Inazio es un vasco del siglo XX. Sí, del siglo pasado. No en vano, como muchos de nosotros nació en él. Se crió, se formó y creció en las costumbres y en los principios de su tiempo. Y es difícil que a estas alturas de la vida cambie.
Hace unas semanas me sorprendió. Había venido a Bilbao. Como siempre. Pero esta vez había llegado pronto. Antes de lo habitual. Tenía la necesidad de acudir a unos grandes almacenes. Quería comprar una prenda que añoraba, que decía necesitar, desde hacía tiempo. Así que ni corto ni perezoso, en cuanto el establecimiento abrió sus puertas, se plantó allí y se hizo con el bien preciado.
Al mediodía estaba sonriente. Como casi siempre. Pero especialmente risueño. “¿Qué te pasa Inazio?– le pregunté-.
.- Que hoy, por fin, lo he conseguido.
.-¿Qué, tan importante, has logrado?
.- Hoy, he encontrado, después de muchos intentos, unos calzoncillos de los de antes. Con apertura lateral. Ahora todos los calzones modernos son estancos. Con pata, con tejido “goxo” pero sin apertura directa. ¿Tú sabes qué incómodo es eso? Yo que estaba acostumbrado al acceso directo, me sentía atenazado.
Me dejó boquiabierto. Jamás habría pensado que un slip generara un estado de ánimo tan alegre como el comprobado. Estaba yo tan contrariado que Inazio se dio cuenta. “Lo que pasa que tu siempre has usado el mismo tipo de calzoncillos –asentí- y no has sufrido las moderneces del mercado, pero los que vivimos fuera de la metrópoli no tenemos acceso a estas prendas y nos vemos obligados a la innovación en la ropa interior y esta es de una incomodidad que no te haces ni idea.
Cada vez que tienes que orinar te ves obligado a desabrochar el pantalón, bajar el calzón, sacar el órgano dirigible y evacuar. Y todo ello con el grave riesgo de salpicarte”. “Los calzoncillos de antes eran otra cosa. Abrías la cremallera y con un simple movimiento despejabas el camino. Ahora todo se complica. Por eso estoy contento, porque he comprado una docena de mudas de las de toda la vida, blancas, con cinturilla elástica y apertura en la huevera”.
“Beatus ille” –pensé- . No creía que algo tan prosaico fuera capaz de levantar –perdónenme la expresión- las pasiones. Pronto comprobé la relevancia del diseño de la denostada prenda masculina.
Iba yo meándome todo por aguantar la micción hasta el extremo, cuando entré el baño masculino de una ilustre cafetería. Allí encontré con una situación que me dejó perplejo. En la fila de urinarios situados frente a la puerta de acceso (tres mingitorios) había un individuo de media edad haciendo aguas menores. Lo extraño de la imagen no era ni el cuadro, ni la pose. Tampoco desentonaba el hecho de que el individuo en cuestión silbaba mientras se aliviaba. Lo extraño era que aquel desconocido tenía los pantalones bajados a la altura de los tobillos y es que en la operación de retirar el cinturón, abrir la bragueta, retirar el calzón y comenzar la operación de vaciado de vejiga, el pantalón se había deslizado dejando al hombre semidesnudo de cintura para abajo. Y allí estaba, sin asomo de pudor, o de vergüenza casi con el trasero al aire. Me acordé de Inazio. Cuanta sabiduría atribuible a un simple culero.
El Gobierno vasco con su consejero de Economía y Hacienda, Pedro Azpiazu, sigue empeñado en cerrar, con alguno de los partidos de la oposición, un acuerdo que posibilite la aprobación de los presupuestos generales de la Comunidad Autónoma Vasca para 2020. El ejecutivo de Gasteiz, a un solo voto de la mayoría que le permita sacar adelante las cuentas, sigue empeñado en persuadir al resto de actores políticos del país de la necesidad de contar con la herramienta presupuestaria para poder acometer las políticas públicas que sostengan los servicios básicos y que dote de estabilidad y de recursos a la acción institucional. Y todo ello en un momento de incertidumbres –económica, política estatal e internacional-.
2020 será un año electoral. Por calendario toca renovar el Parlamento Vasco y como tal , la aprobación de las cuentas se hace especialmente complicado ya que nadie está dispuesto a dar al gobierno y a las formaciones que lo componen, el más mínimo oxígeno que le garantice un final de legislatura relajada. Sin embargo y pese a que esa íntima voluntad de las formaciones de oposición de hacer mella en las fuerzas gubernamentales rechazando el presupuesto, tal ejercicio desgasta a todos, y especialmente al conjunto de la sociedad que padece el interés particular y partidista frente al bien común.
Partiendo de esa base, el Partido Popular se borró de salida de un posible acuerdo presupuestario. La exigencia de una nueva reforma tributaria como condición previa para una negociación resultó una excusa de difícil digestión. Sobre todo si tenemos en cuenta que las presuntas medidas propuestas por el partido de Alfonso Alonso, de llevarse a cabo, costarían anualmente a las instituciones vascas la friolera de mil quinientos millones de euros. Eso, Mitxe Lakuntza sí que es “una broma”, pero de mal gusto.
Con el PP fuera de juego, dos eran las opciones que le quedaban al Gobierno vasco para sacar adelante los presupuestos; EH Bildu y Elkarrekin Podemos.
La agrupación que dirige Arnaldo Otegi había estado en el pasado ejercicio muy cerca de rubricar un acuerdo con el gabinete de Urkullu, hasta el punto de que la última propuesta presentada entonces por el ejecutivo de Gasteiz recogía las exigencias mínimas de la “izquierda independentista”, pero sorprendentemente, llegado el momento de decir “sí “o “no”, EH Bildu dio la espalda al compromiso. Frente a la responsabilidad, a asumir sus propias demandas, EH Bildu prefirió quedarse en la pancarta.
La posición de este partido en este ejercicio ha sido aún más elocuente. ¿Negociar qué? Su propuesta, por llamarla de alguna manera, fue conocida por Azpiazu quince minutos antes de que fuera presentada públicamente en rueda de prensa. Y su contenido, como un cuento de Mari Domingi a Olentzero, incluía pensiones medias a 1.080 euros, salarios mínimos de 1.200 euros e inversiones ya rechazadas por falta de concreción económica o por problemas de legalidad. Todo ello sin una mínima valoración, sin cálculo. Sin soporte de realidad. Y, lo que es peor, con la actitud del “perro del hortelano”, acusando a los morados de Elkarrekin Podemos de venderse al PNV por un plato de lentejas. Por la “coyuntura” madrileña y sus necesidades de “pisar moqueta”. Acabáramos!
Por desgracia, EH Bildu actúa siempre igual. Sigue sin madurar en la política vasca y toda su actividad se mueve en el plano táctico. Regarte en corto, confrontación y propaganda. Cada vez que anuncian voluntad de “mano tendida” es para sacudir un sopapo al PNV. Detrás de su “buena fe” siempre hay “gato encerrado”. Hasta en el llamamiento de Otegi a pactar un nuevo estatus. Conmigo o contra mí. Todo o nada. Y en ese marco sabemos lo que habitualmente consiguen; nada. Ahora dicen que la ”reforma del estatuto” no les gusta y acusan al PNV de actuar como “trileros”. Dice Arnaldo que su intención es “saltar la tapia” del autogobierno. Y se equivoca hasta de símil. En Euskadi los “saltatapias” siempre han sido unos desgarramantas ganorabakos. No la gente responsable.
Al inicio de la legislatura Elkarrekin Podemos había mantenido posiciones alejadas con el ejecutivo de Gasteiz pero, a medida que el calendario ha avanzado ha ido modulando sus posiciones hasta los acuerdos suscritos el pasado ejercicio en las leyes complementarias de financiación, aprobadas tras la imposibilidad del pacto presupuestario. Hoy, las conversaciones con los de los “círculos” continúan y desprenden señales positivas. No para el PNV, sino para el país. Señales positivas en defensa del medio ambiente, de la igualdad de género, de los servicios públicos. Ojalá las negociaciones fructifiquen. Seria bueno para todos. Incluso para dejar en evidencia a quienes mean fuera de tiesto. Sería como dejarles, una vez más, con el culo al aire.
Totalmente de acuerdo. Lo que me llama mucho la atención que sus seguidores no tengan las narices de decirle hasta aquí, cuántos años tendrán que pasar para que maduren? Una cosa está clara y es que hay gente que llegados a una edad, ya no maduran nunca
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