Desde que Pedro Sánchez puso en marcha el temporizador, contando los días que, según su calendario, faltaban para alcanzar la inmunidad colectiva de la pandemia, todo ha sido un “corre-corre” atropellado, desaforado, sin control ni sentido. Como pollo sin cabeza.
La decisión de no prorrogar el “Estado de alarma” fue el inicio de una cuenta atrás que establecía “un nuevo tiempo”. El tiempo del turismo.
Sí, puede resultar frívolo, pero detrás de la nueva estrategia inaugurada con vehemencia por el inquilino de la Moncloa, se encuentra la necesidad que tiene España de arrancar con la campaña turística. No olvidemos que el turismo, según datos de 2019 –pre pandemia- se convirtió en el sector que más riqueza aportaba a la economía del Estado, con un total de 176.000 millones de euros anuales, lo que representaba el 14,6% de su Producto Interior Bruto, además de 2,8 millones de empleos .
Esa tasa se redujo hasta el 5,5% en el 2020 con la llegada del coronavirus. Por eso ahora, cuando la situación epidemiológica mejora, pero no desaparece, Sánchez se ha propuesto recuperar el espacio perdido. Para ello, para que los turoperadores comenzaran a programar ofertas vacacionales en España, necesitaba hacer desaparecer la excepcionalidad del Estado de alarma. Necesitaba abrir las fronteras, los aeropuertos, a los potenciales viajeros. Quitarles el miedo ofreciendo una “seguridad” de cartón piedra que les motivara a trasladarse, a contratar sus vacaciones y, con ello, estimular a una hostelería escuálida y al borde de la quiebra tras meses de inactividad forzosa. Y hacerlo, además, antes que sus competidores -Italia por ejemplo- abra el escaparate de su oferta de destino con atractivas promociones que oculten el impacto de la COVID.
Amparado en el ritmo de vacunaciones, a pesar de que el Gobierno central no pone ni una sola dosis de las vacunas –solo centraliza su llegada y reparto a las comunidades autónomas- y en el descenso de las tasas de infección, Sánchez nos ha emplazado a todos a celebrar la nueva “anormalidad” del verano. Ilusión de un estío sin restricciones –algunos empiezan a pedir el abandono de las mascarillas-. Panorama de postal, con sol, paella, sangría y, para los “guiris” , dosis extra de “veterano”.
Basta ver la campaña publicitaria titulada “Te mereces España”, dirigida a la atracción del turismo internacional, para percibir el “país de jauja” que se pretende para los próximos meses. Ni fondos europeos, ni reformas pendientes, la recuperación pasa por el turismo. Es el pentecostés ansiado.
Desde que Ayuso arrasara en Madrid con su mensaje de “cañas y patatas bravas”, se ha impuesto la filosofía política de solo emitir noticias positivas. Es como si los dirigentes del país que sufrimos hubieran abdicado de la realidad para entregarse a relatar “el cuento de la buena pipa”. Hablar y hablar sin escuchar. Quizá piensen que el hartazgo de la ciudadanía, cuyo deseo más señalado es acabar cuanto antes con esta pesadilla, necesita de placebos positivos. Por eso, aunque resulte una posición incierta e irresponsable, se ha optado por propiciar una “desescalada” acelerada e inentendible en el contexto que vivimos.
En base a esa ficción, a la necesidad de ir creando espejismos de recuperación y retorno a la normalidad, se ha fijado la idea de que la pandemia es el pasado y el futuro que no espera es la repanocha. Hasta el público va a volver a los estadios de futbol o a las canchas de baloncesto, aunque la temporada esté a punto de finiquitar. ¡Qué más da, si las decisiones debieran ser tomadas por los gobiernos autónomos y no por la Moncloa! ¿A quien le importa la legalidad? Cuenta atrás. Ya queda menos. Hay que prepararse para llenar la “Cartuja” en la próxima Eurocopa. Pan y circo. Tic-tac. Ya queda menos. 98-97-96 días para el triunfo.
Inaudito. El pasado es el Estado de alarma. Y el futuro, la “inmunidad de rebaño” (Bééééé!) ¿Y el presente? ¿Se ha olvidado Pedro Sánchez del presente? Las personas que enfermen de aquí a la fecha mágica fijada por Sánchez en el calendario ¿no existen? ¿Qué son? ¿Víctimas colaterales? ¿Y las que fallezcan en el ínterin?
El presidente español ha convertido el presente en un agujero negro. Un paréntesis que ha desaparecido de su agenda. Como ha desaparecido la pretendida “cogobernanza”. La excepcionalidad de la pandemia ha arrastrado los límites de autogobierno marcados en las leyes -Constitución y Estatuto de autonomía- hasta situarlos en el ámbito de la subordinación de decisiones centralistas, revestidas de comisiones “interterritoriales” o incluso de presuntas “cumbres presidentes autonómicos” en las que telemáticamente cada cual echa su rollo y luego Sánchez anuncia sus medidas. Cuando no lo hace al revés; primero hace públicas sus decisiones para, después, dejar que los demás hablen. Cortesía de tiempo perdido. Federalismo simétrico. Café para todos cocinado en la molienda de Moncloa. Jacobinismo de siglo XXI que, de continuar por este camino, nos puede conducir a un conflicto político de graves consecuencias.
Ahora, ha llegado el momento del turismo, ese gran invento que antes promocionó Paco Martínez Soria y que ahora promueve Pedro Sánchez. La cuenta atrás de Moncloa continúa; Tic-tac. 96-95. Es como la canción de “Kortatu” titulada, “revuelta en el frenopático”. “La asamblea de majaras se ha reunido. La asamblea de majaras ha decidido: Mañana sol. Y buen tiempo.” Sánchez cruza los dedos. Confía en su suerte. Espera que su apuesta fructifique. Si su vaticinio falla…
Todo este desbarajuste ocurre mientras en Euskadi, los partidos de la oposición se dedicaban a llevar ante el Parlamento la reprobación de la Consejera de Salud, Gotzone Sagardui. Una “reconvención” registrada en febrero pero activada ahora, en el momento que EH Bildu ha considerado más oportuno para sus intereses. ¿Razones para la censura? Los ya escuchados una y otra vez por quienes, además de “virólogos reputados” son “epidemiólogos de postín” y notarios de una gestión “improvisada”, “mentirosa”, “irregular”, “enchufista” y “corrupta”.
Un “juicio sumarísimo” inverso. Primero se condenaba y luego se buscaban o fabricaban las supuestas pruebas para argumentar la sentencia. Muy en la línea histórica de la Izquierda Abertzale o de lo que se denominó MLNV. Ese pasado oscuro y patibulario que siempre termina por aparecer en los tics de una organización enrocada en su visceral odio hacia el PNV. (De las amenazas de los cachorros de ERNAI hablaremos otro día).
Coincidencias de la vida, el pataleo parlamentario de los grupos de la oposición se desarrollaba el día que veía la luz un informe de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) según el cual Euskadi era la comunidad autónoma del Estado con mejores servicios sanitarios. No. El estudio no lo hizo el PNV. Ni Urkullu. Lo firmó la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), una entidad sin ánimo de lucro declarad de “utilidad pública” que reúne a profesionales de la sanidad de todas las categorías, titulaciones e ideologías políticas y que tiene como finalidad la defensa del sistema público de salud.
Para redondear la extemporalidad de la denuncia de la oposición parlamentaria, veía la luz un nuevo informe –Instituto de Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo- que concluía que Euskadi era una de las regiones europeas mejor valoradas por su gestión de la pandemia, ocupando el primer puesto entre las comunidades autónomas del Estado español.
Gotemburgo es Suecia y allí, que yo sepa, no gobierna el PNV. Lo digo para quienes crean que el estudio es pura propaganda.
Los reconocimientos externos son, a veces, el contrapunto a las miopías autóctonas. Pero todo es susceptible de mejora y los servicios públicos deben perfeccionarse de manera continua.
La pandemia ha demostrado –no solo aquí, en todas partes- que las circunstancias excepcionales ponen evidencia las fragilidades de los sistemas de protección. La incertidumbre, la novedad del desafío, resultan imprevisibles y ahí, en ocasiones, se ven las costuras de los servicios públicos. También a los nuestros. Pero, sin autocomplacencia, deberemos reconocer que pese a todas las tensiones, el Servicio Vasco de Salud ha demostrado – y lo sigue haciendo- una solvencia y una garantía fuera de toda duda. Esperemos que decisiones ajenas, como la arriesgada propuesta de Sánchez de dar por terminada la pandemia en fecha fija, no ponga en riesgo el umbral de resistencia a la enfermedad que comenzamos a obtener.
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