jueves, 10 de junio de 2010

ORIENTE PRÓXIMO, SE VA A LIAR PARDA

Se va a liar parda. No tengo ningún dato relevante que lo apoye pero tengo la sensación de que el caldo magmático está a punto de estallar en Oriente Próximo.
La condenable actuación israelí la pasada semana contra un carguero turco que transportaba ayuda humanitaria a la franja de Gaza es un indicio de la elevada temperatura que se vive en la zona.

Ni que decir tiene que acciones de guerra contra civiles desarmados como la protagonizada por el ejército hebreo no son de recibo en el contexto internacional. Ha sido una atrocidad que la comunidad internacional debiera haber condenado sin paliativos. Aberrante desde todo punto de vista – derechos humanos, política de distensión, derecho internacional, etc-. Injustificable como lo es, igualmente, el bloqueo que Israel está manteniendo a los territorios palestinos.

Pero más allá de este execrable acto de fuerza, mi nariz me indica que algo gordo se está fraguando. Israel metió el turbo a los nuevos asentamientos judíos intentando ganar tiempo y ventaja a la nueva administración americana que llegaba con Obama. Israel sabía que los tiempos del presidente afroamericano no iban a ser iguales a los tiempos de Bush. Que también para ellos el reloj llegaba a su final e intentaron agotar los atajos.

Y , tras ese acelerón, se ha vivido un momento , relativamente amplio – un año sin actividad conflictiva en la zona es un tiempo muy importante – en el cual parecía que fructificaban las conversaciones y estrategias para la zona de la nueva Secretaria de Estado, Hillary Clinton.
Pero, pese a la supuesta calma, las placas tectónicas subterráneas se han seguido moviendo.

Tengo la impresión – esto es pura intuición – que en el centro del conflicto, los palestinos, o sus representantes en Gaza (Hamas) son, al fin y a la postre, quienes menos preocupaciones causan a los israelíes. Son, por otro lado, los paganos del problema. Los represaliados, los sitiados, los atacados militarmente. Pero su ámbito de respuesta es limitada. Piedras contra misiles que diría Ben Ami.

El problema real es el entorno. Reitero que no tengo dato alguno que lo corrobore, pero toda esta aparente calma chicha se asemeja a los momentos previos a la llegada de un tsunami. El mar se retira de la costa, reina una aparente calma y, de pronto, el mar embravecido desata todo su potencial destructivo.

La historia es difícil de repetirse pero cuando las circunstancias confluyen es posible que fenómenos pasados puedan volverse a dar.
Tengo la impresión de que las circunstancias que originaron la denominada “guerra de los seis días” vuelven a estar presentes.

Siria sigue siendo el vecino que no olvida sus cuentas pendientes con Israel. De ahí su papel tutorial con Hezbolá en el Líbano, un país en el que la comunidad palestina siempre ha tenido sus campos de retaguardia. Hezbolá se ha convertido en un auténtico poder en la sombra en el país del cedro. Allí domina socialmente a una gran mayoría, cuya expectativa vital pasa por el manto protector del “Partido de Dios”, una organización militar conectada directamente con el régimen chií de Irán.

Al contrario que en la guerra de 1967 –la guerra de los seis días- , el componente religioso toma en este momento protagonismo y el régimen iraní – chiita- ejerce el núcleo central sobre el que Israel tiene puestas todas las miradas.

Irán, con Mahmud Ahmadineyad, como referente político, es una potencia emergente en la zona. Emergente y desequilibradora. Su carrera no detenida internacionalmente para alcanzar desarrollos tecnológicos nucleares la presentan ante Tel-Aviv como su principal amenaza. La República Islámica ha duplicado su población en tan sólo veinticinco años (más de 66 millones de habitantes) -dos tercios de la población está por debajo de los 25 años-. Con importantes reservas de petróleo y una industria creciente, el país de los persas, después de la revolución jomeinista, se ha convertido el foco expansivo del activismo islámico.

Su mano se puede ver en el ya mencionado Partido de Dios – Hezbolá- en el Líbano, en el aprovisionamiento clandestino a los palestinos de Hamas, en las guerrillas iraquíes del clérigo radical Muqtada al Sadr (en un momento en el que los EEUU comienzan su retirada y la amenaza de una guerra civil se hace verosimil), en el intento de romper su bloqueo internacional con relaciones bilaterales con Turquía (de mayoría islámica y perteneciente a la OTAN), Brasil o Venezuela.

Su apuesta por la tecnología nuclear, su indisimulada política anti-sionista, su ubicación geoestratégica, en el epicentro del Oriente Próximo y su liderazgo de Estado teocrático, convierten a Irán en la oculta mano que mece la cuna de la desestabilización regional.

Sin olvidarnos de Israel. El único estado de la comarca organizado democráticamente pero que tiene en su seguridad y su defensa el motor de su acción gubernamental. El estado hebreo nació en una guerra y desde entonces ha vivido y crecido para hacer frente a la nunca superada amenaza del mundo árabe de “echar al mar” a los judíos.

Su obsesión interna es la seguridad. De ahí las radicales actuaciones de su ejército y servicio secreto – quizá el mejor del mundo-. “La guerra une, mientras que la paz no genera liderazgo” –me comentaba en una entrevista pasada realizada junto a Txema Montero Slomo ben Ami-. Pero el conflicto no puede ser infinito. Halcones y palomas vuelan juntos, a sabiendas de que los márgenes de apoyo internacional se estrechan.

La olla express está a tope de presión. O alguien coloca una válvula que regule el flujo de tensión o el lío puede ser espectacular. Y que nadie olvide que el continente europeo está a tiro de piedra o de misil.

Se va a liar parda. Lo siento, pero al encender mi bola de cristal ha aparecido una enorme tormenta. Espero equivocarme.

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