Zapatero ha movido ficha. Era previsible, pero necesitaba condiciones objetivas para hacerlo. El presidente español sabía de su soledad y de lo limitado de su mandato si no conseguía aliados.
Su traumática presidencia europea, unida a la intensidad de la crisis económica, le había dejado muy debilitado. Prácticamente amortizado.
Sus mensajes de socorro habían encontrado escaso eco. Las encuestas electorales, como potro de tortura acentuaron su dolencia. Las asonadas internas –primero Bono, luego las primarias madrileñas y posteriormente los notables de “provincias”- elevaron su cuadro clínico al diagnóstico de “crítico”.
Pero, en esto, llegó Urkullu y el PNV. Pese a que sus propios correligionarios vascos trataron de impedir el rescate del “socorrista de la playa”, el oxígeno llegó. Un gran acuerdo para Euskadi (el cierre del Estatuto incumplido) y para el inquilino de la Moncloa. Y, mucho más; la estabilidad. Estabilidad para la economía, para los mercados, y para los incipientes procesos de paz y normalización observados en este país.
Los asesores de Rajoy le habían aconsejado echarse a dormir. No hacer nada. Sentarse a la puerta de Génova para ver pasar el cadáver de su adversario, era la mejor estrategia para una victoria electoral futura. Se equivocaban. Porque Zapatero ganaría, si se presentase, el concurso televisivo de “Supervivientes”.
El acuerdo alcanzado con Urkullu y el PNV le ha hecho revivir. Y , con nuevo ímpetu jugará fuerte, jugará todas sus bazas para tener opciones de reeditar mandato en la Moncloa.
Su primera ficha ha sido la crisis de gobierno. Ha soltado lastre conformando un nuevo equipo en el que se conjuga el aparato interno (Leire Pajín y Trinidad Jimenez) con la solvencia en la interlocución (Jaúregui respecto a las autonomías y Valeriano Gómez en relación a los sindicatos). Se permite incluso un guiño al electorado de izquierda con la incorporación de la ex comunista Rosa Aguilar. Por lo más destacable de esta remodelación gubernamental es la ascensión de Alfredo Pérez Rubalcaba como número dos del ejecutivo.
Se trata, en suma, no de de un gabinete de transición sino de un gobierno de combate, dispuesto a pelear hasta el fin para recuperar el espacio electoral perdido. Como Méndez Núñez en la guerra del pacífico, Zapatero ha optado, si es necesario a la “honra sin barcos que a los barcos sin honra”. En su balanza ya no hay contrapeso, ni marcha atrás.
Su recuperación se la debe, fundamentalmente, a Urkullu y a los suyos. Lo sabe y lo tendrá en cuenta a futuro, aunque las andanzas de los socialistas vascos, con sus críticas a las “líneas rojas” u otras lindezas que en privado plantean, hace que, en más de una ocasión desde la Moncloa se pronuncie aquella cita de “cuerpo a tierra que vienen los nuestros”.
Ya el mes de mayo vaticinaba desde este mismo blog que la crisis gubernamental estaba al caer. No fue una profecía. Pero se veía venir. Ahora se presienten nuevos pasos. No tengo duda alguna en discernir que el presidente español va a jugar todas sus fichas, todos sus ahorros, todas sus bazas y todas sus opciones, en alcanzar el bien preciado de la paz con la desaparición de ETA.
Sabe que no le queda otra. Honra sin barcos.
Sin un horizonte claro de recuperación económica, Zapatero sabe que en la ruleta electoral ya no vale ni el rojo ni el par, sino la apuesta única a un solo número. Y con Pérez Rubalcaba de patrón de barco lo hará.
En esa apuesta decidida, de altísimo riesgo para él y los suyos, volverá a encontrar en el PNV el aliado fiel que encontró el Loiola, antes y después.
Por eso, la Izquierda Abertzale no emancipada y los mediadores internacionales deben ser conscientes de lo extraordinario de la situación. Las palabras de Otegi, publicadas el pasado fin de semana, ayudan a clarificar el escenario. Pero es necesario más ritmo y mayor decisión en los próximos pasos a dar. El balón ahora está en su tejado y, si en breve tiempo la tortuga no corre como un gamo quizá se nos pase el arroz.
Quien no sepa ver ese horizonte, que se vaya a casa. Con Rajoy y los que esperan ver el funeral desde el quicio de la puerta.
El momento es relevante y la oportunidad que se brinda tiene un muñidor que merece ser reconocido. Zorionak Iñigo.
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