Inicialmente no se denominó así a los seguidores de las doctrinas de Lutero. Fue más tarde cuando se vinculó tal apelativo a los disidentes de la ortodoxia católica, apostólica y romana partidarios de una reforma que pretendía no abolir ni reemplazar a la iglesia, sino modificar su estructura y ciertos principios. .
Mi estado “protestante” nada tiene que ver con la religión o con la fe. Se trata de mi situación emocional de ofuscación. Mi quemazón tiene origen por múltiples factores. Por un lado, sigo sin despejar la sensación de que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias nos han tomado el pelo. Nos han tenido seis meses a bronca limpia. Su incompatibilidad de caracteres nos llevó a unas elecciones (las cuartas en cuatro años) y a la parálisis. Además, su desconsideración y errores vigorizaron a la extrema derecha, cuya representación ocupa ya el tercer puesto en el ranking estatal. Su falta de coraje político unido a una estrategia errática radicalizó a Catalunya e impulsó a EH Bildu en Euskadi… Desastre tras desastre que, al parecer han olvidado de repente para colocarnos una escena de abrazos y peloteo.
Que en veinticuatro horas las descalificaciones y el caos se hayan transformado en una empalagosa escena de colegueo me resulta poco digerible. Dicho esto, debo constatar también que mi indignada perplejidad no significa que el pre acuerdo anunciado no me haya provocado un cierto alivio y satisfacción. Digamos que satisfacción consternada.
Los resultados globales que dejaron las urnas el pasado domingo hacían un dibujo de estabilidad mucho más complejo del que habíamos conocido en la corta legislatura anterior. Un enredo que, llevado al extremo –como nos habían acostumbrado hasta ahora- nos podría haber conducido al colmo de la parálisis, a una repetición de las votaciones. Tal hipótesis aún no está despejada pero confiemos en que la coalición de los “picapiedra” tenga la suficiente inteligencia y cintura para evitarlo. Enemigos del acuerdo los sigue habiendo. La derecha, la extrema derecha y ahora también gentes como las CUP que, sin sonrojo alguno, se ha sumado al “bloque del NO” que lidera Abascal para pedir a PNV, ERC, JxCat, EH Bildu, BNG, Compromis y ECP que veten el pacto “Sánchez-Iglesias”. Los extremos, una vez más, se tocan.
A la sensación de haber sido estafado por los socios del “abrazo” se me ha acumulado el cabreo propio de ver como el último diputado que creíamos electo por Bizkaia se esfumaba en el escrutinio de los votos CERA –Censo Electoral de Residentes Ausentes- , adjudicando , por un puñado de votos , la última plaza parlamentaria al PP en lugar de al PNV. Son las reglas del juego y como tal debemos asumir el resultado pero eso no obsta para que en el tracto se te quede una sensación de imbécil difícil de disimular. Y es que la regla D´Hont te da y te quita. En este caso, para obtener el último diputado los nacionalistas necesitaban cuadriplicar en sufragios a los populares. Es decir que por cada voto del PP hubiera cuatro del PNV. Los jeltzales no lo consiguieron por poco más de un centenar de papeletas. Otra vez será. Aunque en el momento algunos se hayan dedicado a tocar los genitales con las manos frías, se acepta con deportividad. Así es la democracia.
Pero mi protesta de hoy, sucedidos electorales a un lado, tiene su fundamento en un tipo de reivindicación político-sindical, que empieza a salirse de quicio. Comienza a ser habitual que convocantes de huelgas o de movilizaciones en conflictos laborales centren su acción reivindicativa en momentos y lugares estratégicos de la metrópoli. Es habitual –y hasta comprensible- que quienes desean llamar la atención del conjunto de la opinión pública sobre una situación que consideran injusta, busquen en sus acciones un cierto impacto que motive la concienciación colectiva. De ahí que sus acciones generen en ciertos momentos incomodidad y molestia a mucha gente. Pero una cosa es que el activismo reivindicativo genere molestias y otra bien distinta buscar el colapso , el caos o la parálisis de la actividad a gran escala.
Eso ha ocurrido últimamente en Bilbao. La estrategia no es baladí ni simbólica. Ha acontecido en el conflicto de las empresas del metal y, posteriormente, los sindicatos de la educación concertada han copiado la iniciativa.
So pretexto de la libertad de expresión, la libertad de manifestación, la libertad de huelga y no sé cuantas libertades más, los sindicatos de turno convocan una concentración-manifestación a las ocho de la mañana en las inmediaciones de uno de los accesos por carretera más importantes de la Villa.
Al día, más de 60.000 vehículos entran y salen por este nudo de comunicaciones, pero su bloqueo afecta directamente al nervio central de la autovía por donde transitan más de 112.000.
La reivindicación de alrededor de un centenar de personas en hora punta ha provocado más de doce kilómetros de retenciones en el área metropolitana. Pérdida de horas de trabajo, de horas de estudio. De negocios, de atenciones. De conciliación. De normalidad convivencial. El colapso afectó a miles de personas y solamente se retomó la normalidad del día a día, pasadas cinco horas desde la ocupación inicial de la calzada.
El follón organizado ha resultado, a juicio de los patrocinadores de la huelga, todo un éxito para su “visibilidad” por lo que el ejemplo, lejos de apagarse por el clamor de las críticas, se ha reproducido en otro tipo de conflictos. ¿Alguien puede entender que se convoque una manifestación a las ocho de la mañana en un centro neurálgico de comunicaciones por puro contenido laboral? ¿Para hacer visible una situación injusta? o ¿para condicionar el movimiento y la actividad de todos? ¿Eso es una manifestación o un sabotaje? ¿Cómo justificar que apenas 120 individuos, desfilando detrás de una pancarta a pedo burra, paralicen y condenen a alterar sus quehaceres a decenas de miles de personas convertidas en rehenes de una estrategia de rompe y rasga? ¿Quién comprende que ante tamaño abuso no haya autoridad, judicial o de otro tipo, que saque a los manifestantes de las vías de interés general y les proporcione otro itinerario, otro momento y otra oportunidad para expresar libremente su denuncia?.
Lo mismo ha ocurrido este pasado martes con la llamada del denominado “Tsunami Democrático” a bloquear la muga de Behobia. La solidaridad de los vascos con Catalunya se puede expresar de muchas maneras, pero nunca alterando la libertad de las personas y el colapso de las vías de comunicación es un acto de imposición que coarta el derecho de la gente a moverse y a transitar por un territorio. Así no hay solidaridad. Así hay coacción y recorte de las libertades ajenas. Protesto. Rechazo cualquier acción que suponga una falta de respeto.
Estoy harto de tanta imposición, de tanto atropello. Aún cuando se lleve a cabo por razones objetivamente justas. La reclamación de justicia para unos no debe suponer la imposición injusta para otros. Defiendo el derecho a la huelga. Estoy a favor del derecho de manifestación, de opinión, de expresión. Pero mi libertad, como dijera Sartre, termina donde empieza la de los demás.
Menos mal, que frente a tanto cabreo inducido se encuentran oasis democráticos que nos hace reconciliar con la justicia. Y me refiero al relevante informe del abogado general de la UE, Maciej Szpunar, quien fundamenta que Oriol Junqueras tendría derecho a la inmunidad parlamentaria de la que gozan los miembros del Parlamento Europeo. Aunque no haya recogido nunca su acta. Confiemos en que su informe, no siendo vinculante, sea tenido en cuenta por el tribunal y Junqueras comience a disfrutar de la justicia que merece.
Mientras tanto, me siento protestante. Pero democráticamente.
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