sábado, 12 de junio de 2021

CUESTIÓN DE PRIORIDADES

Cada día que pasa nos inventamos un nuevo paradigma informativo vinculado a la pandemia. La enfermedad  ha estado tan presente en nuestras vidas que la inflación de noticias  generadas en su entorno ha hecho que los medios de comunicación parezcan aquejados de un “síndrome de abstinencia” en el momento que la “normalidad” gana terreno  y lo extraordinario  de una situación de emergencia sanitaria cede terreno.


El coronavirus lo ha sido todo para los medios de comunicación. Hemos desayunado, almorzado, merendado y cenado  con informaciones de todo tipo. Unas relevantes. Otras, no tanto, y muchas de granel. Se ha dado voz a científicos, a epidemiólogos, a virólogos. Y también a opinadores de toda calaña  que han hablado como si fueran expertos. Expertos en divagar.

 

Se ha criticado una cosa y su contraria. Se ha pedido prudencia y en paralelo  se ha frivolizado con la situación.  Nos han colado falsas noticias o “fake news”  por falta de contraste. Nos han  empachado a datos. Datos de garrafón. Sin contextualizar. Sin cotejar. Datos aislados, desagregados de un todo. Como si la mera existencia de guarismos, de porcentajes, fuera, de por sí,  hecho informativo relevante. Y lo único que suponía esa práctica era convertir el “nahaste-borraste” en foco de confusión. 

 

Se han mezclado ámbitos. Lo de aquí y lo de allí  ha compartido  minutos de informativos, de  secuencias televisivas. Sin que nadie supiera  si cuando se mencionaba al “gobierno”  éste correspondía al ubicado en Gasteiz o al que  tenía su sede en la Moncloa.   Daba lo mismo hablar del hospital de Txagorritxu o de una farmacia de Granollers. Lo importante era ocupar espacio. Sí, la pandemia  nos ha pillado a todos a contrapié.

 

Un fenómeno tan grave, tan distinto, tan insólito, tan desconocido,  atropelló a los poderes públicos a la hora inicial de enfrentarse a él (Aquí y en Berlín).

 

Faltaron medios, recursos, certezas. Se improvisó  en la respuesta. Y se cayeron en contradicciones en esa tendencia permanente de prueba-error ante una amenaza  ignota  que lo único que provocaba era incertidumbre y duda.  La crítica pública fue, inicialmente justificable, pero después, en muchos casos, un recurso  indiscriminado. Había razones para la inquietud, pero también para la calma. Pero  en demasiadas ocasiones  se aireó la protesta, por injustificable que esta fuera. Y es que  los humanos  somos especialistas en buscar siempre responsabilidades ajenas,  culpables  en los demás.

 

Más tarde, en la medida que se iba conociendo el alcance y las características de la dolencia, las respuestas se fueron ajustando.  Y el seguimiento  general al comportamiento pandémico  tuvo modelos matemáticos  y científicos que acercaron a lo predecible  la evolución  del virus.

 

Hasta  el día de hoy, cuando  apenas quince meses después del estallido  del contagio masivo se inoculan las vacunas  que en tiempo récord  se han elaborado y superado todos los procedimientos clínicos.  Así, millones de personas hemos sido ya vacunados, en una o dos dosis. Algo, también extraordinario  y excepcional.  En cuanto la administración del suero se socializa, la enfermedad tiende a remitir y con ella se recuperan las funciones de la vida pasada. Se aproxima la “normalidad”.

 

Los medios de comunicación, sus profesionales, deberán también interiorizar  lo que para su ámbito y responsabilidad  ha supuesto este fenómeno. Admitir que su labor informativa de servicio público  ha resultado valiosa  para el conjunto de la opinión pública. Pero, que también  ha sufrido notables desenfoques que es preciso corregir. Con humildad.

 

Ahora que el globo parece deshincharse también toca rebajar, actualizar, la magnitud del espacio dedicado a la pandemia. Cuesta deshacerse del “comodín” temático  que ha servido para casi todo.

 

Hoy, el pretexto de algunos para seguir llevando  el COVID a las primeras páginas  no es la tasa de mortalidad, o la ocupación de camas hospitalarias. Es la coincidencia del proceso de vacunación  con el disfrute de las vacaciones, creando una polémica  superficial  y poco edificante. Sobre todo cuando se sabe que las dosis  de los antídotos patentados poseen plazos determinados para su  implementación  y que su correcta  administración  incide en la protección  básica de la salud de las personas frente al coronavirus.

 

Ahí surge el lío. ¿Por qué las administraciones sanitarias  no aplazan la inoculación de vacunas para favorecer las vacaciones de la gente?  La respuesta, por obvia que parezca, no satisface a algunos que insisten  en contraponer  el derecho al ocio de las personas con las  recomendaciones profesionales de las autoridades  médicas.

 

Hay que recordar que la vacunación no es un hecho obligatorio, que se trata de un acto voluntario y que como tal, cada persona en su fuero interno y libremente deberá  decidir qué es más importante para su vida; la salud o las vacaciones. Así de sencillo y de complicado. Cuestión de prioridades.

 

¿Por qué no llegan a un acuerdo entre territorios para posibilitar  los pinchazos a los  turistas desplazados? También fácil de entender; porque la administración de dosis la hace el Estado  con criterios de proporcionalidad, de población, de demografía.  Dar “movilidad” geográfica de vacunación  supondría –visto lo visto- un descontrol  difícil de asumir y fácil  de atacar por quienes  son expertos en criticar todo.

 

Cada cual debe responder  ante estas premisas desde su libre albedrío y responsabilidad aunque  en el debate haya sorprendentes afirmaciones de quienes ven  en la acción gubernamental de dar prevalencia al calendario de vacunación frente a las vacaciones  un “corazón de cemento” de quienes no tienen “la más mínima sensibilidad hacia los ciudadanos vascos”.

 

Está claro que la COVID, además de afectar al sentido del olfato  entre sus síntomas más leves  también  provoca la pérdida de la mesura y la ponderación, cuando no la ausencia del sentido común.

 

Buen reflejo de que, poco a poco, recobramos  los impulsos de la rutina pre pandémica está en el hecho de que  vuelva el fútbol a los titulares periodísticos. Este  fin de semana comienza la Eurocopa. Y el circo balompédico lo invadirá todo.  Más allá de la polémica en relación al irregular  traslado de la sede de Bilbao a Sevilla o de la pintoresca historia de la vacunación de la escuadra española  a través de personal de las Fuerzas Armadas  (la “roja”  es un símbolo de la “unidad nacional”  a proteger),  las patadas al pelotón  volverán a protagonizar los espacios informativos en los próximos días.  “Pan y circo” con ribetes  patrioteros.

 

La “normalidad” llega  también a la política. En Madrid, se vuelve al ruido  y al garrotazo. Indultos por un lado, corrupción y “Kitchen” por otro y en medio otra foto en Colón.  Retorno al pasado. A la marmota.  Y con el Tribunal Constitucional  debatiendo ahora  sobre la ilegalidad de las medidas  -confinamiento, toques de queda, cierres perimetrales…- adoptadas durante los pasados estados de alarma.  Fiat iustitia, ruat caelum”  Hágase justicia aunque se caiga el cielo.

 

En Euskadi, vuelve el diálogo.  El acuerdo parlamentario de los socios gobernantes  con Elkarrekin Podemos  rompe la trayectoria de bloqueo y deja el frente del “no”  reducido a EH Bildu, PP y Vox.  Un nuevo escenario en el que  se recupera el diálogo y la acción política constructiva se desmarca  de quienes viven permanentemente instalados en la pancarta y en el reproche.

 

Un panorama en el que también comienza a clarificarse  la recuperación económica.  Con un empleo que repunta. Con proyectos que  generan ilusión  y esperanza.  Y con un sociómetro  que certifica la sensación generalizada  de que  nuestras vidas  comienzan a mejorar. Una foto fija prospectiva  que indica muchas cosas. Que la gestión de la pandemia no ha erosionado al gobierno de Urkullu –el político mejor valorado- . O que  la gran mayoría se siente satisfecha  con la eficacia de la administración  y con el sistema democrático en Euskadi. O, que en la medida  que la inquietudes ciudadanas  priorizan  la salud o la calidad de vida,  desciende  la reivindicación independentista. Nada insólito  en un retorno a la realidad paciente  y responsable.

 

Algunos  solo se fijarán en los aspectos identitarios  e ideológicos de esta encuesta.  Pese a que solo sea un dato estadístico, gozarán  con el “descenso  del sentimiento independentista en Euskadi”.  No esperábamos menos de quienes defienden con arrojo  el “unionismo” en el País Vasco.  Es su opción legítima. La de otros, la nuestra,  es recobrar cuanto antes la capacidad  vital perdida  para seguir avanzando. Es, simplemente, cuestión de prioridades.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario