Mariano Medina era mucho más que un presentador de televisión. Era el oráculo al que ciegamente atendían miles de familias ávidas de conocer si al día siguiente debían proveerse de un paraguas, de un abrigo o de un abanico. Era el “hombre del tiempo”. Un señor serio que impertérrito hablaba igual de milibares que de isobaras, chubascos o anticiclones. La mayoría desconocíamos el significado de aquella jerga científica. Sólo nos interesaba si llovería o no. Y el lenguaje de Mariano Medina, muchas veces, no nos aclaraba demasiado. El lenguaje oral quiero decir, porque el gestual era indescifrable. El hombre era como una esfinge. Era el monumento al “busto parlante”.
Cuenta una leyenda urbana que un buen día y, a sabiendas de que el plano utilizado en televisión sólo encuadraba al locutor de cintura para arriba, y conocida la tendencia del “hombre del tiempo” a la inexpresividad corporal, Pedro Macías –el periodista de referencia del momento en la TVE oficial- y un grupo de compañeros gamberros, le soltaron el cinturón bajándole los pantalones en riguroso directo.
Medina ni frunció el ceño. Ni parpadeó. Siguió, como un poste, con su discurso inescrutable. Era un profesional inmutable, aunque fuera en gayumbos. Nadie -salvo sus cafres compañeros de telediario- se enteró del sucedido. Y nos fuimos a la cama con aquella canción de la familia “telerín” que nos decía que había que “descansar, para que mañana podamos madrugar”.
Fue McLuhan quien afirmara aquello de que “el medio es el mensaje”. Lo que decimos es, sin duda alguna, lo importante. Pero, el cómo se dice, certifica y acentúa la credibilidad o el impacto del contenido expresado. Me lo recordó recientemente un experto en la materia. En un discurso, el 55% de la audiencia retiene las sensaciones de la comunicación no verbal. El 38% el tono del orador y solamente el 7% valora el contenido de lo dicho.
Afirmar que “Euskadi ha salido de la crisis” es un hecho novedoso en clave positiva. Es una buena noticia que debiera generar satisfacción y júbilo en el oyente. Argumentarlo con datos debería servir para reconfortar o ilusionar a la audiencia. No en vano, dar por cerrado un capítulo negativo y de duras consecuencias para miles de personas, debiera alumbrar ilusión y certidumbre. Pero no.
Escuchar los pasados días a Carlos Aguirre, Consejero vasco de Economía, resultó desmoralizador. Es inaudito que al anuncio de una buena noticia genere tal sensación de desánimo. Y no lo es porque el mensaje sea fraudulento o mediatizado. El problema estriba en que el comunicador rezuma una energía negativa que condiciona y lastra todo lo que dice. Así, cuando el Consejero Aguirre anunció, en base a datos del EUSTAT, que “Euskadi ha salido de la crisis” nos sonó a muchos como la formulación de una crónica necrológica o el pronóstico de un infortunio.
Desde dentro del Gobierno López se ha afirmado en repetidas ocasiones que tienen en la comunicación su principal problema. Con la inmensa mayoría de los medios haciéndoles la ola, con un amplio plantel de reconocidos profesionales en nómina, con todo a favor, sigue fallando la comunicación. ¿Será el medio o el mensaje el que falla?.
Cada cual tiene las aptitudes que tiene. Unos son la “alegría de la huerta” y otros – entre los que me incluyo-, tenemos menos capacidades cautivadoras de expresión que Mariano Medina.
Conocí a un tipo, forofo donde los hubiera, que cada vez que el Athletic metía un gol lo celebraba de tal manera que los demás pensábamos que el gol era en propia puerta. Le llamábamos “Tristón” (de “Leoncio León y Tristón”) por su parecido con la hiena animada a la que sonreír le dolía. Hace unos años que le perdí la pista. Me acordé de él cuando el pasado sábado vi las imágenes de la BBC de los encapuchados anunciando la “buena nueva” de “no llevar a cabo acciones armadas ofensivas”. Es posible que, dado el éxito de audiencia alcanzado, en poco tiempo tengamos un segundo capítulo de esta nueva serie televisiva. En el primero, pese a la expectación, su contenido me dejó frío. Confío que en la segunda parte, si la hay, ganemos en interés, aunque los protagonistas sean los mismos bustos parlantes y la escenificación tan rígida como la del antiguo “hombre del tiempo”. Si por el contrario, el contenido es relevante, merecerá la pena prestar atención a la pantalla. Yo soy de los que me quedo con lo que se dice. Soy de los del 7% .
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