viernes, 5 de noviembre de 2010

PERDER EL APELLIDO

Pobre Imanol. Los “Zuluaga” no tienen porvenir. No es que yo les augure un destino personal incierto. Para nada. Lo que ocurre es que, según leo en la prensa vasca, el nuevo proyecto de ley del Registro civil establece la desaparición de la primacía del padre en los apellidos. Así, salvo que la pareja, previo acuerdo, especifique cual quiere que vaya en primer lugar, si el del padre o el de la madre, el alfabeto decidirá el orden de los apellidos. Así que, en orden a la paridad de género (cosa que me parece muy bien), los que su apellido empiece por “Z”, lo tienen jodido.

Si no hay acuerdo en la pareja, los de la “Z” a la cola, a perder el rastro . Ganarán los Aaron, Abad, Abanto, Abarzuza, Abascal, Abasolo….Y los “Zuluaga”, como los “Zapatero” en la última fila del listín.

Siempre he estado de acuerdo con los que se alineaban con la democratización de los apellidos. Además, ese rol de herencia familiar vinculada al “padre” siempre me ha parecido de rancio machismo. La vinculación del hijo o hija a la madre resulta incontestable. Pero, ni tan siquiera esa evidencia empírica ha reportado a la mujer rango de primacía, aunque sea nominal, respecto a su descendencia.

Por eso me parece correcto que haya opción de elegir si el primer apellido de una persona se corresponde con el de la madre o con el del padre. Lo que no entiendo muy bien es lo del orden alfabético. Es más, me parece una injusticia. ¿Por qué?. Muy sencillo. Hagamos un ejemplo práctico. Completemos una lista con veinte nombres ordenados alfabéticamente. Todos tienen las mismas oportunidades y el mismo grado de conocimiento público. Sometamos dicha lista a la votación, por ejemplo de una asamblea. ¿Cuáles obtendrán mayor número de votos intuitivos?. Sin duda alguna, los primeros del elenco.¿No se lo creen?. Hagan la prueba y cotejen los resultados.

Orden alfabético, ¿no sería mejor a veintiuna la aceituna o en un café rifaron un gato al que le toque el número cuatro?.

En mi caso, los “Mediavilla”, los de la “M”, tenemos garantizada la zona centro de la tabla. Siempre en medio, como el jueves. Templados. Ni frío ni calor. En ese sentido me siento muy “transversal”. Sí. En este y en otros sentidos. Ascendencia castellana y vasca. Mediavilla y Amarika. Con idioma vehicular español, eta, noizean behin, euskeraz ere erabiltzen dut. He tenido abuelo/a y aitite-amama. Vivo en Euskadi y veraneo en España. Me gusta el marmitako y el jamón de guijuelo.

Hasta en lo ideológico me han calificado de “autonomista radical” o de “independentista moderado”. Lo que nunca he negado es que sea un anarquista organizado, una amante del orden establecido en los últimos segundos. Vamos, que “transversal” de los pies a la cabeza.

Lo que me solivianta un tanto es cuando me dicen que tengo dos almas. ¿Dos almas?. ¿Será por eso la razón de mi sobrepeso?. Intuyo que no, que obedece más a mi afán equidistante de devorar indistintamente carne o pescado que a una espiritualidad duplicada.

Hace no demasiado tiempo, alguien puso en boga el término “transversal”. Todo tenía que ser así. Gobiernos “transversales”, políticas “transversales”, acuerdos “transversales”. Y cuanto más se hablaba de la materia, más se acentuaba la distancia entre los polos de opinión. Es como cuando hoy nuestro gobierno habla de “normalidad”. Cuanto más “normalizada” está Euskadi, más anormal me siento.

“Normalidad” para defender el euskera recortando el presupuesto para la euskaldunización. “Normalidad” en los servicios públicos, incrementando la listas de espera en la sanidad. “Normalidad” en la convivencia con un control férreo de las informaciones que se divulgan en los medios de comunicación públicos.

Anormal y transversal. Sólo me falta perder el apellido (no en el sentido más traumático de la cita). Los de la “M”, en la mitad, en el montón. Como la mayoría. ¿Mayoría de anormales?. Muchos ¿no?. Muchos no, más.

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