sábado, 27 de noviembre de 2021

IN ALBIS

Llevo unos días contrariado.  Mi desazón tiene objeto porque no encuentro  un pensamiento que pensaba verbalizar  de forma vehemente  y que  cuando estaba  en la punta de la lengua  me lo debí comer. Hasta el punto de no saber  qué era aquello  que con tanto interés  iba a decir. Se trataba de una conversación doméstica. Iba a contar algo que, al parecer, me resultaba interesante y  al cruzarse  en la conversación un “por cierto” que daba entrada a otra idea pasajera,  el “santo”  se me fue  al cielo. Desde entonces no paro de pensar qué demontres iba yo a contar.

 

Solo faltaba que el “pensamiento perdido” fuera una chorrada y que por una gilipollez estuviera estrujando mis meninges.  Me quedé “in albis”. Suele ser un episodio común que no requiere una especial preocupación.  Cuando menos lo espere, recobraré  la idea. Aunque su efecto haya caducado. O resulte inservible.

 

La anécdota más llamativa  de quedarme “in albis” transcurrió  en mis tiempos de estudiante. Preparaba un examen de historia contemporánea.  Y como era costumbre,  el atracón de hincar codos se producía la víspera de la prueba. No estaba mal preparado. Tenía fondo suficiente para poder aprobar. Incluso podía llegar a puntuar en el margen medio-alto.  Pero el tema que seleccionaron para que desarrolláramos en aquel ejercicio me rompió es espinazo y quedé paralizado.  La materia en cuestión era concreta; “el liberalismo en España”. Miré la hoja por delante y por detrás. Intenté encontrar un nexo en mi memoria que me llevara al contenido de aquella época. Era una etapa que había estudiado. Que conocía. Que sabía identificar. Pero no en aquel momento. Me quedé mirando a las musarañas durante un largo rato. Y el tiempo del ejercicio pasó  sin que  hallara la tecla mental adecuada.  Así que, al filo de que el plazo  para responder se agotara,  desenfundé el bolígrafo y escribí: “El liberalismo en España fue muy liberal. Lo siento pero no recuerdo más”.

 

Ante un planteamiento “tan profundo”, obtuve, no un cero, sino tres puntos en la evaluación. Otra cosa es que el “admirado profesor” que corrigió la prueba, hiciera escarnio público con aquella respuesta. Tras leerla ante el auditorio completo de la clase sentenció; “Nota del examen, tres. Un punto por poner bien el nombre y apellidos, un segundo por ajustar la fecha a la del calendario y otro punto más por ser tan conciso en la respuesta”.

 

Mi consuelo es que  este tipo de lapsos les ocurren  por igual a listos que tontos. La gracia está en tener la agilidad mental  suficiente para solventarlos con gracejo e imaginación.  Recuerdo un mitin electoral en mayo de 2003.  En la sestaoarra plaza del Casco, el candidato a la alcaldía, Alberto Lozano se dirigía al público para presentar  las líneas maestras de su programa electoral. “Martxi”, un tipo fenomenal, prototípico de la margen izquierda de la ría,  había preparado con esmero su discurso. Lo llevaba por escrito. Era un poco largo.  Desgranó el problema del paro. Luego la regeneración urbana. Los jóvenes. La vivienda. Las personas mayores…Llevaba ya un buen rato de disertación  cuando una ventolera  sacudió a los presentes. Con tan mala fortuna  que aquella ráfaga  echó a volar  los papeles que “Martxi” leía en aquel estrado de campaña. Fue como un reguero de folios por el suelo que con avidez fueron recogidos por el público asistente.  La mala suerte hizo que aquellas cuartillas no estuvieran numeradas y su orden natural se vio alterado por un encaje aleatorio de las páginas.  Con un aplauso del “respetable”, Alberto Lozano  pasó el apuro  y  recobró el mitin.  “Hablemos ahora un poquito de vivienda”–indicaba-  Y desde el fondo  de la plaza  alguien  le contestaba; “eso ya lo has dicho antes”. Martxi pasaba página y con algunos nervios apostillaba; “pues hablemos un poquito de juventud”. Y los “apuntadores”  le insistían; “eso, también lo has leído”. “Bueno –proseguía-. Pues un poquito de  la tercera edad”. El murmullo se hizo  generalizado, y  Martxi  lo  cortó por lo sano: “si todo está ya dicho, solo queda una cosa. Ir a tomar unos potes  en los bares de alrededor”. Dicho y hecho. Alberto Lozano ganaría aquellos comicios convirtiéndose en el primer alcalde nacionalista de Sestao.

 

A Boris Johnson  le debió ocurrir algo parecido. El primer ministro de Reino Unido estaba interpretando un discurso este pasado  lunes ante la Confederación de Empresarios cuando algo le hizo  descentrarse perdiendo los papeles. Johnson hablaba del coche eléctrico y de los puntos de recarga cuando  comenzaba  a hablar de los dibujos animados  para niños protagonizados por la cerdita Peppa Pig

 

El primer ministro británico había perdido el hilo de su discurso. Se quedó “in albis”  y superó el momento hablando  de lo primero que  le vino a la cabeza; la visita que la víspera había realidad junto a su hijo pequeño al parque temático de Peppa Pig World.  Johnson no sólo  no se arrendró por su incursión en el campo de la ficción infantil sino que en un momento dado se vino arriba y pidió  a los empresarios presentes en el encuentro que levantaran la mano si en algún momento habían visitado el mencionado parque temático infantil.  “Ayer fui –dijo Johnson a los ejecutivos de negocios- , a Peppa Pig World. Es un sitio que me encanta. Tiene calles muy seguras... y disciplina en las escuelas”.

 

Cuando todo el mundo pensaba que Johnson no sabría por donde salir del embrollo que él mismo se había metido, cogió carrerilla. “¿Quién hubiera creído – se preguntó asombrado- que un cerdo que parece un secador de pelo a lo Picasso, un cerdo que fue rechazado por la BBC, ahora se exportaría a 180 países con parques temáticos tanto en Estados Unidos como en China? Es una genialidad, ¿no creen?”  

 

No a todo el mundo los dibujos animados para chiquillos  les produce el mismo efecto que a Boris Johnson.  A Inés Arrimadas  le provoca sarpullidos.  La lideresa del partido zombi “Ciudadanos”  no puede ni con Doraemon  ni con Shin Chan. Así se desprende de su colérica reacción al acuerdo alcanzado entre el Gobierno de Pedro Sánchez y los parlamentarios de EH Bildu de cara a la captación del tercer canal de ETB  (dedicado al público infantil) en Navarra .

 

“Otra de las concesiones que ha sacado Otegi a Sánchez a cambio de apoyar sus Presupuestos – ha escrito  Arrimadas en Twitter- es el impulso al canal infantil de la televisión pública vasca para que el adoctrinamiento nacionalista llegue también a todos los niños navarros. Cuánto daño está haciendo este Gobierno -sentenciaba la joven presidenta naranja- ”.

 

Desconocíamos que el gato cósmico japonés cuyas aventuras  lleva emitiendo ETB de forma ininterrumpida  durante las tres últimas décadas  fuera un monstruo maléfico  que buscara el adoctrinamiento de los pobres niños navarros. A este paso, terminarán diciéndonos que los pottokiak –pitufos- son en verdad agentes filoterroristas. Y que detrás de la imagen malvada de Gargamel  se esconde  la defensa de los valores “patrios”. Hay que ver las taras mentales que acarrean  determinados dirigentes políticos para quienes cualquier referencia a Euskadi  es  una amenaza de  “expansionismo”, o de “colonización” nacionalista. 

 

Del vino de Rioja hablaremos otro día. Nadie se ha cuestionado preguntar a los productores vitivinícolas de la Rioja alavesa  por las razones  que mueven su intención de promover una sub marca que identifique sus productos en aras a potenciar la calidad y singularidad de sus vinos. Nadie ha querido pararse a pensar un minuto por qué lo que, por ejemplo en Burdeos funciona magníficamente no puede hacerlo aquí.  La respuesta ha sido la hipérbole, la exageración y la mentira. España se rompe también por el vino. Por los dibujos animados y por la pitarra.

 

Solo faltaban los jueces  por sumarse  al festival del disparate.

Por una vez, tengo que dar la razón a Arnaldo Otegi. Que en un país como el nuestro que ha visto cómo  por acción de los jueces  se ha cerrado periódicos, se han ilegalizado partidos, se ha inhabilitado a la presidencia  de un parlamento o  se ha impedido concurrir a comicios democráticos a  diversas listas de electorales …que se diga en un auto del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco   que el karaoke forma parte del derecho básico a la libre expresión  es un chiste con muy poca gracia.   Tengo que pensar que el pronunciamiento de la Sala de Contencioso-Administrativo en relación a la utilización del certificado COVID fue un lapso mental de los magistrados.  Se quedaron “in albis” y como Boris Johnson salieron del trance echando mano de una última experiencia.  Si se puede escoger entre una u otra respuesta me quedo con la cerdita Peppa. El karaoke no me va.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario