sábado, 18 de diciembre de 2021

PELUQUERÍAS

Decía un buen amigo que él no necesitaba ni a maestros, ni a los curas y, mucho menos,  a los padres, para moldear su cabeza.  El “intelectual”  de la cuadrilla solo necesitaba  a un buen peluquero. Lo cierto es que aquel chaval tenía una “almendra” considerable que pronto –muy pronto- , tal vez por no tener  en su interior demasiada sustancia, perdió su consistente pelambrera juvenil para mayor lucidez de una calva.  Así, mi amigo  consiguió tener una cabeza más brillante que la del mismísimo Yul Brynner.

 

Yo, por suerte o por desgracia, y sin mayor cuidado por mi parte, mantengo la cabellera poblada.  Sin grandes altibajos en el volumen de pelo y con avanzados toques  canosos, propios de la edad.

 

Mi primer recuerdo de un peluquero me lleva a la infancia. La barbería  estaba situada en Galdakao. El local ocupaba la bajera  de un edificio  en el que además de pisos había un bar y una pequeña tienda. El profesional de las tijeras  y la navaja se llamaba Félix Sierra. Le recuerdo serio. Enfundado en una chaquetilla blanca. Era un tipo  moreno,  con el pelo ensortijado  y duro y cara de pocos amigos.

 

En la puerta del local había una caseta, con un perro de caza, actividad a la que  Sierradebía ser  aficionado (también al montañismo). El inmueble era sobrio. Y frío. Las paredes eran blancas  y ellas  colgaban dos espejos y un calendario de Explosivos Rio Tinto. Pero lo más llamativo de la sala eran los dos enormes butacones  giratorios y el instrumental  ordenado en una repisa  de cristal. Cuando bien aitite o el tío José  me llevaban a “raparme”,  Sierra  colocaba  encima del sillón una especie de cajón, Allí me sentaba y cubría con un mantel anudado alrededor del cuello. A continuación, comenzaba su labor. Sonaba el instrumental, “chas, chas”.  Y yo no me movía. Temía que si lo hacía me cortara en una oreja.

 

Tiempo después, en Basauri,  a los tres hermanos nos cortaban el pelo en casa. Venía un hombre mayor. Gallego para más señas y amigo o conocido de mis abuelos. Aquel personaje había aprendido el oficio  en su etapa migratoria en Suiza. Era un hombre menudo, ya entrado en años.  Traía un pequeño maletín en el que guardaba las tijeras, los peines y un cepillo. Hablaba muy poco pero cuando lo hacía le delataba el acento del idioma de la nación de Breogán.  Terminada la faena, mi madre le pagaba. No sé cuanto, pero no era mucho. Para él  era un sobresueldo que le  ayudaba en el sustento.

 

Con los años, el corte de pelo a domicilio  se acabó  y mi cabeza fue “moldeada” primero en la peluquería “Basconia”  que era donde se cortaba el pelo mi padre y, más tarde, donde “Cabaré”, un establecimiento  regentado por tres hermanos  que cantaban y tocaban la guitarra.  Era un negocio familiar regentado por unos “chirenes” de toda la vida y muy populares en la zona.

 

La peluquería  que visito hoy poco tiene que ver con aquellas experiencias. Ni en las técnicas  ni en los medios con los que los profesionales trabajan.  Todo ha evolucionado.  Bueno, casi todo, porque todavía  hay fotos de modelos que lucen peinados de película o de mundial de fútbol. Sin embargo , ya a nadie se le ocurre plantarse  en una peluquería sin tener una cita previa. Antes era cuestión de llegar y esperar turno leyendo revistas o novelas de Marcial Lafuente Estefanía.  Hoy eso es  imposible.

 

Lo que no ha cambiado  demasiado es, junto a la destreza en el corte,  la facilidad de palabra  que atesoran los profesionales.  Los peluqueros  -los que yo conozco- son magníficos conversadores.

 

El barbero que  se ocupa de mi testa actualmente se llama Paco. Es  de origen salmantino pero su arraigo está aquí. Su experiencia demuestra  un reconocido prestigio. Como la mayoría de  sus compañeros de gremio, Paco es un trabajador autónomo  al que no le queda más remedio que currar con denuedo para sacar adelante  su negocio.  Mete todas las horas del mundo para hacer rentable su apuesta de autoempleo. Son muchas las facturas que hay que pagar, desde el alquiler del local, los gastos de mantenimiento, los materiales, las tasas , las aportaciones a la seguridad social y la factura de la luz, que en estos últimos meses se ha disparado considerablemente. Y a todo eso solo se responde  metiendo horas.  

 

El año 2012, un gobierno presidido por Mariano Rajoy decidió, como medida que paliara los efectos recaudatorios de la crisis económica, incrementar el impuesto del valor añadido de las actividades estéticas.  Así, de un plumazo, las peluquerías dejaron de tributar al 8% para hacerlo al 21%. Trece puntos de golpe y porrazo  que muchos establecimientos  no repercutieron directamente en el cliente  asumiendo  tal gravamen como propio,  haciendo menguar notablemente sus ingresos netos. De cada veinte euros que cuesta el corte de pelo, algo más de cuatro  de lo lleva  el fisco.

 

Desde entonces los distintos profesionales y asociaciones  que engloba a las actividades estéticas  y peluquerías, llevan movilizándose para que los sucesivos gobiernos que desde el año doce a nuestros días  ha habido en el Estado, reviertan la medida y devuelvan la tributación  al IVA reducido del 10%.  Ninguna administración central –aquí no tenemos capacidad legislativa en la materia-  les ha hecho caso.

 

Ni los socialistas de  Pedro Sánchez  que catalogó  a las peluquerías  como “servicios esenciales”  en los tiempos iniciales de la pandemia.  Por entonces, en el conjunto del Estado existían 50.000 establecimientos de este tipo. En junio del presente año quedaban 35.000 y un estudio desarrollado últimamente en el sector desvela que de no acometerse  el retorno del IVA al ámbito reducido, terminarán por echar el cierre en otras 17.000 peluquerías. La pérdida directa de estos cierres se elevará –vía impuestos- a los 140 millones de euros a los que habrá que añadir el numero de nuevos trabajadores  que engrosarán la lista del paro (cerca del 70% de los negocios  son atendidos unipersonalmente en un sector  de alta incidencia feminizada).

 

La esperanza  del gremio se citaba con el proyecto de presupuestos para el próximo año. El gobierno socialista de Pedro Sánchez se  resiste a  devolver el IVA al tramo reducido hasta el punto de obligar a la anterior presidenta del Senado –la hoy ministra de justicia- a invalidar irregularmente un acuerdo del Senado  en tal sentido.

 

Ahora,  la historia vuelve a repetirse con el trámite presupuestario en la Cámara Alta. Dos enmiendas, una del PP técnicamente deficiente y otra presentada por el senador autonómico de Navarra (representativo de Geroa Bai) , reclaman la modificación tributaria para llevar el IVA de las peluquerías  al 10%. (Tiene guasa que el PP apoye revertir lo que su gobierno hizo)

 

El gobierno español,  por mandato de la ministra Montero ha vuelto a solicitar el veto de tales enmiendas. No quieren  tan siquiera  que  sean tratadas en el Senado –el PSOE no tiene mayoría suficiente-   porque temen que si se someten a votación salgan adelante.  De ser así, el presupuesto debería volver al Congreso, lo que supondría  un retraso de una semana en la aprobación de las cuentas.  Además,  el dictamen  a ratificar por los diputados contemplaría  la medida de reducir el IVA aprobada en el Senado.  En esa tesitura, el PSOE tendría –entonces sí- que votar a favor  de dicho dictamen  si quisiera  aprobar definitivamente la ley presupuestaria.

 

Esto, a ojos de todos, sería una amarga derrota del gobierno socialista.  Un duro trago que debería  haber evitado si el ejecutivo hubiese  manifestado  un mayor talante negociador  o rebajado  la  dosis de autosuficiencia y soberbia con la que han actuado frente a propios y extraños.  Actuar así, siempre tiene consecuencias, aunque en este caso solo sea un mal trago de amargura.

 

El desenlace  de esta trama se producirá previsiblemente entre los días  20 y 21 próximos. El lunes y el martes.

Dependerá  de las decisiones que se tomen, tanto en la Mesa de la cámara, como en la votación de las enmiendas si estas se producen finalmente. En ambos casos, la posición que adopte una fuerza política –el PNV- será determinante. Tanto en la Mesa  -donde tiene un representante-  como en el pleno  donde su grupo de diez senadores/as representa la cuarta fuerza  parlamentaria. 

 

Tampoco se descarta que  los socialistas, enrabietados por una situación que estuvo en su mano evitar,  intenten  respuestas de escasa legitimidad reglamentaria  y legal. Ya lo hicieron anteriormente  con esta misma materia.  Repetir una “cacicada” de la presidencia  de la Cámara  podría tener consecuencias no deseadas  como la judicialización  del presupuesto.  Un conflicto  que emponzoñaría la actividad política e institucional.

 

1 comentario:

  1. Autónomo?, qué es eso?. Eso es para los tontos. La solución es la función pública vasca, vamos, la "pólvora del rey" de toda la vida de dios. Eso o una de las "tractoras" que como en la pública, los sindicatos (tampoco es mala opción para trabajar) mandan más que el jefe; Buenas condiciones, buenas bajas, cotizaciones, prejubilaciones etc. Yo a mis hijas las tengo amenazadas al respecto, terminadas las carreras, a opositar como si no hubiera un mañana (a una la tengo encarrilada al respecto y la otra me ha hecho la peineta, de momento) y al peluquero, como a tantos otros, que le vayan dando y que se busque la vida.

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