“La anunciación” de Fra Angelico es, quizá una de las obras pictóricas más representativas del tránsito artístico del gótico al renacimiento. Toda una alegoría de cambio. Cambio de tiempo, de mentalidad, incluso de estética.
El cuadro en cuestión refleja el momento relatado en el Nuevo Testamento en el que el Arcángel San Gabriel anuncia a la Virgen María la voluntad divina de que sea la madre de su hijo en la tierra.
La pintura contempla igualmente imágenes de Adán y Eva expulsados del Paraíso y la irrupción del Espíritu Santo, transformado en paloma, surgiendo de un rayo de luz representativo de la mano de Dios.
Para cualquier amante del arte, esta obra resulta de especial interés ya que abre la época del Quattrocento florentino y da paso a las nuevas tendencias renacentistas. Un nuevo tiempo en el que el centro de atención del pensamiento pasaba de la divinidad a la persona. Era el fin del medievo, la ruptura del teocentrismo dogmático en beneficio del humanismo.
Como todo cambio en el comportamiento humano colectivo, aquello no ocurrió de la noche a la mañana. Ni fue sencillo en su tránsito. Convulsiones de todo tipo sacudieron a la sociedad de la época en la que el poder de lo viejo, que no terminaba por morir, y el ímpetu de lo nuevo, que no acababa de nacer, alimentaron una profunda crisis de identidad en los países del viejo continente. La Reforma protestante, la introducción de la imprenta, los descubrimientos y conquistas ultramarinas y la irrupción de un primer capitalismo mercantil, fueron cruciales para que el cambio fuera posible en lo cultural, lo político, lo económico y, también, en el arte.
El pasado fin de semana, en Ziburu, la Izquierda Abertzale radical, nos regaló, en lo que a escenografía se refiere, un cuadro de “Adviento” muy particular. Allí estaban los expulsados del paraíso político. Figuraba, igualmente, el cadáver de Jon Anza como testigo inerte de un tiempo acabado y malogrado. Y aparecieron, sin sorpresa aparente, los mensajeros armados a modo de arcángeles guerreros.
Tres encapuchados, representación viva de ángeles exterminadores, comunicaron, en nombre de ETA, que “Euskal Herria está a las puertas de vivir un período de cambio”. “Hoy más que nunca, –sentenció el interlocutor de ETA- el futuro está en manos de los ciudadanos y ciudadanas vascos”.
No hay que olvidar que los discursos basados en la “verdad absoluta”, sea esta devenida de la palabra de Dios o de cualquier otro interlocutor incontestable, tienden a ser interpretados de su literalidad para poder ser entendidos por la mayoría.
Unos, los que necesitan seguir creyendo ciegamente en su “divinidad”, han visto en las palabras de ETA un refrendo a su esperanza de cambio. Así, han interpretado que la declaración de Ziburu ratifica la apuesta política de la Izquierda Abertzale.
Otros, entre los que me incluyo, consideramos que lo dicho nada aporta al escenario político. Y bien lo sabe Batasuna, o la Izquierda Abertzale radical.
Éstos, desde hace un tiempo, esperan un comunicado clarificador. Esperan una respuesta a su decisión de optar únicamente por vías políticas y democráticas. Pero el comunicado no llega. No llegó en Aberri eguna, ni en las sucesivas fechas en las que se aguardaba la “anunciación”.
En Madrid también perseveran. Zapatero el misterioso confiesa por lo bajini que “algo puede pasar” o “está a punto de pasar”. Pero guarda silencio oficial para no levantar la liebre antes de tiempo.
Rubalcaba, renacentista como Maquiavelo, ha tocado silencio. Y, todos, incluido su presidente, le han prometido seguir a pie juntillas sus órdenes. Su cornetín de mando obliga, de momento, a todos. Incluidos Eguiguren y el periodista Luis Rodríguez Azpiolea, autores de un “clarificador” libro que, aunque ya editado, deberá dormir en las estanterías de una imprenta. No saldrá de inmediato a la luz, como pretendían sus escritores y su presentación se retrasa, por lo menos, hasta septiembre.
Hay quien dice que Rubalcaba prefiere jugar a seguro. A tener cerrado el tinglado con cláusulas de verificación internacional.
Ni la imperiosa necesidad de Zapatero por rentabilizar un éxito que le devuelva le esperanza electoral puede con los planes herméticos del Ministro de Interior. Rubalcaba no quiere volverse a quemar, pues juega con fuego. Santo Tomás, una y no más. Por eso quiere tener en la mano el certificado de defunción para poder anunciar “orbi et orbe” la buena nueva.
Brian Currin por su parte, como el santo Job, no descansa. Idas y venidas para alcanzar el objetivo. Para encontrar un respuesta que no termina de llegar. Una única declaración. Clara y concisa, aunque en su construcción gramatical sea alambicada. Basta con el anuncio de “un cese definitivo de las hostilidades”.
Seguimos a la espera de un nuevo tiempo. Pero el adviento encapuchado del pasado sábado en Ziburu no vale para nada. La anunciación que necesitamos no tiene capucha. Deberá ser a cara descubierta. O no será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario