sábado, 17 de abril de 2021

POLÍTICA DE LAS COSAS

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez  compareció el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. Lo hacía, inicialmente, para informar sobre la situación de la pandemia, un requisito exigido  por Esquerra Republicana de Catalunya para aprobar en su momento la declaración del estado de alarma hoy en vigor y que el jefe del ejecutivo español se había comprometido a cumplimentar cada dos meses.  Sin embargo, Sánchez que sabía  de los reproches  que la intervención de su gabinete iba a tener por la desastrosa gestión  del ministerio de Sanidad en relación a las vacunas y los bandazos lamentables  protagonizados por su titular, Carolina Darias,  se sacó un conejo de la chistera e incorporó un punto más  en el orden del día de la consabida comparecencia. Hablaría, además del COVID y de las todavía negras expectativas sanitarias que nos envuelven,  del plan que su equipo ha diseñado para la recuperación económica.

 

La oportunidad era tentadora. Hablar  de lo que Sánchez quería eludiendo  cualquier debate  que le supusiera un desgaste innecesario. Así, estableció una ecuación, que sus especialistas en marketing dibujaron a modo de pura propaganda; fin de restricciones, vacunas, inmunidad, vacaciones, turismo. Paz y amor  para todos. Verano azul pero sin “chanquete”.

 

El proyecto de “resiliencia” anunciado  tenía poco de novedoso pues hasta en ocho circunstancias diferentes  y con contenidos análogos  había sido ya públicamente presentado por el inquilino de la Moncloa, siendo la última ocasión de su “alumbramiento” una rueda de prensa celebrada tras el Consejo de Ministros, a escasas horas antes del inicio de la sesión parlamentaria. “Cortesía” parlamentaria de taberna o una manera poco elegante de pasarse el filtro de control por la pernera del gobierno.

 

 El “truco” del ilusionista Sánchez tenía en esta ocasión un conocido aroma de cocina de “aprovechamiento”. Un inconfundible tufillo electoral. Y es que toda la actividad pública, institucional y política  del Estado se ha convertido, por conveniencia  de populares y socialistas en la verbena de la paloma,  una pugna entre “chulapos” y “chulapas”  donde  se baila a ritmo de chotis castizo.

 

Sánchez, en el papel del “Pichi” que “castiga”, quiso sacar pecho y a su promesa repetida de vacunación masiva para el verano o al anuncio reiterado y temerario de que no prorrogará el “Estado de alarma”, aportó un “huevo duro” más  a su gallardo liderazgo de “carismático” timonel de la “nación española”. Así se presentó en la carrera de San Jerónimo con su Plan para la Recuperación, una herramienta aprobada como el “estímulo”  mágico que hará, según él,  que la economía, sumida en la depresión, rebote y cambie la tendencia de la crisis.  Algo así  como el cuerno de la abundancia  que dotado de inmensos recursos económicos servirá para “regar”  de riqueza el actual panorama de empobrecimiento. 

 

Resulta triste que cuestiones tan serias  sean abordadas como una representación de puro  efectismo. Es como si los problemas que afectan al crecimiento económico pudieran aliviarse por un plan de “abra-cadabra”,  de prestidigitador avanzado, sin que se conozca en realidad de qué estamos hablando.  Porque, en verdad, más allá de las promesas  de inversiones millonarias, de las expectativas formidables que hablan de 140.000 millones de euros que supuestamente vendrán desde la Unión Europea para incentivar las reformas y la modernización de la economía; más allá de la compra-venta de ilusiones y de la fanfarria publicitaria que acompaña a  Pedro Sánchez y a sus grandes palabras, grandes inversiones, grandes proyectos que se enuncian una y otra vez, ¿qué podemos esperar de todo esto? ¿Qué es ese plan de recuperación del que todos hablan  y poco se concreta?

 

Por mucho que se haya intentado, nadie parece tener información suficiente para identificar de qué hablamos cuando nos referimos a las expectativas negociadas por el gobierno español con Bruselas. Se nos ha dicho que los fondos europeos de recuperación económica dispondrán de 140.000 millones de euros. Que a cambio del dinero se  deberán activar  reformas que nos trasladen a un nuevo tiempo. A un tiempo de transición, en lo energético, en lo digital, en lo industrial,  en las relaciones laborales, en lo demográfico, en la igualdad de oportunidades. Sí el tiempo que puede ser una revolución. Pero nada se concreta de los deberes que Bruselas  ha puesto al gobierno español en materia fiscal, de pensiones o  de legislación laboral.

 

El plan presentado por Sánchez  -que ojo, no es el definitivo-  contiene mucha literatura. En más de doscientas páginas  aparecen cuatro ejes de actuación de los que cuelgan  10  políticas a modo de palanca de las que, a su vez, se desprenden 30 componentes en las que se proponen más de 210  medidas a ejecutar. Un follón tremendo con mucha retórica donde las palabras más utilizadas son “modernización”  y “resiliencia”.  

 

Palabras y conceptos. Publicidad y desorden. Como dijera Aitor Esteban ante la Cámara baja española, el cacareado plan  de “recuperación y resiliencia” es como la hidra de mil cabezas. Una alternativa sin madurar en la que cada brazo gubernamental plantea sus condiciones particulares de concurrencia y de ejecución. Un caos en el que nadie se aclara. Ni comunidades autónomas, ni empresas, ni la patronal.

 

El único actor que parece tener claro qué hacer, dónde y cómo es el gabinete que preside Sánchez. Todo pasa por su cedazo. Ahí no hay ni cogobernanza, ni decisiones compartidas, ni descentralización,  ni puñetas. Es el “poder central” el que decide que se hará y qué no. Qué dinero se destinará, donde y con quien. Las Comunidades autónomas quedan reducidas a meras receptoras de unas partidas económicas que establecerá discrecionalmente el “Gobierno de España”. Es, en definitiva, una estrategia de control centralista que, según los teóricos del socialismo, responde a criterios federalizantes, pero que rezuma jacobinismo y subordinación. Y que nada tiene que ver con el sistema autonómico dimanado del ámbito constitucional.  Federalismo simétrico y punto. 

 

La pandemia y su gestión extraordinaria nos han dejado como consecuencia esta amenaza. So pretexto de la eficacia, las decisiones se toman en Madrid y las planificaciones las asume en exclusiva el Gobierno del Estado. El resto de instituciones, debe renunciar a su capacidad de autogobierno y obedecer sin rechistar. Porque, al parecer, la “eficiencia”, pasa por reforzar el centro frente a la periferia. Aunque se hable de cogobernanza , de comisiones interterritoriales, de “cumbres de presidentes” en las que, indisimuladamente, siempre es Sánchez quien decide. Y, a veces, sus determinaciones  ni siquiera  pasan por la cortesía informativa.

 

La lucha contra la pandemia, la construcción de sistemas legales que amparen con seguridad jurídica las decisiones que se adopten territorialmente para hacer frente a los contagios y en defensa de la salud pública; las acciones que promuevan la recuperación económica, son objetivos básicos  que necesitan claridad, rigor, compromiso y seriedad en la gestión. Sobra en este ámbito la propaganda y, mucho más, la controversia partidaria de corte electoral.

 

El nacionalismo vasco permanece expectante ante el panorama que los dirigentes españoles han decidido priorizar;  unas elecciones territoriales situadas por encima de la  emergencia sanitaria y económica que nos continúa ahogando. Electoralismo partidista frente a las consecuencias sangrantes de una crisis múltiple. Grandes palabras, huecas e inservibles, frente a la  necesidad de arrimar el hombro. Grandes promesas, grandes proyectos  frente a algo tan sencillo como acabar con la burocracia, plasmar los compromisos ya presupuestados y aprobados o ser diligentes con la resolución de problemas que estando al alcance de la mano se pudren en un cajón por la inacción de servidores públicos incompetentes que se sienten “guardianes de las esencias” y que actúan arbitrariamente  dificultando  la materialización de los acuerdos. Cosas de la política, frente a la política de las cosas.  

 

Pedro Sánchez podrá, con su varita mágica, intentar persuadirnos de que miles de millones de euros vendrán pronto a nuestro rescate. Pero, mientras  no sea capaz de cumplir –por poner dos ejemplos- con la firma de un convenio para hacer posible el soterramiento de una línea férrea en Zorroza o se apreste a eliminar los pasos a nivel del tren en Zalla, (compromisos adquiridos que debían  de estar ya en ejecución),  no gozará de la credibilidad  que un “socio preferente” espera  de su partener.  Política de las cosas. Así de simple.

 

 

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