sábado, 19 de junio de 2021

EL ÚNICO “PLAN B” POSIBLE

Comienzo esta cuartilla con la pesadumbre y la desolación que siento al conocer las terribles noticias que, casi a diario,  nos presentan casos abominables de violencia  machista. No llego a entender cómo, avanzado el siglo XXI, en el seno de una sociedad desarrollada como la que vivimos,  se siga prodigando  un comportamiento tan irracional  y tan execrable como el que padecemos colectivamente. Solo en mentes enfermas puede albergarse el odio que se refrenda en la elevadísima cifra de víctimas mortales que pagamos. 
 

Desde el pasado 17 de mayo, más de  una docena de mujeres han sido asesinadas en el Estado y en los cuatro meses  anteriores, otras ocho perdieron la vida  a mano de sus parejas o ex parejas. 

Especialmente dolorosa han sido en estos días los casos de la denominada “violencia vicaria”, una acción terrorífica en el que el agresor utiliza a los hijos e hijas  como instrumento para hacer daño y sufrimiento a la madre. Una acción incalificable  causada por determinados hombres para  ejercer presión hacia las mujeres y lograr su fin de mantener el poder dominante sobre ellas.

 

Hemos visto casos nauseabundos en estas pasadas semanas que han dejado en evidencia la existencia de monstruos sin rasgo mínimo de humanidad. Evidencias de que existe un gravísimo problema real  que tiene como víctimas a las mujeres  pese a que haya aún cafres sectarios que nieguen tal realidad  en una posición de negacionismo impresentable.

 

 Resignarse en la pena  no es la solución. Tampoco, creo, existan fórmulas mágicas  que permitan acabar con un comportamiento tan nocivo como arraigado en nuestra sociedad y que, por desgracia se regenera generación tras generación.

 

No nos queda otra  que mantenernos firmes. Eduquemos a nuestros hijos e hijas  en los valores del respeto, de la igualdad  de las personas. Mantengámonos inflexibles ante cualquier atisbo de maltrato sea este físico o psicológico y no dudemos en fortalecer los controles legales, punitivos y de persecución  de los maltratadores, ofreciendo a las víctimas, y a las mujeres en general, la protección eficaz de un estado democrático y justo.

 

No se me ocurre nada más que decir. Sé que cuando se escribe con las vísceras se pueden cometer errores  de apreciación y, a sabiendas,  incurriré en uno que no es sino un desahogo. Ojalá los asesinos de mujeres, esos que tras cometer  un crimen horrendo creen redimirse quitándose posteriormente la vida, llegaran a  creer en el principio matemático  de que el orden de los factores  no altera el producto  y comenzaran su “receta” de odio por donde la acaban. Nos evitarían  un sufrimiento inmerecidamente injusto.

 

Vomitada esta primera impresión que me consumía desde hace días vuelvo la vista hacia otra agenda menos dramática.  Volvemos al “tran-tran” del tren.

 

Rajoy no podía entender cómo el Tren de Alta Velocidad no había llegado ya al País Vasco. En más de una ocasión, el dirigente gallego, mostraba su extrañeza  a los políticos vascos que se citaban con él en la Moncloa  por el hecho de que el AVE arribara a Zamora y no a Euskadi. La escena parece sacada de un sainete de humor pero no.  “Tenéis razón los vascos en protestar” –solía decir-. Pero aquel reconocimiento, hecho en privado  y según cuentan, con total espontaneidad, siempre terminaba con  promesas  de revertir la situación. Y, sí,  llegaron compromisos presupuestarios. Acuerdos para que las obras avanzasen, pero la construcción  de aquella infraestructura  se encallaba una y otra vez  retrasando y eternizando el proyecto de modernizar, por vía ferroviaria, la conexión  de Euskadi con la meseta.

 

Con la llegada de los socialistas a la Moncloa, el cuento fue idéntico. Reconocimiento formal, voluntad política de enmienda, compromisos firmados. Y, a la hora de la verdad, avance  cero.  O mínimo. Los acuerdos alcanzados para mejorar  las instalaciones ferroviarias en Euskadi han sido múltiples –no sólo vinculadas al Tren de Alta Velocidad- y el resultado obtenido, lamentablemente,  ha sido el siempre conocido; nada de nada. Aunque el delegado del gobierno se empeñe en decir lo contrario o de inculpar al PNV  de la falta de  concreción de las obras  comprometidas (cuanta desfachatez), los pactos suscritos  son ignorados o enmendados unilateralmente desde el ministerio de transportes o desde la sociedad ADIF. 

 

Ni los compromisos de eliminar pasos a nivel, ni la firma de convenios para soterrar trazados, ni la necesaria modernización de vías se están cumpliendo. Ni en dotaciones presupuestarias ni en plazos. Y lo que es peor, desde  los ámbitos funcionariales  ministeriales, se pone en duda  que en algún momento  se lleguen a ejecutar.  Es como el “vuelva usted mañana” de Larra. Burocracia  en clave de identidad nacional. Cuando no falta “un expediente informativo”, se necesita un informe medioambiental, y cuando éste  se consigue tras un retraso en los plazos, lo que  resta es “el visto bueno de Hacienda”.  Siempre hay algo que imposibilita  que las cosas avancen. Y siempre un sencillo expediente de fácil  tramitación duerme en el cajón  de un subsecretario o un director general.

 

Así, los compromisos maduran  y dan vueltas  para regocijo de altos funcionarios que se creen  “guardianes de las esencias patrias” y que mantienen la filosofía  imperial de que “el ferrocarril vertebra a España”.

 

Todo esto ocurre  mientras un ministro como Jose Luis Ábalos  utiliza su cargo como  complemento  a su verdadera función; la de  ser secretario de organización del Partido Socialista. Vamos, que  dedica  al transporte  un tiempo similar  al que un futbolista a entrenar, en contraposición al empleado en la peluquería o en el salón de tatuaje.

 

En paralelo, RENFE, ADIF o quien corresponda sigue  haciendo promociones publicitarias. Viajes de Barcelona a Calatayud desde 9 euros, o el AVE llega ya  a Elche y Orihuela y próximamente arribará a Murcia o a Galicia.

 

Por el contrario, en Euskadi el tiempo sigue pasando sin que se produzcan avances significativos.  Aunque al ministro Ábalos le parezca lo contrario. “Seguimos avanzando en la alta velocidad al País Vasco –ha escrito en Twitter esta misma semana-. El ministerio de transición ecológica  ha resuelto  favorablemente  la evaluación ambiental del estudio informativo de LAV Burgos-Vitoria que se publicará en el BOE en breve”. Buen guion para distraer la mirada ante la falta de eficacia de su gestión  esperable en Euskadi.

 

Lo único reseñable en tal sentido ha sido el pronunciamiento de un consejero vasco –socialista también-  que se ha permitido  apuntar la posibilidad de prever un “plan B”  para el supuesto caso de que el anunciado, comprometido y acordado, soterramiento del AVE en su entrada a Bilbao y Vitoria-Gasteiz no pudiera  ejecutarse. Es una decisión de “sentido común” según ha señalado el consejero Arriola. “Sentido común” es defender los intereses de la comunidad y exigir la ejecución de lo firmado en la búsqueda del bien común.

 

Resulta sonrojante que pueda contemplarse, tan siquiera como hipótesis, la posibilidad de un incumplimiento flagrante  de los acuerdos  contraídos  entre instituciones y, también fuerzas políticas (el PNV) en el marco de la estabilidad y el apoyo parlamentario al gobierno de Pedro Sánchez. 

 

La finalización del proyecto de la alta velocidad ferroviaria en Euskadi, necesita, de una vez por todas, el empujón definitivo  que haga realidad  una infraestructura  vital para la modernización del transporte entre la meseta y Europa y que sufre ya el calvario de más de quince años de obras  sin el impulso  y la voluntad debida por parte de la Administración  general del Estado.  El tren no puede esperar más.

 
La paciencia tiene un límite y en el caso ferroviario, la espera por retrasos continuados, y el obstruccionismo burocrático la está agotando. Solo el inicio de los trámites para una licitación de las obras previstas para acometer el acceso soterrado a las capitales reconduciría la actual situación de desconfianza. Ese sería el único “plan B” que el PNV y las instituciones por él gobernadas  aceptarían.

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