sábado, 21 de diciembre de 2019

CUENTO DE NAVIDAD EN CLAVE DE SUSPENSE


Fue Jorge Fernández Díaz, el controvertido ministro de interior de Mariano Rajoy, quien hizo público lo que en mentideros se venía prodigando semanas atrás; que si el Partido Socialista  apartaba a Pedro Sánchez de la investidura, algunos populares  verían con buenos ojos apoyar a otro candidato  para auparlo hasta la Moncloa. Y el nombre que sugirió el lenguaraz  político conservador, con raíces en la rivera navarra (Fitero), fue el de Josep Borrel. 

Fernández Díaz no sabe lo que es la discreción. Por eso  exterioriza como nadie  lo que otros piensan o maquinan. Suya fue la “policía patriótica” de Villarejo, De Blas y compañía. Suya la “guerra sucia” en Catalunya, que comenzó con el espionaje a los Pujol. Suya también la “investigación”  venezolana de Podemos. Nadie como él representa lo turbio, lo mesiánico. Fernández Díaz  es un hombre acostumbrado al complot y a las tramas ocultas, más propias de la novela negra que del Estado de derecho.

Lo cierto es que en la política española siempre ha habido  un cierto tufillo de conspiración y el momento actual no iba a ser menos.

Desde hace un tiempo, desde que se conocieran las intenciones de socialistas y podemitas de sellar –esta vez sí- un gobierno de coalición,  un relato oculto  circulaba por despachos de Madrid, y también por Bruselas.  Se trataba de un “plan B”  a poner en marcha  para hacer fracasar la entente de Sánchez con los “comunistas” de Iglesias. Una propuesta que contaría con el visto bueno de determinados notables socialistas  así como por dirigentes populares  con poder de convicción suficiente frente a Casado. Y todo ello bendecido por sectores empresariales de primer nivel en el Estado.

El complot  partía de una propuesta inicial a Pedro Sánchez a quien, a cambio de  que renunciara a ser investido en España, se le  ofrecía  un cargo representativo de primer nivel  europeo que además podría estar acompañado por algún colaborador de su máxima confianza. Una oferta, a priori, difícil de rechazar y que devolvería  al “resistente” socialista a sus orígenes  comunitarios. El movimiento de piezas, supuestamente, contaba con el beneplácito de líderes europeos (Merkel de retirada y Macron asediado internamente por las revueltas) quienes veían con buenos ojos  el reforzamiento de las instituciones de la Unión  tras el desafío del Brexit y las amenazas “populistas” en diversos países del viejo continente.

La repercusión en el Estado era inmediata. El partido socialista alcanzaría la Moncloa con un candidato de consenso –Josep Borrell-  que contaría con el apoyo del Partido Popular no sólo para su investidura sino para la gobernabilidad posterior. En tal escenario, se había pensado igualmente que el PSOE inaugurase, en su ámbito interno, un periodo de bicefalia en la que, por primera vez en su historia,  dispusiera de un secretario general y un presidente de gobierno.

El objetivo de esta alternativa de gobierno, según sus promotores, era dotar al ejecutivo del Estado de estabilidad. Eliminar, de un plumazo, la influencia de los nacionalistas e independentistas. Cerrar el paso a la ultraderecha  y dar garantía a los mercados  de abordar una política económica  moderada. En resumidas cuentas, revitalizar el bipartidismo que tan buenos resultados  había conseguido en épocas pasadas afianzando la “unidad nacional”.

Según se cuenta, este “Plan B” estaría impulsado  entre los socialistas por algún ex presidente de gobierno, especialmente refractario con Sánchez Castejón, así como por barones territoriales críticos con la decisión de pactar con los independentistas catalanas y con Podemos (alguno ha hablado ya de la vaselina, y otro ha cantado una jota apelando al “patriotismo” del PP).

Si el insomnio de  Pedro Sánchez se debía hasta ahora por la idea de compartir ejecutivo con  Pablo Iglesias, su desvelo actual está provocado  por esta historia  de quintacolumnistas  que pretenden hacerle la cama. Borrell se había dejado querer. Su ambición le podía pero su carácter delataba sus intenciones. Él era un hombre de “garantía”, tanto para  los “jarrones chinos” socialistas como para muchos dirigentes populares. Representaba  el prototipo de jacobino español, inflexible ante los nacionalistas  vascos y catalanes. Con los segundos  su animadversión era elocuente. Con los primeros, siendo ministro de asuntos exteriores había ordenado  tenerlos “vigilados” (al PNV), según ha hecho público el ex cónsul español en Edimburgo.

Él era el “tapado” de los ideólogos de la conspiración. De ahí que el inquilino de la Moncloa en funciones actuara rápidamente. Sánchez se quitaba a Borrell de en medio. Le proponía como candidato a comisario para hacerle desaparecer de su entorno. Le quería lejos, y sin capacidad de provocar reacción interna alguna. Sabía que, todavía, su voz sería escuchada en Bruselas y que la opción que él presentara sería apoyada en las cancillerías  europeas. Así  que eliminaba a un competidor con una patada lateral ascendente.

Y para cerrar aún más el círculo,  anunciaba  públicamente, de manera insólita,  el nombre de  su vicepresidenta económica, Nadia Calviño, una excelente profesional  con indudable proyección  y prestigio, capaz de sosegar las inquietudes de la patronal.   La  ratificación de Calviño al frente del área económica podría haber desairado a Podemos. Pero, por una vez y tal vez tras haber aprendido la lección del pasado reciente, la formación que lidera Iglesias ha sabido contener sus impulsos y no ha sobreactuado. Es más, ni tan siquiera  ha actuado, trabajando  discretamente  el acuerdo de un gabinete amplio que  se presentará una vez  los socialistas –a los que se les ha dado toda la autonomía y responsabilidad en las negociaciones- cierren los acuerdos necesarios con otras formaciones políticas.

Eso ocurre en el “plan A”,  en la alternativa  de una mayoría reformista  en la que participen, de una manera u otra  (con la abstención o el voto afirmativo) todas las opciones que posibilitaron la moción de censura. Una mayoría en construcción  que necesitando obtener más sufragios a favor que en contra, precisa ineludiblemente, cuando menos, de la abstención de los 13 parlamentarios de Esquerra Republicana de Catalunya (eso implicaría que en la misma ecuación los votos del PNV fueran positivos).

En ello están las partes afectadas. Los socialistas se afanan en conseguir un acuerdo con los republicanos.  Un arreglo que parecía cercano pero en la política española todo tiende a torcerse. Bien  por errores propios o por actitudes pusilánimes ajenas. Cuando  todo parecía encarrilado y despejar el campo hacia la investidura, llegaron el pasado jueves las decisiones judiciales. Por un lado, el auto del Tribunal Europeo de Justicia de la Unión avalando, en cuestión prejudicial, la inmunidad del eurodiputado Oriol Junqueras (y en segunda derivada la de Puigdemont y Comín). Y, por otro, la sentencia de Tribunal Superior de Justicia de Catalunya inhabilitando al president de la Generalitat Quim Torra.

Fue como una alineación astral, una confluencia  de acontecimientos y decisiones, que han venido a sacudir todo el tablero  en construcción y que  agita el panorama catalán en una pugna interna  próxima a unas elecciones  anticipadas donde la lucha de las fuerzas soberanistas por el liderazgo  puede  influir decisivamente en la nominación final de Sánchez. Si Esquerra  aguanta el pulso y pretende  convertirse en influyente protagonista de una nueva situación política, Pedro Sánchez tendrá una oportunidad para ser presidente.

Este fin de semana  el congreso de ERC  puede y debe orientar  la trama hacia un desenlace reconocible.  De apostar por abrir un nuevo tiempo,  el nuevo presidente español llegará con los reyes magos.  Si el calendario sobrepasa la fecha de la cabalgata, se  entenderá que el entendimiento entra en crisis.

Si, por el contrario  y, legítimamente,  los republicanos  centran su interés en no variar el rumbo de la confrontación permanente con el Estado, la investidura del “resistente”  fracasará. Y el “plan B” volverá a ser  observado por algunos como una opción viable. El “complot” podrá activarse. Pero es probable que el contubernio tampoco prospere. En ese caso,  con la actividad política hecha añicos, volverán las urnas. Es el “plan C”.

Parece una historia de ficción. Planes ocultos, candidatos tapados, alianzas de adversarios, quintacolumnistas. Alianzas que se rompen. Críticas desabridas. Enemigos íntimos. Sí. Un cuento de Navidad en clave  de suspense. Pero, en  la actividad política española, la realidad siempre supera a la ficción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario