No había concluido el escrutinio oficial de los resultados electorales celebrados en pasado 28 de mayo cuando Pedro Sánchez, acosado por sus propias baronías que le responsabilizaban del batacazo municipal y autonómico, se sacó un nuevo conejo de la chistera. El truco del almendruco. Disolvía las Cortes y convocaba oficialmente nuevamente a las urnas el día 23 de julio.
El prestidigitador de Moncloa evitaba el fustigamiento de Ferraz y echando por tierra la presidencia española en la Unión Europea pretendía pillar a contrapié a Núñez Feijóo, resacoso aún de una noche victoriana pero al que aguardaba el toro de coaligarse con VOX para encarnar el éxito en ayuntamientos y gobiernos territoriales.
Otro regate en corto de Sánchez para poder sobrevivir. Quiebro tras quiebro para intentar eludir la realidad o, cuando menos, confundirla con decisiones, como la adoptada, de extremo riesgo y de incierto desenlace.
Peligro para él y su partido de no movilizar al electorado en plena vorágine vacacional. Dificultad para, en poco tiempo, recuperar el terreno perdido por su sigla. Alarma por tener como socio de aventura a una cainita izquierda que en lugar de “Sumar” debería denominarse “dividir”.
Sea como fuere, el reloj -tic-tac que diría Pablo Iglesias- está en marcha y nadie puede detener ya una alocada dinámica que nos va a presentar en una nueva pantalla de la actualidad política.
Sánchez, el “resistente”, ha jugado su última baza. Y no hay más.
Sabía que los núcleos conspiradores de siempre; los barones, guerristas, susanistas y la legión de damnificados de su soberbia, amolaban sus cuchillos a la espera del momento para asestarle un golpe de gracia que acabara con su delirio de poder.
Su inteligencia de superviviente le indicaba que si el azar le concedía una sola oportunidad para seguir adelante él se la tenía que jugar aunque la confluencia astral necesaria para continuara al frente del ejecutivo español resultara remota. Requería no perder más en los porcentajes “provinciales”. Retener los resultados anteriores y que la ley D´Hont le premiara en el reparto de escaños. Necesitaba, igualmente, que el PP no continuara su expansión. Que negociara abiertamente con los de Abascal. Alianzas inequívocas para poderlas convertir a ojos de su electorado, en un “peligro para la democracia”. Necesitaba, igualmente que las formaciones “amigas” situadas a su izquierda, se aliaran y ofrecieran un nivel suficiente de escaños que le complementaría en una mayoría que superase al tándem PP/VOX. Necesitaba, también, no “espantar” ni a vascos ni a catalanes de cara a ayudas complementarias. Precisaba…un milagro. Y aún así apostó. Se la jugó.
Previsiblemente, el resultado de esta ecuación no dará. No le saldrá bien. Las razones serán diversas pero, sociológicamente hay un dato poderoso que avala el posible desenlace: nunca antes que ahora ha habido en el Estado una percepción social tan marcadamente negativa hacia un presidente o un candidato. Existe un sentir muy mayoritario en todo el Estado que reclama ansiosamente la caída o el relevo de Pedro Sánchez. Sánchez resulta antipático. Su figura personal provoca rechazo (como nunca se había producido en el Estado). Su altivez, soberbia, no genera empatía. Al contrario. Y esa sensación primaria hará que Núñez Feijóo, sin necesidad de exhibir músculo y programa, obtenga unos resultados magníficos . Por encima de 150 escaños le permitirá gobernar en solitario –como lo hizo Aznar- , si bien, en todo caso, tendrá a la extrema derecha como muleta a la que aferrarse “sin complejos”.
Los acuerdos alcanzados con los de Abascal en Valencia o en diversas capitales del Estado , acuerdos en los que los conservadores de Feijóo han “comprado” la filosofía y literatura populista de los ultras, advierten de cual es devenir político que nos espera en breve. Un panorama sombrío para el que deberemos preparar ya.
La alianza entre derecha y extrema derecha ya no da miedo y como tal no hace reaccionar al votante de izquierdas. Así que la “acción-reacción”, a la que aspiraba Sánchez puede darse como inexistente. Por lo demás, en España, el concepto democrático no es mismo que en Alemania donde la CDU no duda en condenar a los extremistas xenófobos, antieuropeos y antisemitas. En España, los conservadores pactan con ellos sin pudor. Y las izquierdas, en lugar de ofrecer al PP una oportunidad responsable de gobierno sin tener que echarse en manos de VOX , promueven tal alianza pensando en que la suma de populares y populistas les rentará por reacción.
¡Ingenuos! ¡Insensatos!. ¡Irresponsables!
En esa dinámica, con Sánchez desmelenado y “al ataque”, nos daremos de bruces con una campaña electoral en la que se perderán la formas y se pretenderá polarizar todo como si los comicios sólo afectaran al bipartidismo. A Núñez Feijóo le basta con estarse quieto. Sin ruido ni entrar a las sucesivas provocaciones que le llegarán desde la izquierda gobernante y los radicales de Abascal.
Hacerse el Tancredo es lo que mejor le va. Le fue a Rajoy y ahora el otro gallego le imitará. Además, siempre habrá un “sanchista foribundo”, como el Delegado gubernamental en Madrid, que saque a relucir a Bildu en precampaña para mayor gloria de la caverna mediática y los ayusistas.
Sánchez, por el contrario, no se quedará inmóvil. Aprobará nuevos decretos (estando en funciones) para prorrogar ayudas públicas electoralistas. Retará a debates “cara a cara”. Buscará la confrontación por tierra, mar y aire…y se agotará.
La próxima legislatura será dura para quienes estén al margen de la ecuación bipartidista. Una legislatura terriblemente adversa para los intereses de vascos y catalanes. Bien por su pasado inmediato de colaboración con los socialistas o por su característica nacionalista, defensora de los respectivos autogobiernos que, con una derecha española fuerte en el poder sentirán el embate del centralismo y de la “españolidad” con rango de ley.
Para los nacionalistas, estas elecciones no son ni las más propicias ni las más cómodas. Su alternativa deberá abrirse paso entre la polarización bipartidista, encontrando un hueco en el difícil mundo de los medios de comunicación para hacer llegar su voz. Y su voz será la que, una vez más, clame por la defensa de singularidad vasca frente a un panorama homogeneizador.
Para el PNV, en las Cortes Generales está su primera línea de defensa. Allí, durante las últimas legislaturas ha situado un equipo, el Grupo Vasco (Congreso y Senado), que pese a su relativamente exigua representación, ha tenido una notoriedad e influencia muy significativas. Especialmente destacable ha sido el protagonismo desarrollado por su portavoz, Aitor Esteban, convertido, probablemente, en el más brillante orador y parlamentario de la Carrera de San Jerónimo.
Ese valor y el prestigio acumulado durante este tiempo de oposición seria, dialogante y constructiva, serán los rasgos que los nacionalistas volverán a presentar al electorado como garantía de su alternativa.
Pese a ello, no podemos olvidar que el PNV viene de una situación electoral un tanto complicada con la el refugio de una parte notable de sus votantes en la abstención en los recientes comicios locales y forales. Tal pérdida de confianza – no olvidemos que sigue siendo el primer partido de la Comunidad Autónoma Vasca- ha podido ser causada por múltiples factores. Uno de ellos (no el único) ha sido, sin duda, el desgaste provocado por años continuados de gobierno y el desapego de sectores con conflictos colectivos abiertos y que inciden en el bienestar de muchas personas. Las huelgas, la aparición de reivindicaciones de difícil solución o la confluencia de movimientos sociales de notable exigencia pública han hecho mella en el respaldo electoral al PNV.
Hacer frente a ese ruido en la calle, superar la amenaza de una posible desbandada estival y volver a movilizar a su electorado ante la deriva que se nos viene encima; salirse de Guatemala para entrar en Guatepeor, son las labores pendientes que los jeltzales tienen ante sí.
El reto vuelve a ser constituir un grupo - obtener un mínimo de cinco escaños en la Comunidad Autónoma Vasca-. Un Grupo parlamentario que permita a Euskadi establecer el primer muro de contención del autogobierno vasco frente a la involución de un Estado centralista. Establecer una voz reconocible, con fuerza, con autenticidad y criterio para defender Euskadi en Madrid.
Sacos terreros, provisiones y la fuerza de un equipo ante el “cambio de ciclo” que llega.
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