sábado, 17 de diciembre de 2022

A LA ORILLA DEL RUBICÓN

Cuando la pasada semana escribía sobre la “guerra judicial”  o “lafware” desconocía el recalentón que el proceso sufriría esta semana con la irrupción por sorpresa del Tribunal Constitucional  alentado por un recurso exprés de la derecha ante las reformas legales promovidas en el Congreso de los Diputados.

 

Que un tribunal intervenga como medida preventiva  a decisiones que aún no se han tomado  (legítimamente por quienes las pueden tomar), revela una tara democrática  que hasta el momento no habíamos conocido. 

 

En esa “guerra sin cuartel” en la que se ha convertido la política en el Estado español,  se está utilizando a uno de los poderes del Estado –la justicia- como herramienta al servicio de una estrategia de poder. La estrategia de acosar, de derribar al adversario utilizando los métodos que sean precisos para hacerle hincar la rodilla. Esto, que no lo habíamos visto hasta ahora,  es de una gravedad  inusitada ya que acaba con uno de  los principios garantistas de  la democracia liberal cual es la separación de poderes. No son ya tiempos de política “líquida”. La ebullición ha pasado a ser sublimación y la política es ya evanescente, gaseosa, porque su objetivo no es el bien común sino la destrucción del oponente.

 

La base programática de esta deriva la diseñó el populismo de la extrema derecha que comenzó acusando al gobierno español de “traición” a la “patria” por sus acuerdos  establecidos con vascos, catalanes y “comunistas”.  El segundo escalón de esta huida hacia delante  fue calificar al ejecutivo de “ilegítimo”. Y ahora la dinámica de la crispación sube más su temperatura  con la imputación  pública de “golpismo” a la actividad gubernamental.

 

El problema añadido de esta  hipérbole continuada estriba en que  siendo VOX  la autora de la misma, ha sido el PP del “moderado” Núñez Feijóo quien ha comprado el discurso  y lo ha puesto en circulación con la inestimable colaboración de la caverna mediática, auténtico poder fáctico del mundo conservador.  Y claro está, las invocaciones al “golpismo” no se quedarán ahí. Les sucederán, como ya ha comenzado a ocurrir,  los llamamientos a la movilización y a la insurrección. Como tal puede entenderse  el reclamo popular al Tribunal Constitucional. Un llamamiento a “restablecer “el orden  impidiendo a que el Parlamento se pronuncie.

 

Sí, el panorama da miedo. El avance de las “derechas” ha llegado al río Rubicón y nadie  conoce si terminarán atravesándolo o si sentarán su campamento  en la orilla como gesto de apaciguamiento.  Núñez Feijóo tiene la palabra. Hasta ahora ha incumplido  su promesa de  hacer volver  la política a la senda de la templanza y la estabilidad institucional, echándose en brazos  del “trumpismo” más exacerbado.  ¿Seguirá arengando a sus seguidores hasta  reclamar  el asalto al capitolio o utilizará su influencia para buscar puntos  de acercamiento  que hagan desescalar  la actual convulsión?

 

Su insistencia actual por adelantar las elecciones no hace sino alimentar la estrategia  de quienes comenzaban a perder fuelle demoscópico por su radicalidad continuada. Les da aire y terreno que ganar  pues en una polarización como la que protagonizan, el original siempre  rentabiliza mejor sus atributos que la copia.

 

Y todo esto, sin observar el descrédito  provocado en unos órganos jurisdiccionales que lejos de cumplir con su papel de intermediación y de servicio a la justicia  se han plegado al servilismo político de parte, invalidándolos para seguir jugando el papel de árbitros en una sociedad democrática.

A un nacionalista vasco la actual coyuntura  le incita a querer borrarse de la escena (hoy todavía con más fuerza que nuestra querencia natural).  Pero, ante la imposibilidad de esta hipótesis, la posición del nacionalismo vasco será la que históricamente ha mantenido. Es decir, del lado de la libertad, de la independencia, la separación de poderes  y el diálogo democrático como mejor manera de resolver las diferencias.

 

Para opinar sobre una problemática concreta  hay que tener información suficiente y veraz que permita dar con un diagnóstico acertado en  una situación conflictiva. En el caso de la convulsión suscitada en torno a la Organización Sanitaria Integrada  (OSI) de Donostialdea, no dispongo de datos suficientes para tener una opinión clara  de lo que allí está ocurriendo  ni de las razones que han provocado la crisis abierta en la gestión del Servicio Vasco de Salud, Osakidetza.  No he encontrado argumentos  adecuadamente  contrastados para formarme un criterio al respecto, por lo que evitaré –por el momento- tomar posición.  Además, a tenor de lo poco que he podido  escarbar en el asunto  he intuido que muchos intereses, ajenos  al problema en sí, han aprovechado la coyuntura  para pasar facturas pendientes  a quienes, directa o indirectamente,  son los responsables del sistema asistencial  en nuestra comunidad. Me temo que  hay mucho pescador  intentando  lograr capturas en las revueltas aguas del entramado hospitalario.

 

De ahí mi decisión de no improvisar una respuesta.  Eso no significa que eluda reconocer  mi inquietud ante la inestabilidad conocida. Inquietud y reconocimiento  de que ha habido  cosas que no se han hecho bien.

 

La Sanidad Pública es un servicio que nos preocupa a todos  y cualquier  incidencia interna o externa  que altere su buen funcionamiento o que ponga en entredicho su reputación nos  debe poner en alerta.

 

Donde  sí tengo ya un criterio conformado es en torno a una “información” generada y publicada al albur  de este caso. Me refiero  a un artículo periodístico aparecido en el diario de cabecera del grupo Vocento.

 

El pasado miércoles, 7 de diciembre,   el diario “El Correo” publicaba  un “perfil” de la Directora General de Osakidetza,  Rosa Pérez Esquerdo.  Para evitar dudas, diré que no conozco a dicha señora. Nunca he estado ni hablado con ella.  Y no tengo ningún interés personal en defenderla. Sin embargo,  creo de justicia alzar la voz  para denunciar el atropello que la citada crónica periodística supuso. 

 

El escrito, titulado “Una directora silenciosa”  fue un cúmulo de juicios de valor difícilmente entendibles. Comenzaron  la presentación del personaje  tildándolo de “distante” y “hermética”, para a continuación indicar que a la “número uno de Osakidetza le falta el carácter necesario para ejercer el alto cargo que ostenta desde hace dos años”.

 

Pero  los prejuicios publicados no quedaron ahí.  “Su gran plus –proseguía la crónica-es el de ser una directora general muy callada y absolutamente obediente”.

 

Para el redactor firmante de “El Correo”, la trayectoria pública de la responsable última de Osakidetza  es calificada de “meteórica” puesto que , a su juicio, “en dos años  poco más o menos,  pasó de ejercer como médico de familia en San Ignacio  -un populoso barrio bilbaíno- a convertirse en la máxima responsable de Osakidetza, la mayor empresa de Euskadi con unos 30.000 trabajadores a su cargo”.  En esta proyección político-profesional, el elaborador del desenfocado “perfil” desliza un hecho absolutamente fuera de lugar:   haber contraído matrimonio “con un médico, hijo de un reconocido facultativo  muy bien relacionado con la cúpula del PNV”.

 

Por lo demás, la “información” de “El Correo”  comete errores fácilmente contrastables  a la hora de analizar la trayectoria profesional  de Rosa Pérez . Basta para comprobar los desaciertos  acudir a la página web del “gobierno abierto” donde consta su currículum oficial.  Pero, la mirada “crítica” no acaba ahí, ya que  concreta que gracias a su paso como Directora Médica por el hospital de Basurto  obtuvo “una muy buena relación con el alcalde Juan María Aburto y, sobre todo, con los ex consejeros Jon Darpon y Nekane Murga”.

 

Es decir que la meritocracia de la directora de Osakidetza se forjó, según se desprende de este desafortunado escrito, por su carácter “discreto” y “obediente”,  su matrimonio  y los vínculos familiares de su suegro  vinculado “con la cúpula del PNV” y de sus magníficas relaciones con Aburto, Darpón y Murga.  Indecente, por decir algo.

 

¿Por qué describir a la directora general “de la empresa más grande de Euskadi” con el cliché tan  sesgado y machista como el publicado por el “perfil” de “El Correo”? ¿Se hubiera atrevido “El Correo” a publicar  algo en similares términos si en lugar de Rosa Pérez fuera un hombre el que ocupara su puesto?

 

Confío en que despropósitos como el perpetrado en el referido artículo no vuelvan a repetirse. Por impulso  a la libre y veraz información. Y también en consonancia con el derecho que nos asiste a todos y todas a ser tratados con respeto e igualdad.

 

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