sábado, 5 de febrero de 2022

DE OTRA MANERA

Cualquier espabilado que supiera echar las mínimas cuentas  sabría que para sacar  adelante  cualquier iniciativa en el Congreso de los diputados el gobierno presidido por Pedro Sánchez  debería contar –además del respaldo supuesto de los socios de ejecutivo- con la confianza  de las formaciones que hicieron posible su investidura. Es decir, que se necesitaría de los votos  de vascos y catalanes, fundamentalmente, para garantizar  una mayoría  que no hiciera descarrilar cualquier propuesta  que quisiera presentar. 

 

Habría, claro está, otras posibilidades de mayoría  ajenas a esta ecuación. Todas legítimas, pero cuando menos, extrañas  y, en algunos casos, insólitas.

 

Inaudita  resultaría la posibilidad de que el principal partido de la oposición, el PP, apoyara  las tesis  gubernamentales. O que los ultras de VOX decidieran  no participar en la votación como forma de protesta, lo que posibilitaría a la propuesta gubernativa salir adelante por tener más votos a favor que en contra

 

Habida cuenta el clima general de la política española y el “pimpampum” permanente en el que el foro parlamentario se ha convertido,  estas opciones  se considerarían, a priori, inabordables. Y así fueron.

 

Luego estarían las fórmulas originales, aquellas  que podrían fructificar  por “conjunción  astral” o por coincidencia aleatoria.  Es decir, que se sumarían los votos de organizaciones  abiertamente contrarias con el actual gobierno. Opciones que por interés particular  o por descarte optarían  por apoyar al ejecutivo para evitar la consolidación  de las mayorías  habituales. 

 

La reforma del marco de relaciones laborales en el Estado era una de las condiciones que  Comisión Europea había  planteado al Gobierno español  para poder ceder buena parte de los fondos económicos destinados a la recuperación  tras la crisis provocada por la COVID. Su aprobación, antes del pasado fin de año, era, por lo tanto, una condición “sine qua non” que necesitaba de consenso social y político.

 

En un primer estadio, la transformación del marco laboral debía ser consensuada  entre el gobierno y la representación social mayoritaria del Estado. Y así lo hicieron los actores de esta parte  del pacto (CEOE y los sindicatos UGT y CCOO).

 

Nadie duda de que el esfuerzo por conseguir una sintonía entre las partes fuera ímprobo. Las organizaciones sociales y la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, realizaron un meritorio esfuerzo para consensuar ámbitos  y propuestas  que dieran lugar a un marco normativo  compartido. Pero, por mucho que se considerara que el acuerdo alcanzado fuese notable,  aquella reforma  debía pasar un segundo filtro; el político. Un filtro tan legítimo y valioso como el social.

 

Sindicatos y empresarios lo sabían. No en vano hubo un partido –el PNV-  que les hizo ver con suficiente antelación   que sus reivindicaciones –la de los nacionalistas-  deberían ser atendidas  si se pretendía  su apoyo final a la nueva normativa. Todos conocieron y compartieron las tesis presentadas por el PNV. Desde Garamendi hasta Pedro Sánchez.

 

La pretensión  por parte de la CEOE de “blindar” el acuerdo “social”, amenazando con  retirar su firma si del mismo “se movía una coma” solo se podía interpretar como un veto a la labor parlamentaria. Un chantaje inadmisible y fuera de lugar que reflejaba la incomodidad de determinados  dirigentes patronales, alineados con una derecha opositora cerrada en banda  a cualquier sintonía con el gobierno “socialcomunista”. De ahí  que la apelación a que “nada se tocara”  fuera, al mismo tiempo,  un gesto de debilidad y de chantaje externo para provocar  el inmovilismo en el equipo sanchista.

 

Cuando el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos presentó  el acuerdo y trató por todos los medios  de consolidarlo en un trámite de ratificación, es decir  de “lo tomas o lo dejas”, equivocó el camino.  Porque abriendo el texto a nuevas aportaciones –aunque fueran tasadas- se fortalecerían las alianzas y el valor mismo  del acuerdo.  Pero cuando se pretendía llevar adelante una propuesta  a través  del “trágala”, de la soberbia  y la imposición, la confianza necesaria para tejer sintonías desaparecería  y con ella afloraría una sonora discrepancia. La que luego se plasmó en votos negativos.

 

Además  el ejecutivo de Sánchez debería haber tomado posición  en la aprobación de la reforma por una de las mayorías posibles que posibilitaría  tal acuerdo. Y no lo hizo. Jugó soterradamente sus bazas, intentando  sumar aquí y allá en una geometría no ya variable sino caótica y tramposa. 

 

La dirección negociadora  no siguió el guion marcado por una sola batuta. Fueron dos las voces que proyectaron las conversaciones. Dos  interlocuciones, a veces contradictorias  y contrapuestas. La primera, la de la vicepresidenta Yolanda Díaz, dirigida a  buscar complicidades  con vascos y catalanes. La segunda, encabezada por el ministro Félix Bolaños, cancerbero de Pedro Sánchez y  rastreador de cualquier voto de apoyo que actuó sin complejos y sin temor a incurrir en contradicción  a cambio de garantizar la inmutabilidad del texto pactado entre patronal y sindicatos.

 

Esta dualidad puso en evidencia  la fragilidad de la coalición gobernante en España y su riesgo de fisura –real- en cualquier momento. Hasta tal punto se alimentaron las diferencias de ambas interlocuciones  que en ocasiones parecía como si los representantes socialistas no asumieran las  alternativas propuestas por la vicepresidenta a los nacionalistas y  buscaran por el contrario  el apoyo de Ciudadanos para incomodar a la otra parte del gobierno.  Actuaron  como si el fracaso no les asustara pues, si esto ocurriese siempre podrían reprochárselo  a la ministra comunista,  “alternativa” electoral de  las izquierdas. Una ministra  que como se pudo ver en la sesión plenaria del jueves, estuvo sola, huérfana de compañeros en el banco azul.

 

El resultado de toda esta historia es la ya conocida. El pasado jueves, una ajustadísima mayoría multipartita, multicolor y con guion de sainete berlanguiano ratificaba  por accidente la reforma laboral sin que  ninguna coma fuera movida.

 

Vascos y catalanes –todos menos 4 parlamentarios del PDCAT- se quedaron fuera del acuerdo. Los republicanos acusaron  al gobierno español de no haber querido negociar nada. Al contrario,  se quejaron amargamente  de que la representación gubernamental pretendió sus votos con presiones y amenazas tales como la retirada del apoyo de los “comunes” al  govern de la Generalitat o el amago de  disolver la mesa de diálogo con Catalunya.

 

También el PNV sufrió presiones, pero los jeltzales no variaron su  discurso ni en el último minuto.

El PNV venía diciendo que no podría aprobar  un a nueva cobertura legal  en materia laboral sin que se respetara la prevalencia de los convenios autonómicos en la negociación colectiva. La clave era afianzar legalmente el marco autónomo de relaciones laborales, algo que, en teoría, nadie cuestionaba pero que necesitaba garantizar su seguridad jurídica.

 

En diversas ocasiones –dependiendo de cuantos votos reconocibles reconociera tener la propuesta gubernamental- tal reivindicación fue asumida por la representación de la Moncloa, especialmente por el equipo de la ministra de Trabajo. El PNV presentó formas distintas de acometer tal previsión, desde una modificación tasada y limitada del acuerdo hasta alternativas legales de cómo hacerlo. Todos sus movimientos y opciones fueron igualmente conocidos por el principal sindicato de Euskadi, con el que el PNV  ha mantenido –por primera vez en mucho tiempo- una estrecha y sincera colaboración. Y en un momento dado, cuando, al parecer, las cuentas descuadraron al ejecutivo español, éste aceptó una de las variables propuestas por los nacionalistas. La asumía  pero, al mismo tiempo, impedía que se conociera o verbalizara públicamente para no perder  los votos advenedizos de quienes se habían convertido en este caso en sus nuevos “socios prioritarios”. Filibusterismo en estado puro.

 

Ante el cambalache del “sí pero no” y la demostración, una vez más, de falta de seriedad de la respuesta  del gabinete socialista, en la mañana del pasado jueves, a escasa hora y media del debate parlamentario, el PNV  decidió definitivamente  el sentido negativo de su voto. Luego llegó el triste show de los errores, los pactos ocultos, la ruptura  de la disciplina de sufragio, la bronca y el despropósito “made in Spain”. Un final de infarto con el que esperemos Sánchez haya aprendido algo.

 

Como diría Rufián a la hora de justificar la ruptura; con esta experiencia no se acaba el mundo. Mañana deberemos seguir hablando. Pero, está claro: lo haremos de otra manera.

 

 

1 comentario:

  1. Siento comunicarte que, es muy probable, que la próxima legislatura Española será gobernada por PP-VOX y que no está en manos de Bildu ni PNV ni Esquerra forzar lo contrario. Siento comunicarte, también, que España es irreformable, que Franco murió en la cama, que su policía, sus jueces, sus militares y sus acólitos siguieron y siguen en sus puestos y en el congreso de los diputados. Que lo de la "España plurinacional", si quiera plural, es una milonga, una milonga que no se la cree ni siquiera la "izquierda" Española, ni la de Podemos y menos la soberbia y jacobina del PSOE-PSE-PSN. Que lo que nos espera son fallos como los de la juez en Laudio o "pactos" como los del PSN-UPN en el ayto de Iruña y una patada en el culo en cuanto Sánchez y/o sus sucursales vascas encuentren mejor sustento o plan. Pero nada, patada y a seguir.

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