Llevo tres funerales en escasas dos semanas. Las malas noticias tienden a concentrarse y te demuestran la fragilidad de la experiencia humana. Hoy haces planes para mañana y toda previsión se hace añicos en segundos. Ley de vida.
Las fatalidades me han vuelto a llevar a la iglesia. Funerales y misas de despedida me han hecho regresar al templo. Era obligado. Y mi vuelta, como hijo pródigo, ha tenido sus consecuencias. No en lo espiritual sino en lo puramente físico o terrenal.
En el primer velatorio religioso, los fieles rebosaban la iglesia. Me quedé fuera, con cinco grados de temperatura y sin chaquetón. En el segundo fui previsor y adelanté mi presencia. En la intemperie cuatro grados. En San Martín de Tours, en Forua, el mercurio no superaba los dos. Qué frío!.
Las instituciones acababan de terminar con la rehabilitación del templo pues conserva un importante patrimonio cultural –yacimientos romanos del siglo primero-. Se han hecho excavaciones y en el suelo de la nave, a modo de crucero, se han dejado a la vista, selladas con cristaleras, los vestigios de aquella ocupación original. La visión impone, de ahí que se haya cubierto la mayor parte de la superficie con tiras alfombradas que evitan el efecto “mareo”.
Dada la longitud acristalada, en el pasillo central tuvieron que colocarse varias esterillas, que con el paso de la feligresía se iban levantando en los extremos, con el grave riesgo de tropezones y traspiés. Hasta el punto que llegado el féretro, éste estuvo a punto de alcanzar el catafalco, al pie del altar, de un golpe tras varios brincos de los porteadores. Que susto. Qué cómico.
El ambiente era sublime. La respiración de los fieles se dejaba ver como el humo de una taza de café recién hecho. La iglesia estaba llena y pese al calor humano, San Martín era una nevera. “¿No hay calefacción? – preguntó quien estaba a mi izquierda-. “Sí –dijo un parroquiano- pero encenderla cuesta mucho dinero. Aquí se viene por la fe, no a pasar el rato”. Fe debía haber a raudales porque allí nadie se movió en la hora y cuarto de exequias religiosas. Como para moverse. Cerrabas los ojos y los párpados se quedaban pegados. Salí del oficio como bajó Juanito Oiarzabal del K-2. Con principio de congelación en las extremidades inferiores y con la nariz chorreante. Dos días más tarde del rito todavía tenía negros los dedos de los pies. Temí lo peor, pero no se me cayeron.
Unos días tarde repetí experiencia. Misma iglesia, mismo cura y mismo frío. Presbítero con vocación de tenor. Liturgia de larga duración. Síntomas de entumecimiento plantar Y eso que utilicé la alfombra como aislante, pero mis talones parecían tener hilo directo con los moradores de la necrópolis del subsuelo.
En el exterior, la climatología padecía de esquizofrenia. En Autzagane, el termómetro marcaba 16 grados. Al borde de la ría, junto a la iglesia, 5. Luego supe que todo tenía una explicación. Se denomina “inversión térmica”. Este fenómeno se presenta cuando, en las noches despejadas el suelo se enfría rápidamente por radicación y, a su vez, refrigera el aire en contacto con él. Esta capa de aire se vuelve más fría y pesada que la que está en el estrato inmediatamente superior. Así que se produce el efecto del mundo al revés; hielo en el llano y bochorno en las alturas. Ni más ni menos que “inversión térmica”
Genma Zabaleta,
Que existe el fraude en el cobro de las subvenciones sociales nadie lo duda. Pero de ahí a elevar a categoría de engaño el incumplimiento de un requisito administrativo puede parecer un exceso. Detectada esta irregularidad, lo lógico, es que
Digo familias “vascas” ya que esta medida no es de aplicación a la población inmigrante sin papeles (que sigue y seguirá cobrando la renta básica), ya que su condición de “alegal” le impide acceder al INEM y tal requisito administrativo no le es de aplicación.
El Gobierno vasco ha cogido un calentón y ha dejado heladas a miles de familias. También ha dejado sin temperatura a las Diputaciones, que son las instituciones que gestionan, que pagan, la renta básica, aunque la competencia real sea del Gobierno López. A sus ventanillas – a las forales- llegarán las quejas y los dramas de vidas desestructuradas que perderán el subsidio por la “inversión política” de un ejecutivo supuestamente socialista.
Todo tiene sus consecuencias. A mí, el retorno a la iglesia me ha dejado, como penitencia, un catarro de órdago. A la Consejera Zabaleta su fiebre seguro que le provoca, como mínimo, una cefalea.
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