sábado, 8 de febrero de 2025

SÍ PASA, Y MUCHO

 Acabo de leer un artículo firmado por un reputado analista económico del diario de cabecera de Vocento. El autor, muy neoliberal él, suele dedicarse a diagnosticar situaciones y a etiquetar la actividad socioeconómica que vivimos.

El mencionado columnista centraba su lupa en las primeras medidas adoptadas por la administración americana desde la toma de posesión del Donald Trump. Y, oh asombro, acostumbrado a la crítica habitual, llegaba a la conclusión de que las medidas adoptadas por el presidente norteamericano “no son para tanto”. Su tesis, comprensiva con la dinámica trumpista, viene a señalar que, pese a las amenazas, el inquilino de la Casa Blanca no invadirá Canadá, ni se hará con el canal de Panamá, ni ocupará por la fuerza Groenlandia. ¿Que impondrá aranceles?; “Sí, pero ¿hasta dónde? Y ¿durante cuanto tiempo?”.  Pero su afirmación volvía a “endulzarse”. “Trump tiene razones para su vehemente y drástica postura”.  Por ello concluye que “calma”; “Canadá y México tendrán que reforzar su frontera…y la reforzarán. China deberá someterse a las normas como los demás…y se someterá; y Europa terminará comprando más energía y más armas a Estados Unidos” “A negociar. A darle la razón donde la tenga y a pelear duro donde pretenda abusar”.

Curioso análisis cuando menos y no menos chocante solución; negociar “de rodillas” -según expresión de la portavoz de la Casa Blanca- para alcanzar acuerdos transitorios.

La tranquilidad y seguridad que desprende el articulista nada tiene que ver con la pulsión que en este momento atemoriza a medio mundo y, especialmente, a los países de la Unión Europea.

Las medidas firmadas por Trump son algo más que amenazas. Y sus “bravuconadas” han dejado de ser las “ocurrencias” sin sentido lanzadas a las redes sociales durante su primer mandato.  Ahora Trump ha perfilado sus objetivos para establecer un nuevo orden internacional bajo el proteccionismo y la influencia estratégica exterior norteamericana. -"Make America Great Again/ Haremos que América vuelva a ser grande"- 

Trump se ha comprometido a defender su posición frente a China y para ello no escatimará medios ni decisiones para revitalizar su potencial en el mundo. No tendrá “piedad” ni con los países “amigos” que no colaboren en su estrategia. Tampoco habrá obstáculos que dificulten su estrategia (ni el cambio climático, ni la amenaza cada vez más latente de una nueva pandemia mundial vaticinada por investigadores de la OMS, ni los conflictos armados actuales desviarán su atención intentándolos sofocar con métodos expeditivos y poco diplomáticos).

Todo ello, aderezado con la real vocación de controlar los ámbitos geoestratégicos que le permitan tener un cinturón de seguridad para llevar adelante sus operaciones comerciales y económicas. Es decir, dominar el mercado energético mundial, la carrera aeroespacial, el desarrollo de las nuevas tecnologías cuánticas y de inteligencia artificial.

En el poco tiempo que lleva en la Casa Blanca ha cumplido todas las premisas que avanzó en su toma de posesión. Prometió que EE.UU. volvería a ser una "nación manufacturera" y que produciría "la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país del mundo". “Llenaremos nuestras reservas estratégicas hasta el tope y exportaremos energía estadounidense por todo el mundo. Volveremos a ser una nación rica". Además  firmó la retirada de los Estados Unidos del acuerdo de Cambio climático de París. Decidió eliminar los subsidios para la compra de vehículos eléctrico, y los contratos de arrendamiento de los grandes parques eólicos.

Siguiendo con su programa “America First-América primero” advirtió en el foro económico de Davos que lo mejor para los fabricantes industriales mundiales era fijar su residencia en los Estados Unidos. De lo contrario, “simplemente tendrán que pagar aranceles".

Dicho y hecho. Hace apenas una semana, Trump iniciaba su particular cruzada comercial con la imposición de unas tasas arancelarias del 25% a las importaciones de México y Canadá que completaría más tarde con tarifas supletorias del 10% sobre el petróleo, el gas y la electricidad de su vecino del norte. Pero junto a estas barreras comerciales Trump ponía en marcha el conflicto definitivo firmando la imposición de un 10% de incremento arancelario a los productos chinos (en campaña electoral anunció gravámenes del 60% a las exportaciones del país asiático). El gigante comunista-capitalista respondió el martes notificando la imposición de aranceles del 10 al 15% a ciertos productos de Estados Unidos a partir del 10 de febrero y, en paralelo, inició una investigación antimonopolio contra Google. La escalada de la guerra comercial mundial no hacía sino comenzar.

La crisis, más pronto que tarde, llegará hasta Europa. El presidente norteamericano había advertido a los integrantes de la UE que deberían incrementar su presupuesto militar hasta un 5% de su PIB apercibiendo además de poner barreras comerciales también a los bienes  europeos. Barreras que podrían alcanzar un coste supletorio en un primer momento del 10% para ascender posteriormente al 20 y al 30%.

Europa -luego nosotros- vamos a sufrir notablemente en esta guerra comercial mundial. Vamos a ser víctimas de los dos gigantes en disputa y nuestro crecimiento económico, base del bienestar social, va a estar tensionado como hacía mucho tiempo no lo estaba. Sin alarmismos infundados, pero mucho menos, sin la calma que el articulista de “El Correo” proponía en su escrito. Los europeos -y los vascos por supuesto- vamos a padecer las graves consecuencias del pulso por la hegemonía mundial de americanos y chinos.  Lo vamos a sentir en la falta de recursos energéticos -y los que habrá serán a un coste casi inasumible-, en un estancamiento cuando no recesión de la economía y por ende del empleo. Llegan tiempos duros. Muy duros. Y en el seno de la Unión Europea -aunque públicamente no se haya explicitado aún- se trabaja intensamente para afrontar la situación desde un doble ámbito; desde la seguridad interior y la defensa del tejido económico.

Europa, sus estructuras, se preparan para un “repliegue” de sus fronteras. Se va a ver obligada a mantener su actividad económica volcada exclusivamente en los 450 millones de ciudadanos de su mercado interior.  Y va a tener que ser capaz de “flexibilizar” sus objetivos de transición energética (no abandonarlos) para encontrar nuevas fuentes de recursos que permitan mantener la actividad industrial. Europa deberá abrir nuevas explotaciones mineras y cementeras, autorizar prospecciones de gas que las tenía prohibidas o limitadas.  Deberá agudizar y optimizar recursos generadores de electricidad, desde la construcción de mini centrales nucleares de baja contaminación hasta la proliferación de parques eólicos y fotovoltaicos.  Y, también, con la misma prioridad y celeridad, deberá ser capaz de almacenar estocaje suficiente para el desarrollo tecnológico y estratégico.  Todo eso, a marchas forzadas.

El Consejo de la Unión ha solicitado ya de los países miembros que, con anterioridad al próximo día 26 de este mes, aporten soluciones a un plan extraordinario de simplificación de trámites administrativos que agilicen la adopción de las medidas de “repliegue industrial y económico”. Hay prisa, mucha prisa, ante las imprevisibles consecuencias de la guerra comercial mundial hoy iniciada. Todo esto es lo que viene.

En la balanza comercial, Euskadi exporta más que importa y pese a que los países de la Unión son las principales referencias para las empresas vascas, los Estados Unidos ocupa el tercer puesto en la lista de destino de nuestros productos. Muchos serían los sectores afectados por esta deriva. La automoción, la siderurgia, la industria agroalimentaria (el vino), los bienes de equipo… sufrirían notablemente (Euskadi destina un 8% de sus exportaciones a los Estados Unidos lo que nos reporta más de 2.700 millones de euros de beneficio a nuestra economía)

Pero la afección a nuestra economía iría más allá de las propias exportaciones. Repercutiría en el incremento de la inflación, en la deslocalización de empresas (el caso de la norteamericana “Guardian” en Laudio no es casual en estos momentos), en la salida de los fondos de inversión sin vocación industrial y la llegada de nuevas propuestas chinas (ya lo han hecho en Aragón o Valencia) sin más pretensión que la rentabilidad económica del trabajo en “maquila”. Y en esa batalla arancelaria, el desabastecimiento de materiales y productos estratégicos pondría en grave riesgo el sostenimiento de proyectos empresariales punteros. Por poner un ejemplo ilustrativo, con el estocaje en componentes existente hoy en día en Euskadi, solo cabría viabilidad para dos meses y medio en la construcción de baterías para los vehículos eléctricos (Mercedes acaba de anunciar un ERTE en la fabricación de la furgoneta eléctrica en Vitoria).

El panorama asusta y por ello hay que estar preparados. Toca ponerse manos a la obra. Toca que el gobierno del lehendakari Pradales  se sienta plenamente identificado y colabore con el plan de choque que se elabore en la Unión Europea e impulse una nueva política industrial vasca activando  todas las fortalezas  al respecto , desde la experiencia pasada y presente en los sectores estratégicos hasta la articulación de un fondo soberano que haga frente  a nuevos proyectos que mantengan e impulsen la actividad (no como sistema de respiración asistida para empresas  en declive o condenadas al cierre). Toca hacer, enfrentarse a los problemas e intentar resolverlos.

La demagogia y la protesta pancartera ya la desarrollarán otros (Bildu tras un pequeño tiempo de tregua ya se ha reincorporado a su papel tradicional de agitación social).  Criticar sin hacer nada más, solo traerá frustración y desafección social a la política. Y quien caiga en esa fácil dinámica de desacreditar  a la política frente a los grandes desafíos terminará por abrazar -así lo dicen los estudios de opinión en relación a la población más joven- las tesis populistas que Donald Trump  sus socios plutócratas  tratan de imponer por occidente.   ¿No es para tanto lo que pasa? Yo creo que sí.

 

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