Miro por la ventana. Está todo negro. Parece de noche. Pero no. Son las once de la mañana. El panorama es desolador. Como si un maleficio nos hubiera condenado a la penumbra. Y llueve. He dejado de contar los días seguidos en que el cielo se nos ha precipitado en forma de aguaceros.
Los medios de comunicación digitales anuncian que los ríos han comenzado a desbordarse. No es de extrañar. No hay cauce que soporte la extraordinaria carga de agua acumulada. Mucha gente estará temerosa por la inestabilidad existente. En el pasado conocí la incertidumbre que este tipo de alteraciones provocaba entre los vecinos de las cuencas de los ríos, o de quienes sentían como una amenaza la crecida de arroyos o escorrentías.
Se encoge el corazón contemplar la impotencia que provoca ver cómo el agua sube sin que haya medio de evitar su desastrosa fuerza poniendo en riesgo la seguridad de las personas o de sus bienes más preciados.
Todo se ha vuelto oscuro. Como una maldición bíblica. También en la salud donde la pandemia que creíamos derrotada ha demostrado que sigue presente y con capacidad mortífera. Pese al alto nivel de población vacunada, la enfermedad continúa expandiéndose. Primero entre quienes no han podido o no han querido vacunarse. Para, después, extender el contagio por donde los fármacos, pasados los meses de inoculación, han comenzado a perder su capacidad protectora.
El cuadro de nuevas infecciones comienza a asustar y los especialistas temen que todo empeore con la coincidencia temporal de patologías estacionales como la gripe o las afecciones respiratorias. Llevan tiempo alertándonos de que no nos hiciéramos muchas ilusiones, que esto no se había acabado. Que el virus, como elemento vivo que pretende subsistir, muta. Y lo hace rápidamente. A este paso evolutivo su denominación va a desplegarnos todo el abecedario griego. Hoy está en la vertiente “Ómicron”. Hasta llegar a “Omega”.
Quienes velan por la salud pública insisten en que mantengamos los principios de autodefensa que nos han permitido superar los primeros embates del coronavirus. Mascarilla, distancia social e higiene. Y seguir vacunando. La próxima semana comenzarán las dosis a los menores, principal foco de contagio en estos tiempos. Y se suministrará inyectables de refuerzo a quienes superen los sesenta años.
Creíamos que tendríamos unas celebraciones navideñas libres de la COVID y el virus se ha colado hasta el portal de Belén. Algunos enredadores se benefician de la fatiga social acumulada para denunciar el “sistema” por una presunta vulneración de derechos. Individualistas alicortos a los que el derecho a la salud pública les importa un bledo. Falsos progresistas del “yo-me-mi-conmigo” y para los que el nivel de exigencia hacia los poderes públicos supera cualquier canon razonable. Inconformistas antisociales que criticarán cualquier medida que se adopte, por razonable y de sentido común que resulte. Como por ejemplo, el aplazamiento o suspensión de celebraciones que generen masificación humana, principal foco de riesgo para nuevos brotes de la enfermedad.
Así debemos entender la dolorosa pero acertada decisión adoptada por los ayuntamientos de Donostia-San Sebastián y de Bilbao, de la mano con el departamento vasco de Salud, de suspender los actos programados en la celebración tradicional de Santo Tomás. Es una tristeza tomar tales acuerdos pero los poderes públicos deben velar –como así lo han hecho- por la defensa del bien común, y en este caso, tal principio está sustentado en la protección de la salud de las personas.
La sección de “buenas noticias” parece haber vuelto a desaparecer de los informativos. Nada invita al optimismo. Me temo que se trata de la influencia que sobre nuestro ánimo tiene la ausencia de luz solar. A mí me ocurre. Percibo la falta de claridad, de luminosidad, como un elemento depresivo en mi visión de la realidad. Pero como todo ciclo vital, esta percepción pasará. Espero que sea en breve. El domingo se anuncia ya sol y buen tiempo. Y seguro que así se verán las cosas mejor.
Con ese panorama que invita a la melancolía continua la actividad pública y política. Las distintas instituciones apuran los trámites reglamentarios para la aprobación de sus presupuestos con el baile lógico de las posiciones a favor y en contra. Lo realmente positivo es que todas las instancias, gobernadas por el color político que fuere, van a disponer de su principal herramienta económica para enfrentarse a la post tormenta de todo tipo que padecemos.
En Madrid, Pedro Sánchez y sus capitidisminuidos socios de Unidas Podemos, se aprestan a cerrar el capítulo presupuestario. Siempre y cuando sean capaces, con anterioridad, de cerrar acuerdos con el resto de socios parlamentarios. Esquerra Republicana ha llevado hasta el Senado la incertidumbre de sus votos tras su no exitosa pretensión –al menos de manera momentánea- de acordar unos límites a la futura ley audiovisual. El PNV también estuvo tentado -hasta el último minuto- de mantener el pulso con la reserva de alguna enmienda en la Cámara Alta. Pero la seriedad de su compromiso y la rápida actuación de una ministra garantizando la prórroga del IVA reducido de las mascarillas y equipamientos sanitarios, echó por tierra tal hipótesis.
De todas maneras los socialistas vienen ganándose a pulso una llamada de atención que les haga entender que la soberbia o el exceso de autoestima están reñidos con no disponer de la mayoría suficiente para gobernar. Que necesitan mayores dosis de humildad, de diálogo y capacidad de entendimiento para con quienes, muchas veces, les sacan las castañas del fuego. Veremos si el actual trámite finaliza según lo previsto y la línea de los acuerdo no se termina por torcer. Y es que en el amino hay materias como la reforma laboral en la que el tándem Sánchez-Díaz seguirá necesitando de otros apoyos parlamentarios.
El inquilino de la Moncloa empieza a analizar el futuro en clave electoral, si bien su intención sea completar la legislatura (con el premio final de la presidencia europea de turno). Sánchez sabe que pronto habrá comicios en Andalucía y tal vez en Castilla-León. Su alter-ego, Casado, sigue vomitando inconveniencias allí donde va. Bien sea en Europa o en Latinoamérica. El líder del PP se ha convertido en el peor propagandista del cambio que en los últimos años se haya dado y su dinámica “destroyer” solo puede beneficiar a la “derechona valiente” que en silencio podrá rentabilizar toda la crispación y la teoría del agravio que está sembrando el jefe de Génova 13.
Los morados gubernamentales están de capa caída. Desde la orfandad provocada por Iglesias, no levantan cabeza. Ni creo que lo puedan hacer ya. La “delfina” Yolanda Díaz les ha salido “rana”. Ella juega a su estrategia. Y a nada más. Y los círculos morados pintan en su hoja de ruta menos que Maximino en Haro. Por eso la comunicación entre Díaz y Ione Belarra resulte inexistente.
En Euskadi, como la canción de Julio Iglesias, la vida sigue igual. Pese al importante y novedoso acuerdo presupuestario cerrado entre el Gobierno vasco y Euskal Herria Bildu, -acuerdo que el propio Otegi y el sindicato ELA se aprestaron enseguida a rebajar su significado- , el juego gobierno-oposición sigue manteniendo su pulso. Basta contemplar la acritud de las intervenciones de Otero o Estarrona en el Parlamento Vasco para comprender que el presupuestario no fue sino un acuerdo táctico. Nada más.
En el fondo subyace la sempiterna pugna PNV-Bildu por el liderazgo político del país. Una disputa que tendrá su cita en mayo de 2023 en los futuros comicios municipales y forales. Y con la vista puesta en ese horizonte siguen apareciendo encuestas a modo de foto fija que marcan tendencia. La última en Gipuzkoa, al parecer, territorio clave en esta rivalidad política. Allí, según los datos aparecidos públicamente, tanto PNV como Bildu resisten. Ambas formaciones incrementan sus apoyos en relación a las últimas elecciones. Los jeltzales, que seguirían siendo líderes (a dos puntos y medio de distancia de EH Bildu) podrían sumar un escaño más de los actuales , llegando a 21 junteros mientras que la izquierda “independentista” podría hacerse con dos junteros más, pasando de los 17 actuales a 19. El resto de formaciones perderían representación (el PSE bajaría 1 escaño y Podemos dos).
Pero no está el tiempo para hacer demasiados cuentos de la lechera. La tormenta aún arrecia y solo cuando la borrasca amaine podremos, con luminosidad y templanza vislumbrar hacia dónde se dirige el porvenir de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario