Habitualmente
vivimos encerrados en nuestra burbuja personal. Nuestra historia, nuestra
experiencia, nuestra inquietud. Todo el universo gira alrededor de uno mismo.
Es el afán individualista el que lo impregna todo. Así, llegamos a pensar que
el mundo empezó con nosotros. Que antes no hubo nada -nada que mereciera la
pena- . Y en ese adanismo, olvidamos la
historia, los avatares que han acompañado a la civilización humana y las raíces
mismas de nuestra cultura y nuestro progreso personal.
Ahora,
por ejemplo, muchos jóvenes, perciben que la democracia no es un sistema
adecuado para la convivencia. Y en ese concepto aparecen tics totalitarios que
se enfrentan a paradigmas tales como la igualdad de las personas, la libre
opinión o la justificación de la
mentira.
Fruto
de ese desenfoque , se están instalando ideas perversas que deslegitiman el
feminismo o que ponen en solfa un principio básico y fundamental como es la
igualdad de género.
Pocos de esos jóvenes conocen que , por
ejemplo, hasta hace apenas 94 años, las mujeres de este país no podían ejercer
su derecho al voto. Miramos con consternación a Afganistán o al régimen de los
talibanes o a cualquier otro sistema que
coarta la libertad de la mujer y desconocen que en el Estado apenas hace un
siglo , la situación era similar.
Es
preciso recuperar la historia, la memoria, para conocer la realidad que nos
envuelve. Fue el 1 de octubre de 1931,
apenas seis meses después de proclamada la república, cuando el Congreso de los
Diputados español aprobó el derecho de voto de las mujeres por 161 sufragios a
favor y 121 en contra. Las ciudadanas del Estado español conseguían así el
derecho a ser electoras, siguiendo el camino previamente iniciado por Nueva
Zelanda (1893), Finlandia (1906), URSS y Reino Unido (1918), Alemania (1919) y
Estados Unidos (1920). Las mujeres de Francia (1944) e Italia (1945) tuvieron
que esperar algo más.
Dieron
su apoyo a aquel cambio legal los socialistas, conservadores y nacionalistas y,
votaron en contra, los republicanos de izquierda, radicales y
radical-socialistas. Pero los votos, a
favor y en contra, escondían más razones
que el puramente sufragista femenino ya que ni todos los que votaron a favor
estaban convencidos de ello, ni todos los que se posicionaron en contra lo
hicieron porque fueran contrarios al voto femenino. Unos y otros sospechaban
que la mujer española, “analfabeta y clerical”, incidiría en la derechización
del voto, y por ello, unos buscaban que así fuera, y otros, trataban de evitarlo a toda costa,
evitando si fuera preciso que las mujeres se expresaran en las urnas.
Contextualizando el momento, los partidarios
de la República se debatieron entre apoyar el principio de los derechos universales para todas las
personas y la reivindicación política de
asegurar la perdurabilidad del nuevo
régimen. Solo así se entienden las palabras de Indalecio Prieto, asegurando que
el sufragio de las mujeres era “una puñalada trapera para la República” , la
petición de la feminista y radical socialista Victoria Kent que pediría aplazar
la cuestión para un momento “más apropiado”, o
la negativa de un liberal como Pío Baroja quien afirmara que “las mujeres votarán a los
curas…Ni hablar!”
El
nacionalismo vasco tampoco fue ajeno a aquella controversia con partidarios de
la igualdad de voto -impulsada por el movimiento Emakume Abertzale Batza- como José Ariztimuño “Aitzol” o Jesús María
de Leizaola y posicionamientos más tibios como los expresados por el poeta
Lauaxeta.
Lo
que tampoco se conoce -estos días se
cumple el aniversario- es que fue
precisamente Euskadi donde por primera vez
en el Estado , las mujeres (mayores de 23 años) ejercieron su derecho a
voto. Fue el 5 de noviembre de 1933 cuando las mujeres vascas pudieron ejercitar su derecho de elección . Lo
hicieron , mayoritariamente además, en el referéndum o “plebiscito” del proyecto de Estatuto para
el País Vasco.
Por
primera vez en la historia, las mujeres vascas ejercían su derecho al voto en
Araba, Bizkaia y Gipuzkoa en la ratificación del denominado Estatuto de las
Gestoras. En el Estado español tuvieron que esperar unas semanas más para
acudir a las urnas en unas elecciones generales. Sin embargo , en Iparralde,
sometidas a la normativa francesa, las mujeres vascas continentales no verían
reconocido su derecho de sufragio hasta
el 21 de abril de 1944 , cuando el Comité Français de Libération Nationale reconoció
el derecho de las mujeres a elegir y a ser electas.
Sin embargo,
este derecho no se hizo efectivo hasta los comicios municipales del 29 de abril
de 1945 y, poco más tarde, en las elecciones para la Asamblea Constituyente, en
octubre de ese mismo año.
De este modo, las mujeres vascas de Iparralde lograban así un anhelo que las
mujeres del Estado francés venían reclamando desde siglos atrás, concretamente,
desde la época de Olympe de Gouges y su “Declaración de los derechos de la
mujer y de la ciudadana” en 1791.
La historia
nos recuerda lo reciente que son las conquistas democráticas. Conquistas que
ahora parecen ponerse en solfa por grupos minoritarios pero importantes y que
deberemos tener en cuenta para no retroceder en nuestros derechos.
También la
historia, vinculada a este hecho -el aniversario de la primera vez que las
mujeres vascas votaban- nos trae al plano de la actualidad otro acontecimiento
que no podemos dejar pasar,
Se trata del
ejercicio a decidir de la sociedad vasca y la votación , vía referéndum, del
Estatuto Vasco en el año 1933.
La Constitución española de 1931 establecía en su artículo 12
que para que una “región” accediera a la autonomía, era necesario que se
cumplieran determinadas condiciones:
“a) Que lo proponga la mayoría de sus
Ayuntamientos, o cuando menos, aquellos cuyos Municipios comprendan las dos
terceras partes del Censo electoral de la región.
b) Que lo acepten, por el procedimiento
que señale la ley Electoral, por lo menos las dos terceras partes de los
electores inscritos en el Censo de la región. Si el plebiscito fuera negativo,
no podrá renovarse la propuesta de autonomía hasta transcurridos cinco años.
c) Que lo aprueben las Cortes…”.
Tras un proyecto inicial , conocido
como el Estatuto de Estella, que no
prosperó por diversas razones de índole jurídica y política, y siguiendo
el mecanismo establecido por la Constitución, se celebró el 6 de agosto
de 1933 en Vitoria una asamblea de ayuntamientos vascos.
Estos, de forma abrumadora en el caso de
los de Gipuzkoa (83 a favor, 2 en contra y 4 abstenciones) y Bizkaia (115 a
favor y 1 abstención) y más ajustada en los de Álava (41 a favor, 26 en
contra y 10 abstenciones), votaron a favor de un nuevo texto de autogobierno
que se denominó como Estatuto de las Gestoras, porque fue elaborado a
iniciativa de las Comisiones Gestoras de las Diputaciones Forales.
Tras la aprobación municipal y siguiendo
con el tracto legal previsto, el proyecto estatutario se sometió a referéndum.
La ratificación popular en las urnas tuvo lugar , como se ha señalado
anteriormente el 5 de noviembre de 1933 contando con el apoyo, con mayor o
menor entusiasmo, de nacionalistas, republicanos y socialistas y la oposición
de los tradicionalistas, la derecha y los comunistas.
La jornada del plebiscito transcurrió sin
incidentes de importancia y con una muy elevada participación.
El resultado del referéndum fue abrumadoramente favorable a su aprobación . En Bizkaia y Gipuzkoa la participación
ciudadana rondó el 90% de los votos (el 98% de los sufragios emitidos fueron
favorables) mientras que en Araba participaron
casi el 60% de los censados con un 80% de votos favorables al nuevo estatuto.
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