viernes, 22 de octubre de 2010

TINTA INDELEBLE


Lo escrito, escrito está. Salvo que la impresora se quede sin tinta. Por eso, la comunicación impresa tiene un afán perdurable frente a la inmediatez de las ondas – la radio- o el impacto generalista de lo visual. La tinta sobre papel tiene una fuerza, un alcance, que otras formas de información no alcanzan a lograr.


En mis orígenes de “plumilla”, me dedicaba a ser comentarista de televisión en el diario DEIA. ¡Qué etapa tan gloriosa!.Diariamente, llegaba al atardecer a las oficinas de Bolueta en mi seiscientos rojo. Corría el riesgo de que cuando saliera, me lo encontrara encima de cuatro ladrillos, pero el riesgo era una cuestión asumida. ¡Para eso era periodista!.


Allí, la redacción echaba humo. Andoni cerraba la crónica de laboral. Juan Carlos chillaba con los de política. Juanjo y los suyos de deportes hacía “pucherito aparte”, KSS se pegaba con las ediciones, Estepan …¿dónde estaba Estepan?. Hasta Hilario y su diplomacia, recogiendo esquelas telefónicamente, conformaban un todo, una familia, una tribu irrepetible.


Yo llegaba, cogía una de aquellas pesadísimas máquinas de escribir, un taco de folios de aquellos con margen verde y tabulaciones prefijadas y comenzaba mi tarea. Primero, un poco de tertulia con los de alrededor para saber cómo iba el día. Pero la “cháchara” duraba poco. El difunto Jose Mari Barreiro aparecía en escena y con su sola presencia sabía que había que correr pues mi página se cerraba de las primeras. La programación estaba ya impresa (hay que tener en cuenta que entonces sólo había dos canales de TV, la española 1 y la UHV o la 2). Es decir, que lo que tocaba desgranar era “habas contadas”.


Mi reto era llenar cuarenta y cinco líneas diarias de 65 espacios. Si me pasaba, sabía que había corte. Y el tajo no iba a tener más supervisor que un cutter Así que, muchas veces, el ininteligible texto se convertía, por efecto tijera, en un jeroglífico.

Un buen día, y después de que Jose Mari Barreiro hubiera dado ya tres viajes hasta mi demarcación sin que su presión tuviera éxito, fue el propio Manolo Igarreta , el redactor jefe quien salió de su pecera y me conminó a que entregara la crónica.

Yo estaba seco. Había estirado el escrito como un chicle pero me seguían faltando tres líneas para cerrarlo. Me jugaba mis cuartos. Quinientas pelas de entonces por folio eran quinientas pelas para gasolina, y mi seiscientos chupaba lo suyo.

Así que , apremiado por el cierre concluí. Total, no lo leerá nadie. Y la máquina dejó para siempre mi sentencia; “Au revoire dijo Voltaire echando la txapela al aire, y cerrando la fenêtre para que el aire no penetre”. Suficiente para llegar a la línea 45.


Al día siguiente, mi entrada en la redacción fue como una fiesta. Allí se inventó lo de “hacer la ola”. Fui cruzando la estancia entre aclamaciones, como Jesucristo en domingo de ramos a la entrada en Jerusalén. Al fondo del pasillo me esperaba Félix García Olano, el director. La cara de la siempre eficiente Luchi presagiaba que después de la celebración llegaría el huerto de los olivos y más tarde el gólgota. “Al despacho –dijo Félix-“. La conversación fue corta pero intensa. “Tu que haces televisión –me dijo con su dulzura habitual- habrá visto el último capítulo de Lou Grant”. Por supuesto –contesté-. Es una de mis series favoritas.


“Pues sabrás lo que le pasó al redactor que, sin ton ni son, escribió unas líneas en latín en su crónica”. Sí, respondí. Le echaron del periódico.

Félix tomó aire y me dijo. “Aprende la lección”.


Salí de la pecera sin saber si me tenía que ir a casa o me fusilarían al amanecer. Lo cierto es que, como un día cualquiera, tomé la máquina Olivetti y dejé escritas las cuarenta y cinco líneas siguientes de la crónica de televisión. Poco tiempo más tarde y aprovechando una oportunidad profesional, dejé el espacio y aquella redacción. Me fui con la lección bien aprendida.


Como dice Alejandro Sanz, “no es lo mismo ser que estar, no es lo mismo estar que quedarse”. No es lo mismo expresarse en libertad que hacerlo desde la cárcel. No es lo mismo una entrevista en vivo y en directo que contestar a un cuestionario. Responder a un cuestionario implica mayor capacidad para concretar algo, para matizar, para decir, ni más ni menos, que lo que en verdad quieres. De ahí que la entrevista firmada por John Carlin en “El País” a Arnaldo Otegi deba contemplarse no como una pieza estrictamente periodística sino como un documento a releer.


Otegi ha dicho lo que ha querido decir. Con todos sus acentos, con sus silencios, pero con toda su intención. Son afirmaciones concienzudamente estructuradas.

De todas las respuestas (animo al lector a que analice en su integridad el texto http://www.elpais.com/articulo/espana/Texto/integro/cuestionario/respuestas/Otegi/PAIS/elpepuesp/20101017elpepunac_8/Tes) me quedo con una:


P. ¿Qué le diría ahora a la dirección de ETA si estuviera frente a ella?

R. Que siendo coherente con la caracterización unilateral de esta fase del proceso, y haciéndose eco tanto de la petición expresada por la declaración de Bruselas como la expresada y suscrita por el conjunto de organizaciones de la izquierda abertzale con otras fuerzas políticas, sociales y sindicales decrete una tregua unilateral, permanente y verificable por la comunidad internacional.



Ya lo ha dicho. Lo ha escrito. Con tinta indeleble. Seguro que hay respuesta.



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