sábado, 6 de febrero de 2021

CONFUNDIR EL CULO CON LAS TÉMPORAS

Tendemos a olvidar lo importante que para la anatomía humana tiene el culo. Más que el culo, la cloaca por la que evacuamos normalmente los desechos que nuestro organismo produce  tras el proceso de transformación  y optimización de recursos variados. Si la boca es, por así decirlo,  la puerta de entrada, el ano  es la de salida.  Al menos en teoría.  Algo así como  el alfa y el omega  del cuerpo humano.  Por eso, desde siempre, la investigación  médica ha prestado mucho interés a este extremo corporal..

 Cuando  hace unos años  caías enfermo y la gripe o cualquier otra dolencia te conducían a la cama en un proceso febril, los médicos, además de los jarabes o los vahos de eucalipto para abrir los bronquios, terminaban  por recomendarte dos  remedios medicinales que yo odiaba con  toda mi alma; las inyecciones  y los supositorios.

Con las inyecciones no podía. Dos Paco, que así se llamaba el médico de cabecera,  no solía ser  muy proclive a  recomendar inyectables, pero cuando  la dolencia era más fuerte que un catarro no dudaba  en extender aquella ilegible firma en la receta.  Normalmente para administrar aquellas dosis se requería a un practicante.  El nuestro  era Félix y tenía un pequeño local a la vuelta de la esquina. Pocas veces  fui yo allí, porque lo normal es que Félix viniera a casa. Aquel hombre pulcro, siempre trajeado y con un bolsito de mano, era muy educado. Sacaba la jeringa de un estuche  metálico, colocaba la aguja hipodérmica, la introducía en el frasco, sacaba la dosis y empujando el émbolo para eliminar el aire  se preparaba para la operación.  La aguja me parecía enorme y el rito de ver como  de su punta  surtía un chorrito de líquido presagiaba el drama.  Yo no me dejaba. Con las posaderas al aire me ponía duro como un pedernal y en aquellas condiciones pincharme era imposible. De lo burro que me ponía,  los intentos por clavar la banderilla  fracasaban, a pesar de intentarlo en múltiples ocasiones. Así que todo terminaba con un azote que relajaba momentáneamente la tensión y entonces  llegaba la estocada.

El catarro solía pasar pero una de sus secuelas era terminar con el culo  lleno de cardenales. De los supositorios, mejor no hablo. Qué sensación  más “larri”. Si el artefacto estaba demasiado frío, su lanzamiento  hacia las profundidades causaba  dolor. El  esfínter  se  resentía  y su tentación  era  expulsarlo, con lo cual el proceso tenía que repetirse. Si  el cohete  se calentaba, corría el riesgo de fundirse en la superficie sin alcanzar el objetivo. Y cuando todas las condiciones  propiciaban  un tránsito certero hacia el interior  de la caverna, fuerzas desconocidas provocaban una reacción química  de descomposición. Vamos, que te cagabas  y el medicamento acababa en el fondo del retrete. Asqueroso ¿verdad?

Con esos antecedentes, no me ha cogido por sorpresa  la última novedad médica. No tenía ninguna duda de que  terminarían  por imponerse, y al fin han llegado. Los primeros en utilizarlos han sido los gallegos.  Tan reservados ellos y, al mismo tiempo, innovadores como pocos. Ya están aquí los PCR anales.

El mecanismo de los nuevos test es el mismo que los que ya conocíamos. La única diferencia estriba en  que, en lugar  de hurgar por la garganta o las fosas nasales en la búsqueda de mucosas de cara a conocer si una persona se encuentra infectada por el virus, el bastoncillo con el reactivo correspondiente  se introduce por el ojete y se recogen muestras de heces que a continuación son  analizadas.

Según fuentes médicas, las PCR nasofaríngeas investigan  la puerta de entrada del virus que accede al organismo por las vías respiratorias. En el caso  de la prospección rectal, según han determinado especialistas chinos, el coronavirus  permanece por más tiempo en el paciente  por lo que esta técnica, que se presenta como más eficaz que las anteriores,  sea más adecuada a la hora de establecer la posibilidad de dar el alta hospitalaria a pacientes con COVID -19.

La práctica de los test anales no es dolorosa y apenas  dura unos segundos  si bien  los detractores de la misma  consideran que la exploración   es mucho más “embarazosa” que las pruebas  realizadas hasta ahora. Sin embargo, a pesar de la incomodidad  o de la indecorosa situación del paciente, los defensores de esta práxis estiman que los análisis anales para hallar el coronavirus son más eficaces y además evitan expulsar aerosoles.  Nada dicen  de otros posibles efectos secundarios, bien sean sólidos, líquidos o gaseosos.

Conocida la noticia, enseguida han surgido  los “memes” y las “ocurrencias” graciosas de todo tipo. Si la especie humana utilizara  la mitad del ingenio demostrado en hacer chanzas en solucionar los problemas de la gente, viviríamos  mucho mejor todos.

Lo que no tiene ni pizca de guasa es la evolución de la pandemia en nuestro ámbito. El número de infectados –a pesar de que las estadísticas  parecen augurar  un descenso  en la intensidad de los contagios-  continúa siendo elevadísimo. Tal magnitud de casos positivos deja tras de sí  unas dolorosísimas  cifras de víctimas mortales  y de personas ingresadas en centros hospitalarios  y en unidades de cuidados intensivos.  Según nos dicen, la actual  tendencia de propagación del COVID 19  parece iniciar una nueva fase decreciente. Sin embargo, no podemos  pensar que el fin de la pesadilla comienza. Epidemiólogos de prestigio, indican que esto irá para largo y nos previenen de una “cuarta ola” provocada por las nuevas “cepas”, unas mutaciones  del virus mucho más  agresivas en lo que a afecciones se refiere y que según dichos expertos,  multiplicarán, avanzado el próximo mes de marzo el número de casos  contagiados. 

No, esto no se acaba y las perspectivas  siguen siendo preocupantes a tenor de la lamentable actuación de las multinacionales farmacéuticas en relación a la fabricación y posterior distribución de las vacunas, incumpliendo los compromisos contraídos con la Unión Europea. Así que, habrá que continuar armados de paciencia y sin olvidarse de cumplir con los elementos básicos de prevención –higiene, distanciamiento, mascarilla…- que son, a falta de compuestos de inmunización,  la única garantía de hacer frente al virus.

La población en general  empieza a dar muestras de fatiga social tras un año  de  excepción sanitaria y de restricciones en los comportamientos individuales y colectivos.  Fatiga y cansancio ante la incertidumbre lo que ha generado un fenómeno inusual en nuestro ámbito; el abandono de cualquier  pretensión previsora. Ya no se establecen reservas, provisiones para el mañana. Porque nadie es capaz de interpretar qué pasará en el futuro, por inmediato que este sea. Lo que se vive con intensidad es el presente, el día a día, que es la única realidad incontestable.

La fatiga puede ser observada a simple vista. Todos hemos cambiado. Nuestro temperamento también. Los únicos que no parecen haber cambiado son los que, utilizando ahora la pandemia y la limitación de actividades, intentan soliviantar la convivencia incumpliendo normas y atacando al orden establecido con violencia  e intolerancia.  Los mismos que  ayer amenazaban  y se enfrentaban a la policía lanzando botellas y  piedras  y destrozaban  mobiliario público. Son los mismos tarados  de siempre. Los que no pueden despegar su actividad vital de la “borroka”.  Aunque esta se justifique ahora como reivindicación del botellón.

No es una “fake news” inventada por el PNV  como desde la Izquierda Abertzale  se ha señalado intentando eludir responsabilidades. Tampoco es un intento de criminalizar a la juventud ya que muchos  de quienes actúan con violencia  frente a las limitaciones sociales  dejaron de ser chavales hace ya un tiempo. Es un fenómeno complejo, que  ha quedado como resquicio de un pasado en el que la utilización de la fuerza con intencionalidad política  constituyó un hábito permanente de destrucción y protesta.

Tenemos – también la Izquierda Abertzale- un problema  con inadaptados sociales que rechazan la convivencia colectiva  y solo piensan  y actúan en clave individual. El problema no es político ni de relato, como lo explicaría Maddalen Iriarte. La cuestión es previa a todo eso. Es que  aún hay gente en este país  que cree que puede imponer  sus planteamientos  por la fuerza y al margen  de las normas de convivencia. Y poner freno a esos comportamientos totalitarios, deslegitimarlos y denunciarlos  es labor de todos. También de la Izquierda Abertzale.  Y quien vea  en esas actitudes sectarias una manera de acción política  se equivocará como quien confunde el culo con las témporas.

 

 

 

 

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