Es difícil contener la respiración de forma prolongada. Por lo general se estima que una persona normal puede aguantar sin respirar un máximo de dos a tres minutos. Mucho me parece a mí. Sin embargo, esta semana llevamos sin alentar desde la madrugada del miércoles hasta el día de hoy.
Entonces nos levantamos de la cama confiando que la “pesadilla” de Trump se hubiera disipado en la cita con las urnas que los norteamericanos habían tenido para elegir a su presidente.
A una mayoría de vascos -también a mí- nos resultaba impensable que Donald Trump revalidara en las urnas la comandancia en jefe de la primera potencia mundial. Su disparatada gestión, analizada con ojos europeos, nos había alimentado la segura esperanza de que el electorado estadounidense le terminaría desalojando de la Casa Blanca. La imagen impresentable que de él teníamos -y tenemos- había hecho que ni tan siquiera nos hubiésemos parado a pensar si su adversario en las urnas, el septuagenario Biden, representaba una alternativa atractiva para quienes tenían que depositar su voto el segundo martes, después del segundo lunes de noviembre. Dábamos por hecho que cualquiera que los demócratas hubieran presentado a los comicios habría derrotado ampliamente al extravagante magnate de los twits y las “fake news”. Hasta el pato Donald. Y con ese simplismo, menospreciamos la voluntad y el pensamiento de los norteamericanos.
Con nuestra proverbial “superioridad moral” de europeos, dimos por hecho que el “fantoche” sería derrotado por una amplia mayoría de votos. Así lo decían las encuestas. Y la lógica. La nuestra, claro está. Con esa seguridad nos acostamos el martes, a sabiendas del record de movilización y del voto anticipado que se había producido al otro lado del océano. Quienes no seguimos en directo las noticias del recuento, despertamos y nos quedamos sin aliento.
Trump aventajaba a Biden en el primer escrutinio abierto en los estados. Era una repetición de lo vivido en 2016. No aprendimos nada. Lo único que nos evitó el shock, fue la comparecencia del candidato demócrata, que sin el triunfalismos avanzó que no todo estaba dicho ya que , según sus datos, los millones de votos emitidos anticipadamente , le acercarían a la victoria.
Desde entonces no hemos sido capaces de recuperar el resuello. Bien porque el panorama no terminaba de aclararse o porque la tensión en las calles, alimentada por la infundada acusación de fraude, amenazaba un final desastroso de este episodio. Y no nos olvidemos que hablábamos de la primera potencia mundial. Un país que si se constipa, estornudamos todos.
El panorama parece, por fin aclararse. Trump, sus mentiras, sus amenazas comienzan desvanecerse a medida que la victoria electoral de Biden toma cuerpo. Podemos empezar a respirar.
Menudo susto. No es de extrañar por lo tanto que hasta la gente corriente, a la que ni le va ni le viene la actualidad internacional, haya sentido congoja ante el comportamiento electoral de la “américa profunda”. Nos hemos vuelto a pasar de listos. Aceptemos también en este caso que creemos saber mucho más de lo que en verdad conocemos. Seamos más humildes a la hora de hacer nuestros juicios de valor. Quizá así la realidad, la existente, no la que nos gustaría que fuera, nos deje sin respiración y con cara de tontos.
En este mundo los hay tontos, muy tontos y bobos esféricos. Según Forrest Gump, “tonto es el que hace tonterías”. Los “muy tontos” son los que, además de hacerlas se vanaglorian de ello. Los bobos esféricos son especímenes sin aristas. Los mires por donde los mires son bobos. Sin más.
Tontos parecían los que los pasados días salían a la calle al grito de “libertad” y como acto reivindicativo de albedrío se dedicaban a quemar contenedores y destrozar mobiliario urbano. Y todo ello “subido” a la red “Instagram” por los propios portentos de la imbecilidad humana.
Muy tontos resultaron ser los que en un chalet de Toledo (en Seseña), se dedicaron a contravenir todas las medidas dictadas por el estado de alarma en una fiesta ilegal comunitaria. El video grabado por la guardia urbana recordaba a los integrantes del Frente Judaico Popular de “La vida de Brian”. Ni más ni menos que noventa y cinco jóvenes disfrazados de “Halloween “ intentando pasar desapercibidos en el interior de una casa atiborrada de alcohol y otras dogas ilegales. Algunos, en su afán de invisibilidad trataron de salir por los tragaluces del techo y otros se ocultaron dentro de los armarios. Invisibles a plena luz. Muy, pero que muy tontos. Como suele decir una buena amiga, gente a la que le falta una patata para el kilo. O un buen hervor.
Una “fiestuki” de tontos, muy tontos, que, además de pagar por el evento cerca de 600 euros, deberán abonar las sanciones correspondientes por, entre otras razones, el quebrantamiento del estado de alarma, la posesión de sustancias prohibidas o el incumplimiento del uso de mascarilla obligatoria.
Pero para “bobo esférico” el muchachote que en Barcelona, en el marco de los incidentes contra el estado de alarma, participó en el destrozo de lunas y posterior saqueo de una tienda de deporte. El “bobo” en cuestión apañó en el interior del establecimiento una bicicleta de montaña y se la llevó con total impunidad. Horas más tarde, el tarugo puso a la venta en “wallapop” -por 140 euros- la bicicleta sustraída dando referencia de su domicilio. Los mosos de escuadra no tardaron mucho en localizar al “ladrón de bicicletas” y poner su esférica figura a recaudo del juzgado de guardia.
Parece mentira, pero la estupidez humana supera cualquier límite imaginable. Los hospitales llenándose de personas afectadas por el coronavirus y una parte, no sé yo si mucha o poca, de nuestra sociedad, entregada al mambo. Ay ama!
Somos de lo que no hay. Clamamos por endurecer las medidas para frenar los contagios y somos incapaces de cumplir las que hoy ya están en vigor. La culpa, como siempre, los demás, cuando no el gobierno de turno.
Me he negado a vincular la crisis sanitaria con razonamientos puramente políticos. He creído, y lo sigo haciendo, que intentar sacar tajada de un problema de salud pública resulta impresentable y mezquino. Que solo los miserables son capaces de utilizar la preocupación pública por la pandemia como arma para socavar el prestigio de un gobierno u horadar la solvencia de un partido rival. Pero las evidencias han demostrado que en Euskadi todo es posible. La primera organización de la oposición y sus dirigentes llevan más de dos semanas utilizando la lucha contra el COVID como un ariete de desgaste político. El doctor Otegi, la doctora Iriarte, la licenciada Ubera o el galeno Rodríguez han prodigado estos últimos días sus apariciones públicas para decir a la población que las autoridades sanitarias e institucionales no nos dicen la verdad. Que sus decisiones contra la propagación de la enfermedad llegan tarde y con escasez de recursos. Que nos engañan dulcificando y dosificando el mensaje de que pronto nos encerrarán a todos en los domicilios (cosa que ellos mismos habían reclamado profusamente).
En su apuesta por presentarse como expertos en epidemiología les ha faltado el atrezzo; el fonendoscopio y la bata blanca. Pero todo se andará. Ruedas de prensa, apuntes en el blog, citas en redes sociales, entrevistas…todo para “alertarnos” de la incompetencia de nuestros gobernantes. Abstrayéndose de que situaciones similares a la que aquí se vive acontecen en toda Europa occidental. En todo el Estado o aquí mismo, en Navarra. Coyunturas análogas con el mismo nivel de incertidumbre, de gravedad, de desorientación provocada por un fenómeno imprevisible. Sin embargo, esas realidades no existen para los “virólogos” de EH Bildu.
Cabrea la impostura de quienes alimentan la alarma y la zozobra entre la gente. Consterna la falta de escrúpulos y avergüenza el interés carroñero de una acción política más propia de VOX que del principal partido de la oposición en Euskadi. Dejen de hacer lo mismo que Trump (presidente al que felicitaron hace cuatro años), acusar sin pruebas. Abandonen el ridículo y sumen su influencia a los esfuerzos institucionales por hacer ver a la ciudadanía que no habrá soluciones mágicas a la enfermedad más allá del compromiso individual por impedir que el virus se expanda. El objetivo no es ni derrotar a Urkullu, ni al PNV. El objetivo es garantizar la salud de la gente y el sostenimiento de los servicios sanitarios que atienden la adversidad. Vuelquen sus esfuerzos en eso y cierren de una vez su consultorio de recetas impostadas.
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