial". Yo creo que es una exageración, que no es para tanto, aunque es cierto que me cuesta horrores adaptarme a esa costumbre atávicamente adquirida del besuqueo, el abrazo y el toqueteo de proximidad amistosa. No, no soy un “osito mimosín complaciente y expresivo. Y con el tiempo me doy cuenta de que con la edad evoluciono a parámetros más irónicos y cascarrabias en mis comportamientos sociales. 

Pero, dicho todo esto, tengo que significar que esta semana tengo sobredosis de besos encima. En condiciones normales, la avalancha de carantoñas y ósculos de todo tipo me habrían provocado una incomodidad que, gestualmente, habría dejado entrever. Pero no, esta vez, apliqué la más socorridas de mis sonrisas para dejar patente mi grado de agradecimiento ante tanta muestra de cercanía y cariño. 

Bueno, tengo que matizar. Efectivamente, mi persona fue destinataria de múltiples saludos, muestras de afecto y de estima por parte de mucha gente (que alguna no conocía) pero la verdadera receptora de todas esas manifestaciones era mi suegra, Juani, que repentinamente falleció tras un accidente cerebro vascular que apagó su hálito vital.  

Juani fue una de esas mujeres del país. Humilde, callada, trabajadora. De esas que, con su esfuerzo por salir adelante y sacar adelante a los suyos, rompió ese “techo de cristal” de liderazgo social cuya visibilidad ahora reivindicamos. Mujer obligada a no rendirse nunca. Ni cuando llegó la guerra y tuvo que abandonar su casa y a una parte de su familia en Amorebieta para buscar la seguridad del territorio de retirada en Enkarterri. Ni tampoco cuando formado su núcleo íntimo, vio como su marido, obrero técnico especialista, se veía obligado a abandonar su hogar para ganarse el sustento en el levante español o allende el atlántico. Ella se echó a sus tres hijos a la espalda y acompañó a su “media naranja” Jose Ramón en aquel “exilio” forzoso de trabajo, sudor y necesidades. Tampoco se rindió cuando el destino le dejó viuda. Superó el trance y reordenó su vida. Volcada en los hijos, los nietos, y últimamente en sus tres biznietos. Así ha estado; siempre adelante, como miles de mujeres de este país que se merecen todo nuestro respeto y consideración.  Hasta que, a los 91 años bien llevados, la parca salió a su encuentro. Es demasiado pronto” -se le escuchó decir camino al hospital-. Pronto o en su momento justo, “murió de repente”, como calificaría el óbito mi difunta madre. Y es que morirse siempre es “de repente”, en un momentito.  

Nos dejó habiendo vivido en plenitud. Serenamente. Con el bagaje titánico de haber desarrollado una actividad normal. Sin aspavientos. Abriendo caminos. Sin olvidar su identidad, su euskera, su país.  

Los besos que le correspondían me los dieron a mí. Por eso, a pesar de mi natural resistencia a ese tipo de caricias o de gestos sociales, los acepté con emoción y con cariño. El que tanta gente, tantos amigos, demostraron tener para con ella. Juani Urrengoetxea; “txikerra baina bizkorra”. 

No se sabe desde cuando los seres humanos se besan entre sí. Quizá desde el inicio de los tiempos. Pero las primeras referencias escritas al beso aparecieron en Mesopotamia hace unos 4500 años. Ya por entonces, los besos tenían las diferentes funciones que conservan hoy. Eran muestras de cariño, de afecto. Parte del acto sexual o incluso como una manifestación religiosa. 

Hoy, el beso es algo más. Unos besan por amor. Otros se besan a sí mismos como exponentes del amor propio.  Unos pocos besan el escudo en una camiseta que les reporta fichas millonarias. Determinados individuos besan una bandera como signo de patriotismo. Un patriotismo casposo de pulsera y exhibición. Y también los hay quienes besan por delación, por despecho y por señalamiento (Judas). 

Sea como fuere, el beso es un gesto puramente humano pero cuyos orígenes es preciso buscarlos en nuestros antepasados en el reino animal; los primates. Según estudios recientes, publicados en “Evolutionary Anthropology,

el beso es un recurso evolutivo de un único origen que surgió con los primeros simios y homínidos. 

Después de analizar diversas teorías sobre la funcionalidad del beso, Adriano R. Lameira, psicólogo evolutivo de la Universidad de Warwick (Reino Unido), llegó a la conclusión de que esta interacción vinculada a un movimiento característico de los labios surgió como práctica de higiene. Así, chimpancés y otros grandes simios revisan el pelaje de sus compañeros con los dedos y usan los labios para quitar la suciedad succionándola con los labios. Por lo tanto, el beso comenzó con una operación de acicalamiento y de aseo.  

A lo largo de los siglos, el ser humano fue evolucionando hasta perder el pelaje. El estudio universitario sugiere que, durante ese tiempo, la función higiénica del acicalamiento se perdió y el ritual se condensó hasta convertirse en el beso tal y como lo conocemos hoy.  

Es el peso inexorable de la evolución que nos ha traído hasta aquí, Aunque a don Jaime el Mayor Oreja, no le convenza esta teoría darwiniana profusamente reconocida por los científicos de todo el mundo.  

Para Mayor Oreja, el político conspiranoico que veía al terrorismo de ETA hasta debajo de las piedras, se expresó con libertad en la “cumbre transatlántica contra el aborto” organizada por convención ultra que preside; “Network for Values –Red por los Valores”. 

Para él, “no debemos tener ningún temor por defender el derecho a la vida” para lo que demonizó el aborto e hizo apología del “creacionismo”, la doctrina que niega la teoría de la evolución. “Acabo de estar en París en un acto en defensa de la vida y he podido comprobar que la mayoría de los filósofos franceses hoy defienden nuestras posiciones. Y que, entre los científicos, están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución. Estamos ganando a pesar de que la moda dominante siga rabiosa y enfadada con nosotros”.   

El mismo Mayor Oreja que buscó una “cruzada” antinacionalista junto a Redondo Terreros y Sabater para desalojar al PNV del Gobierno vasco, centra su ímpetu ahora contra el “derecho al aborto” que comparó con la “esclavitud”, que “también fue moda dominante especialmente en los países anglosajones. Nosotros estamos señalando el corazón del debate del mundo occidental por lo que no puede sorprendernos que además de llamarnos fundamentalistas nos llamen simplemente ultras por defender un concepto basado en la antropología cristiana”. 

Fundamentalistas, ultras, terraplanistas, antivacunas, engañabobos, soplagaitistas, retrógrados, fabuladores y muchas cosas más les llamaría yo a estos torquemadas de la nueva ola. ¿Negar la evidencia científica sustituyéndola por el designio divino? Sí, “herederos” de la costilla de Adán y del Espíritu Santo.  

Tal vez los besos de Mayor Oreja no hayan evolucionado y sean, simplemente, una acción mecánica de desparasitación, pero su liturgia expresada esta pasada semana nos alerta de un movimiento emergente, de un colectivo humano relevante que pretende dirigir el mundo hacia una nueva Edad Media. Un movimiento populista repleto de supercherías, reservas mentales e integrismo sectario. Preparémonos para esa ola porque de lo contrario, volverán los tiempos oscuros. Y eso que me produce alergia. Mucho más que los besos o los abrazos. Alergia a la estupidez humana. 

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