sábado, 3 de octubre de 2020


 
Como diría Obélix a Astérix ; “están locos estos romanos” . Sí, parecen estarlo. A la vista del espectáculo que están ofreciendo día sí, día también, no cabe otra hipótesis. Y en el despropósito no se libra prácticamente nadie. Ni el mismísimo rey. El “emérito” no, el otro. El que, según su Constitución debería mantenerse en una posición arbitral y de moderación entre instituciones. Debería, pero que no está. Es como el VAR futbolero que siempre impone el peso de la legalidad a favor de la camiseta blanca. El monarca actúa igual. Cada vez que interviene, lo hace de parte. Después de su infausta intervención sobre Catalunya en el 2017, ahora ha vuelto a cometer un error en el mismo sentido, publicitando un comentario extemporáneo sobre su ausencia en un acto de entrega de despachos del curso judicial celebrado en Barcelona. Inasistencia, engordada de polémica política, al divulgar desde la Zarzuela que la ausencia real del evento protocolario judicial no fue por propia voluntad sino por el mandato expreso del Gobierno de Sánchez. Una decisión que sentó muy mal al Borbón y que así lo expresó, saltándose todas las reglas de “moderación” y neutralidad exigidas constitucionalmente.

Es curioso, el jefe del Estado criticando al Gobierno del Estado. Y viceversa. Ministros del Estado criticando al Jefe del Estado. Y todo ello, para rizar el rizo, aireado por Carlos Lesmes, el hoy polémico presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo y con anterioridad alto cargo en varios gobiernos del Partido Popular.

La trifulca se contextualiza en el irrespirable clima en el que los órganos judiciales constitucionales están caducados y su necesaria renovación es bloqueada sistemáticamente por el PP. ¿Por qué? Porque mientras no se produzcan cambios, las mayorías elegidas por los de Génova cuando eran gobierno, seguirán dominando los organismos jurisdiccionales.

Y mientras eso continúe pasando y se perpetúe la barbaridad de judicializar toda la actividad política, se seguirán produciendo sinsentidos como la inhabilitación de un presidente de la Generalitat por la exhibición y no retirada en plazo de una pancarta en edificio público. O se absolverá a quienes condujeron a uno de los principales bancos del país a la más absoluta quiebra en una salida a bolsa fraudulenta e irregular cuya consecuencia directa fue la intervención pública de dicha entidad y su rescate multimillonario con el dinero que pagan todos los contribuyentes.

Las decisiones judiciales han sustituido a la política en una mutación de la democracia sumamente peligrosa. “La ley está para ser cumplida” repetía en el pasado Mariano Rajoy.  Cuando esto sostenía con una mano, con la otra, desde su gabinete se utilizaban fondos reservados y se articulaba una “policía patriótica” para impedir que los “chanchullos” internos del PP fueran aireados o para impedir el legítimo derecho de la sociedad catalana de decidir su futuro.

Así, se construyeron pruebas y tramas que deslegitimaran al movimiento soberanista en Catalunya convirtiendo a jueces y policías en servidores de una “estrategia de Estado” en defensa de la “unidad de España”. Cloacas y poderes ocultos utilizados impunemente en tramas que hoy se investigan –Kitchen- y cuyas revelaciones conocidas a través de los medios de comunicación permiten vislumbrar que algunos convirtieron el Estado de derecho en un “estado de desecho”.

Sí, se han vuelto locos estos romanos. A pesar de que la pandemia del COVID sigue extendiéndose sin freno y la crisis económica aprieta, los principales actores políticos del Estado se siguen empeñando en emponzoñar el ambiente, acentuando y extendiendo la crisis por doquier. Crisis en la sanidad, en la economía, en la política, en la estructura territorial del Estado e incluso en sus instituciones representativas, incluida la corona.

El despropósito es mayúsculo y la responsabilidad está ampliamente compartida. Desde Ayuso y su indolencia naíf que desgobierna por incompetencia y con mentiras el corazón peninsular, hasta el mismísimo monarca coronado al que unos y otros invocan como si fuera un ariete con el que embestir al contrincante mientras él mismo se enreda y patina por su intromisión pública en un momento en el que la institución que representa ha perdido toda la credibilidad por la golfería y el descrédito de su antecesor.

Estos romanos están locos, como una cabra. Con la que está cayendo, son incapaces tan siquiera de ponerse de acuerdo en lo más urgente; afrontar la expansión de la enfermedad. Unos y otros juegan al tacticismo. A ganar posiciones respecto al adversario. No a afrontar decididamente los focos de conflicto o los problemas abiertos que continúan agravándose con riesgo de podredumbre.

Todo está desquiciado. Salido de madre. “Patriotas” enloquecidos denuncian una supuesta conjura de proetarras, separatistas, comunistas y republicanos. Se inventan una catástrofe política en la que permanentemente el gobierno del “felón” Sánchez “vende España” a cambio de su estabilidad en la Moncloa. Como si a alguien le interesara su compra. Realidades ficticias que incendian discursos cuasi tabernarios en las sesiones de control parlamentario. Argumentos de brocha gorda que quizá satisfagan a los hooligans propios pero que exasperan a una mayoría social cansada del delirio de quienes se dice representarles. Una mayoría harta de la incompetencia de sus dirigentes.

Por si el jaleo que se traen entre unos y otros fuera poco, solo faltaba en el panorama de locura el ingrediente de la “moción de censura” de Vox. Presentada al límite de septiembre y con “Leónidas” Abascal como “candidato” del sainete ultra, nos aprestamos a otro momento desolador de tardofranquismo cuyo aperitivo, para abrir boca, ha sido la retirada de los nombres de Largo Caballero e Indalecio Prieto del callejero madrileño. Según han explicados los ediles madrileños que han propiciado la eliminación pública de los socialistas de las rúas de la villa del oso y el madroño, la decisión se ha soportado en la aplicación de la ley de “Memoria histórica”. ¡Mátame camión!

La política española vuelve a las andadas. Al lodazal de las provocaciones. A la vergüenza ajena. Debemos procurar que el zafarrancho no nos salpique, aunque resulte complicado situarse fuera de la melé. Nuestras preocupaciones deben centrarse en lo que de verdad importa. En superar la pandemia con medidas efectivas y con cualificación médica y profesional. Con responsabilidad individual y grupal. Y con la alerta temprana de identificar rápidamente los brotes, los contagios, para aislarlos y evitar que se expandan.

Mientras no podamos doblegar a la enfermedad con una vacuna, el desvelo de nuestras autoridades debe estar en evitar el colapso de nuestro sistema público de salud para garantizar un servicio adecuado y efectivo a quien lo requiera.

Y nuestra segunda ocupación debe centrarse en recuperar el pulso económico y de empleo en Euskadi. El impacto del confinamiento, del parón de la actividad industrial, comercial, de los servicios, sigue aportando datos negativos a la economía del país. Nuevas amenazas de empresas que anuncian despidos. Nuevas iniciativas empresariales –pequeñas, medianas y grandes- que advierten que sobrevivir les será complejo.

 Pero no todo son malas perspectivas. En paralelo, podemos observar una ligera tendencia de recuperación en determinados sectores que nos hacen abrigar la esperanza de que la regeneración, aunque lenta, está por llegar si hacemos las cosas bien.

Hacer las cosas bien es haber pactado con el gobierno español un acuerdo en la comisión mixta de Concierto. Acuerdo que posibilita cubrir con endeudamiento la caída recaudatoria provocada por el COVID. Margen de endeudamiento para el Gobierno vasco, las diputaciones forales y los ayuntamientos de Euskadi. Margen de déficit para el presente ejercicio, y para el siguiente. Una medida que facilitará hacer presupuestos. Y que cubrirá en buena parte la merma de recaudación, posibilitando la no aplicación de recortes en los servicios públicos.

Hacer las cosas bien es comenzar a establecer prioridades de cara a que proyectos vascos puedan optar a los fondos europeos que han de llegar para la dinamización de la economía. Proyectos que sean estratégicos, que supongan un salto en la modernización, en la transición energética y el afianzamiento de nuevos sectores productivos. Hacer las cosas bien es seguir pensando y trabajando para nuestra aldea irreductible frente los romanos que nos rodean y que se han vuelto locos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario