En una nación institucionalmente no normalizada, es lógico, que quienes se sienten identificados por ese proyecto reclamen su derecho a ser reconocidos en un estatus político de igualdad. De ahí que el nacionalismo vasco, como en su momento lo hiciera el nacionalismo irlandés, adoptara el Domingo de Pascua como símbolo de su “resurrección” nacional.
Lo que no resulta entendible es que dicha reivindicación pretenda ser deslegitimada por quienes no se sienten vinculados por ese proyecto político, Euskadi, patria de los vascos.
Quienes se sienten identificados por una nacionalidad española –están en todo el derecho de hacerlo- deberían respetar la opción de los abertzales por reclamar su patria. Ellos, tienen una opción de Estado, un ámbito jurídico-político normalizado en el amparar su sentimiento y el ejercicio de expectativa de vida. Tienen todo el derecho a criticar libremente las opciones con las que disienten. Pero , en muchas ocasiones, esa crítica sobrepasa la frontera de la libre opinión para situarse en la deslegitimación de quienes no piensan como ellos.
El lehendakari López, desde mi modesta opinión, ha transgredido dicha línea. En un comentario en su blog, nos ha acusado a los nacionalistas de fomentar un debate identitario “estéril y dañino para una sociedad plural en sus identidades y opciones".
López se lamentó igualmente de que las aspiraciones de independencia no fueran una opción “retórica y diferida en el tiempo” sino que los nacionalistas plantearan este reclamo “como una posibilidad casi inmediata" superando "eufemismos como derecho a decidir o soberanismo". Para él, la independencia “fractura Euskadi, sus territorios y a su sociedad", lo que entiende como "la vuelta a la política de bloques, a la confrontación y al enfrentamiento permanente".
Es fácil afirmar esto desde una posición reconocida, desde la posición de un vasco que se siente español y encuentra en tal opción reconocidos todos sus derechos. Son los “otros”, los que no tienen capacidad plena de ejercer sus derechos, los que “fracturan”, “confrontan” y viven en el “enfrentamiento permanente”.
El discurso de López no ha aportado nada que no supiéramos; que quienes se sienten amparados por un estatus político reconocido, no terminan de reconocer el derecho que asiste a quienes buscan ejercer ese estatus desde la diferencia.
Los nacionalistas vascos hemos conmemorado el Aberri eguna el pasado domingo, pero nuestro trabajo en la consecución de la “resurrección vasca” no puede quedar enmarcada en una fecha del calendario. La construcción nacional debe ir mucho más allá de unas consignas o una pancarta. De unos discursos o una celebración.La construcción nacional de verdad se hace día a día. Levantando cada mañana la persiana con la vocación de mejorar este país. De hacer que sus instituciones resulten eficaces para solventar los problemas de la ciudadanía. Ganando, en cada momento, las oportunidades que salgan a nuestro paso. Formándonos con los mejores. Innovando, dando alternativas creativas que prosperen en el ámbito cultural, económico o social. Siendo rigurosos con los recursos públicos. Sin despegarnos del suelo. Porque la verdadera independencia no está ni en el territorio, ni en la política. La verdadera independencia nace y crece en el corazón de la gente. En su voluntad, que será mayoritaria si junto a la identidad de cada cual se le ofrece una expectativa de vida, de futuro, de convivencia.
López puede quedarse anclado en su no reconocimiento de las aspiraciones nacionalistas. Los nacionalistas vascos no podemos permitirnos vivir anclados. Necesitamos seguir marchando. Poniendo un pie delante del otro para continuar la marcha. Ganando espacio por adhesión de voluntades. Más allá del Aberri eguna, tenemos todo un calendario por delante, para que la “resurrección” de nuestra patria sea pronto una realidad. Pese a quien le pese
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