Acabo de leer un artículo firmado por un reputado analista económico del diario de cabecera de Vocento. El autor, muy neoliberal él, suele dedicarse a diagnosticar situaciones y a etiquetar la actividad socioeconómica que vivimos.
El mencionado columnista centraba su lupa en las primeras
medidas adoptadas por la administración americana desde la toma de posesión del
Donald Trump. Y, oh asombro, acostumbrado a la crítica habitual, llegaba a la conclusión
de que las medidas adoptadas por el presidente norteamericano “no son para
tanto”. Su tesis, comprensiva con la dinámica trumpista, viene a señalar que,
pese a las amenazas, el inquilino de la Casa Blanca no invadirá Canadá, ni se
hará con el canal de Panamá, ni ocupará por la fuerza Groenlandia. ¿Que
impondrá aranceles?; “Sí, pero ¿hasta dónde? Y ¿durante cuanto tiempo?”. Pero su afirmación volvía a “endulzarse”.
“Trump tiene razones para su vehemente y drástica postura”. Por ello concluye que “calma”; “Canadá y México
tendrán que reforzar su frontera…y la reforzarán. China deberá someterse a las
normas como los demás…y se someterá; y Europa terminará comprando más energía y
más armas a Estados Unidos” “A negociar. A darle la razón donde la tenga y a
pelear duro donde pretenda abusar”.
Curioso análisis cuando menos y no menos chocante solución;
negociar “de rodillas” -según expresión de la portavoz de la Casa Blanca- para
alcanzar acuerdos transitorios.
La tranquilidad y seguridad que desprende el articulista nada
tiene que ver con la pulsión que en este momento atemoriza a medio mundo y,
especialmente, a los países de la Unión Europea.
Las medidas firmadas por Trump son algo más que amenazas. Y
sus “bravuconadas” han dejado de ser las “ocurrencias” sin sentido lanzadas a
las redes sociales durante su primer mandato.
Ahora Trump ha perfilado sus
objetivos para establecer un nuevo orden internacional bajo el proteccionismo y
la influencia estratégica exterior norteamericana. -"Make America Great Again/ Haremos que
América vuelva a ser grande"-
Trump se ha
comprometido a defender su posición frente a China y para ello no escatimará
medios ni decisiones para revitalizar su potencial en el mundo. No tendrá “piedad”
ni con los países “amigos” que no colaboren en su estrategia. Tampoco habrá obstáculos
que dificulten su estrategia (ni el cambio climático, ni la amenaza cada vez
más latente de una nueva pandemia mundial vaticinada por investigadores de la
OMS, ni los conflictos armados actuales desviarán su atención intentándolos sofocar
con métodos expeditivos y poco diplomáticos).
Todo ello, aderezado
con la real vocación de controlar los ámbitos geoestratégicos que le permitan
tener un cinturón de seguridad para llevar adelante sus operaciones comerciales
y económicas. Es decir, dominar el mercado energético mundial, la carrera
aeroespacial, el desarrollo de las nuevas tecnologías cuánticas y de
inteligencia artificial.
En el poco tiempo que
lleva en la Casa Blanca ha cumplido todas las premisas que avanzó en su toma de
posesión. Prometió que EE.UU. volvería a ser una "nación
manufacturera" y que produciría "la mayor cantidad de petróleo y gas
de cualquier país del mundo". “Llenaremos nuestras reservas estratégicas
hasta el tope y exportaremos energía estadounidense por todo el mundo.
Volveremos a ser una nación rica". Además firmó la retirada de los Estados Unidos del acuerdo
de Cambio climático de París. Decidió eliminar los subsidios para la compra de
vehículos eléctrico, y los contratos de arrendamiento de los grandes parques
eólicos.
Siguiendo con su
programa “America First-América primero” advirtió en el foro económico de Davos
que lo mejor para los fabricantes industriales mundiales era fijar su
residencia en los Estados Unidos. De lo contrario, “simplemente tendrán que
pagar aranceles".
Dicho y hecho. Hace
apenas una semana, Trump iniciaba su particular cruzada comercial con la
imposición de unas tasas arancelarias del 25% a las importaciones de México y
Canadá que completaría más tarde con tarifas supletorias del 10% sobre el
petróleo, el gas y la electricidad de su vecino del norte. Pero junto a estas barreras
comerciales Trump ponía en marcha el conflicto definitivo firmando la
imposición de un 10% de incremento arancelario a los productos chinos (en
campaña electoral anunció gravámenes del 60% a las exportaciones del país
asiático). El gigante comunista-capitalista respondió el martes notificando la
imposición de aranceles del 10 al 15% a ciertos productos de Estados
Unidos a partir del 10 de febrero y, en paralelo, inició una investigación
antimonopolio contra Google. La escalada de la guerra comercial mundial no
hacía sino comenzar.
La crisis, más
pronto que tarde, llegará hasta Europa. El presidente norteamericano había
advertido a los integrantes de la UE que deberían incrementar su presupuesto
militar hasta un 5% de su PIB apercibiendo además de poner barreras comerciales
también a los bienes europeos. Barreras
que podrían alcanzar un coste supletorio en un primer momento del 10% para
ascender posteriormente al 20 y al 30%.
Europa -luego
nosotros- vamos a sufrir notablemente en esta guerra comercial mundial. Vamos a
ser víctimas de los dos gigantes en disputa y nuestro crecimiento económico,
base del bienestar social, va a estar tensionado como hacía mucho tiempo no lo
estaba. Sin alarmismos infundados, pero mucho menos, sin la calma que el articulista
de “El Correo” proponía en su escrito. Los europeos -y los vascos por supuesto-
vamos a padecer las graves consecuencias del pulso por la hegemonía mundial de
americanos y chinos. Lo vamos a sentir
en la falta de recursos energéticos -y los que habrá serán a un coste casi
inasumible-, en un estancamiento cuando no recesión de la economía y por ende
del empleo. Llegan tiempos duros. Muy duros. Y en el seno de la Unión Europea
-aunque públicamente no se haya explicitado aún- se trabaja intensamente para
afrontar la situación desde un doble ámbito; desde la seguridad interior y la
defensa del tejido económico.
Europa, sus
estructuras, se preparan para un “repliegue” de sus fronteras. Se va a ver
obligada a mantener su actividad económica volcada exclusivamente en los 450
millones de ciudadanos de su mercado interior.
Y va a tener que ser capaz de “flexibilizar” sus objetivos de transición
energética (no abandonarlos) para encontrar nuevas fuentes de recursos que
permitan mantener la actividad industrial. Europa deberá abrir nuevas
explotaciones mineras y cementeras, autorizar prospecciones de gas que las
tenía prohibidas o limitadas. Deberá
agudizar y optimizar recursos generadores de electricidad, desde la
construcción de mini centrales nucleares de baja contaminación hasta la
proliferación de parques eólicos y fotovoltaicos. Y, también, con la misma prioridad y
celeridad, deberá ser capaz de almacenar estocaje suficiente para el desarrollo
tecnológico y estratégico. Todo eso, a
marchas forzadas.
El Consejo de la
Unión ha solicitado ya de los países miembros que, con anterioridad al próximo
día 26 de este mes, aporten soluciones a un plan extraordinario de
simplificación de trámites administrativos que agilicen la adopción de las
medidas de “repliegue industrial y económico”. Hay prisa, mucha prisa, ante las
imprevisibles consecuencias de la guerra comercial mundial hoy iniciada. Todo
esto es lo que viene.
En la balanza
comercial, Euskadi exporta más que importa y pese a que los países de la Unión
son las principales referencias para las empresas vascas, los Estados Unidos
ocupa el tercer puesto en la lista de destino de nuestros productos. Muchos
serían los sectores afectados por esta deriva. La automoción, la siderurgia, la
industria agroalimentaria (el vino), los bienes de equipo… sufrirían
notablemente (Euskadi destina un 8% de sus exportaciones a los Estados Unidos
lo que nos reporta más de 2.700 millones de euros de beneficio a nuestra
economía)
Pero la afección a
nuestra economía iría más allá de las propias exportaciones. Repercutiría en el
incremento de la inflación, en la deslocalización de empresas (el caso de la
norteamericana “Guardian” en Laudio no es casual en estos momentos), en la
salida de los fondos de inversión sin vocación industrial y la llegada de
nuevas propuestas chinas (ya lo han hecho en Aragón o Valencia) sin más
pretensión que la rentabilidad económica del trabajo en “maquila”. Y en esa
batalla arancelaria, el desabastecimiento de materiales y productos
estratégicos pondría en grave riesgo el sostenimiento de proyectos
empresariales punteros. Por poner un ejemplo ilustrativo, con el estocaje en
componentes existente hoy en día en Euskadi, solo cabría viabilidad para dos
meses y medio en la construcción de baterías para los vehículos eléctricos
(Mercedes acaba de anunciar un ERTE en la fabricación de la furgoneta eléctrica
en Vitoria).
El panorama asusta y
por ello hay que estar preparados. Toca ponerse manos a la obra. Toca que el
gobierno del lehendakari Pradales se
sienta plenamente identificado y colabore con el plan de choque que se elabore
en la Unión Europea e impulse una nueva política industrial vasca activando todas las fortalezas al respecto , desde la experiencia pasada y
presente en los sectores estratégicos hasta la articulación de un fondo
soberano que haga frente a nuevos
proyectos que mantengan e impulsen la actividad (no como sistema de respiración
asistida para empresas en declive o condenadas
al cierre). Toca hacer, enfrentarse a los problemas e intentar resolverlos.
La demagogia y la
protesta pancartera ya la desarrollarán otros (Bildu tras un pequeño tiempo de
tregua ya se ha reincorporado a su papel tradicional de agitación social). Criticar sin hacer nada más, solo traerá
frustración y desafección social a la política. Y quien caiga en esa fácil
dinámica de desacreditar a la política
frente a los grandes desafíos terminará por abrazar -así lo dicen los estudios
de opinión en relación a la población más joven- las tesis populistas que
Donald Trump sus socios plutócratas tratan de imponer por occidente. ¿No es para tanto lo que pasa? Yo creo que
sí.
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