Esta pasada semana llegaron los anunciados indultos del Gobierno español a los dirigentes catalanes encarcelados. Jamás debieran haber ingresado en prisión, ni haber sido condenados pues su actividad se condujo estrictamente por cauces democráticos, siendo su responsabilidad amparada por el liderazgo que una mayoría de la sociedad catalana les había conferido en las urnas.
Jamás debería haberse judicializado y penado el intento de colocar urnas para que la ciudadanía expresara libremente, en Catalunya, su voluntad de convivencia o de independencia en relación con el Estado español.
Fue un error mayúsculo hacer desaparecer la política sustituyéndola por el Código Penal, acentuando un conflicto que, por esa vía, puede convertirse en irresoluble. Desde octubre de 2017, fecha de entrada en prisión de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, los nueve dirigentes políticos catalanes encarcelados, han vivido privados de libertad en un ejercicio injusto en el que el Tribunal Supremo del Estado español les había impuesto penas que iban de los ocho a los trece años de cárcel. Tiempo de excepción, de confrontación, de resistencia, de incomunicación.
Hacía falta “resetear” la situación para promover un nuevo punto de encuentro que hiciera posible desatascar el nudo gordiano del conflicto, rescatar el diálogo y la acción política.
Cabe entenderse, desde el punto de vista de los castigados, que su reivindicación pasara por la demanda de un proceso de libertad colectiva –una amnistía-, al considerar que la condena había partido de una “causa general” contra todo el proceso soberanista. Pero la dificultad de encaje legal de esta solución y el efecto práctico generado por los “indultos” cabía interpretar que esta fórmula, sin ser la más adecuada formalmente, permitía mitigar el padecimiento de los encausados y hacía posible el inicio de un nuevo capítulo en la necesaria habilitación de la política y del diálogo en el enquistado conflicto catalán.
La vía de los indultos no era sencilla ni para los represaliados, ni para el Gobierno español que debía aprobarla. Hay que recordar que la pretendida “unidad de España” había conducido a toda la derecha –desde la zombi representada por Ciudadanos hasta la extrema de Abascal- a manifestarse en dos ocasiones en la Plaza de Colón. El “combate” a los independentistas”, a quienes “quieren romper España” se había convertido en argumento recurrente de arma arrojadiza electoral. Sociológicamente, el patrioterismo español de bandera y tricornio, abonaba la idea de que el gobierno de Sánchez había sucumbido para perpetuarse en el poder.
La tensión se acentuaba. Hasta en dos ocasiones, el Partido Popular había cometido el error de llevar a la Cámara Baja una propuesta contraria a los indultos. Su estrategia fue rechazada en ambas oportunidades (por 190 y 192 votos respectivamente). Y como era de imaginar, de los indultos, con “d”, se pasó rápidamente a los insultos, con “s”.
Hemos vuelto a los tiempos de los excesos verbales, en los que el principal partido de la oposición se llena la boca con el apelativo de “traidor” dirigido a Sánchez. Tiempo de calificativos como “mentiroso”. De hipérboles irreales como la de “vender España a los independentistas y a los filoetarras” o de hacer un pacto “Drácula con los separatistas”.
Tras el éxito de Ayuso en Madrid, Casado ha vuelto a leer mal la coyuntura. Ha vuelto a girar hacia el extremo. De ahí sus reproches por doquier. A los obispos, a los empresarios y de manera especial al presidente de la patronal, Antonio Garamendi quien en un ejercicio de sentido común había manifestado que si los indultos “llevan a normalizar las cosas, bienvenidos sean”. Una loa a la al bienestar colectivo que hubiera firmado cualquiera.
El presidente de la CEOE es un “pepero convencido y sin complejos” de ahí que las recriminaciones recibidas desde Génova (de estar plegado al Gobierno o de actuar buscando ser recompensado por los “fondos europeos”) le hayan hecho mucho daño. Daño que ha exteriorizado sin rubor.
Casado yerra una vez más. Se puede estar en contra de la concesión de indultos sin acerar el ambiente. Sin buscar la bronca y el cuerpo a cuerpo. Basta con plantear propuestas y alternativas ¿Qué propone el PP para recuperar el diálogo en Catalunya? Nada. Palo y tentetieso. “Soluciones” de ruido y de bronca, de testosterona patria. Más tensión. Más desencuentro. Más violencia verbal.
Casado cree que su monolitismo frente a Sánchez la será rentable electoralmente. Piensa, incluso que hoy por hoy se puede construir una nueva mayoría parlamentaria contra el inquilino de la Moncloa. Desenfoca nuevamente su análisis.
Las derrotas puntuales que en el Senado o en el Congreso pueda tener el PSOE por el sentido de voto del PNV, no obedecen a que los nacionalistas vascos hayamos decidido cambiar de aliado en Madrid. Responden a cuestiones programáticas. Y también al cabreo acumulado con la falta de compromiso por parte de algunos ministerios por cumplir con lo acordado con los jeltzales. En tal sentido, son “llamadas de atención” que Pedro Sánchez y su gobierno deberán tener en cuenta para no volver a tropezar. Pero no suponen un cambio estratégico en nuestro alineamiento parlamentario.
Frente al rompe y rasga representado por el insulto, el PNV se posiciona con el indulto como nueva oportunidad de solucionar los problemas acumulados. Frente al insulto; indulto. Actuar con inteligencia, con posibilismo y siempre, siempre, en la búsqueda del bien común.
En mi despacho de Sabin Etxea guardo con especial cariño una bandera estelada firmada por Oriol Junqueras. Me la regaló en diciembre de 2013. Junqueras, acompañado por Joan Tardá y una nutrida representación de Esquerra viajaban hasta Euskadi con un único objetivo; acudir a San Mamés para contemplar un partido de fútbol entre el Athletic y el Barcelona.
Gracias a la intermediación de Aitor Esteban y el entonces también diputado Pedro Azpiazu, concertamos un singular encuentro previo al acontecimiento balompédico. Una comida en un txoko gastronómico con anterior ronda de txikiteo. Como marcan los cánones del país.
Tras el almuerzo Tardá y, sobre todo Junqueras, explicaron cómo preveían lo que denominaron “procés soberanista”. Estaban muy convencidos de poder llevar adelante sus intenciones. Creían que ante una iniciativa democrática nadie negaría su apoyo. Confiaban especialmente en las autoridades europeas que respaldarían, sin duda, una consulta popular en Catalunya. Y, si el Estado español se resistía, tenían pensadas actuaciones no violentas con las que equilibrar la balanza del lado catalán. Corte de autopistas, apagones eléctricos programados, urnas en todos los municipios, movilización de la ciudadanía….Todo estaba pensado y estudiado. Nada podía fallar.
Cuatro años más tarde, asistimos a la puesta en práctica de aquella programación. Por desgracia, no hubo reconocimiento internacional. Las instancias de la Unión Europea no respondieron a las expectativas, las movilizaciones, los actos de activismo, provocaron la respuesta contundente del Estado. Empresas salieron de Catalunya. Llegaron policías y guardias civiles. El referéndum se convirtió en una movilización no homologada. Se tensó la cuerda. “30 monedas de plata”. Huida hacia delante. El Parlamet cruzó el rubicón. Leyes de desconexión, DUI. Se aplicó el 155. El Estado ocupó las instituciones catalanas. Elecciones forzadas. Detenciones, exilio. Judicialización. Condena. Cárcel. Fractura.
Aprender de lo acontecido, sin renunciar a nada, debe ofrecer una oportunidad en el nuevo tiempo que, con los indultos, parece haberse ganado. Aprender a no subestimar al adversario. Saber que enfrente hay un Estado potente y poderoso. Comprender que el reconocimiento externo no es, por desgracia, solo cuestión de democracia. Que los intereses juegan un papel mucho más relevante de lo que creemos. Que tener amigos está bien, pero que resulta más productivo tener aliados. Que para dar saltos en tierra firme es preciso apoyarse en mayorías sociales amplias que eviten la fractura o la división. Y, sobre todo; actuar con mucho realismo. Ser radical en los principios no es antagónico con declararse pragmático.
Tras la comida de diciembre de 2013, la delegación de ERC acudió a San Mamés. Desconocían que para asistir al palco del estadio futbolero era imprescindible portar corbata. Tuvimos que prestar una a Junqueras. Y la predecible victoria del todopoderoso Barça de Neymar se quebró con un gol de Muniain . Fue una especie de premonición. Aprendamos del ayer para ganar el mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario