viernes, 11 de febrero de 2011

EL DESTINO DE UN VIAJE EN BARCO

Volvemos a las cosas de la vida corriente. El pasado martes había quedado con un amigo en una céntrica cafetería de Bilbao. Como hacía buen tiempo, la espera fue en la improvisada terraza en compañía de Nico-tina (un cigarrito). Mi colega se retrasaba sin razón aparente. Llegó veinte minutos tarde. Yo ya fumaba en pipa, pero su excusa me convenció. “Ya lo siento, he salido según lo previsto pero me he distraído y siguiendo un culo he llegado hasta el Arenal como un gilipollas”.




Suele ocurrir, sobre todo en primavera pero el fenómeno del atontonamiento por sobredosis cárnica visual se ha adelantado. ¿Será una consecuencia más del “cambio climático”?.


Lo cierto es que, este tipo de distracciones son habituales. ¿A quien no le ha ocurrido alguna vez?. A mí, en una ocasión, después de una celebración con la cuadrilla, experimenté esa sensación de entrar en un agujero negro en el que la materia desaparece y el espacio-tiempo varía. Sé que monté en un tren en la estación de Abando con destino a Basauri. Lo siguiente que recuerdo es al revisor pidiéndome el billete en Areta (Laudio). Descenso accidentado en el andén, pago del suplemento correspondiente, nuevo billete y a esperar un nuevo convoy de cercanías en dirección contraria.


Aquellos lapsos mentales, propios de una juventud de compromiso (con el cubata), llevaban a la gente a creer ciegamente en las historias paranormales de Jimenez del Oso o J.J. Benítez (algo parecido a las que hoy cuenta Iker Jimenez). Enfrentarse a una realidad que misteriosamente cambiaba sin aviso previo era, para mí, un reto inexplicable. ¿Quién iba a pensar que, entre la tarde y la noche, tus padres cambiarían la cerradura de su casa?. Nadie. Yo tampoco. Pero cuando tras largos minutos de intentar introducir la llave en el cerrojo sin conseguirlo, tras mirar la llave por delante y por detrás, salió por aquella puerta el vecino y de malas formas me indicó que lo intentara mejor en el piso de arriba. Entonces comprendí que la “antimateria” se había comido, mejor bebido, un tramo de escaleras.


No sé si será una cuestión de familia o de lugar, pero el sucedido del tren lo revivió mi hermano con un autobús. En el amanecer de unas fiestas bilbainas, y haciendo caso de las recomendaciones de utilizar el transporte público, junto a un colega, se subió a un autobús con dirección a Basauri. En Arrigorriaga, de un golpe, vivieron sobresaltados que su destino ya había pasado. ¿Cómo explicarlo?. Mejor no. Así que, ya en la calle, cruzaron de acera y esperaron que otro autobús llegara en sentido contrario y les acercara a su destino originario. Y el autobús llegó. El mismo que habían abandonado minutos antes. Finalizado su itinerario hasta Zeberio, el chófer dio media vuelta e inició su recorrido inverso. Cual fue la sorpresa del autobusero al ver montar en su vehículo a los dos viajeros que poco antes había dejado en tierra. “Cuando lleguemos a Basauri –comentaron al piloto-, por si acaso, nos avisas”. Así fue. Chófer, viajeros y hasta transeúntes casi les hacen la ola al llegar al hoy municipio de Loly, por entonces Dos Caminos.


Pero, la mejor historia de desubicación metafísica la contaba mi padre. Hacía referencia a mi tío “Cani” (apócope cariñoso de Canicón). “Boti” –que así llamaba mi tío a mi padre- relataba que una noche, después de una ociosa velada por Bilbao, mi tío encaminó sus pasos hacia Basauri. Por entonces no había autobús, ni tren, ni metro. Ni tampoco lanzadera. En el coche de San Fernando – un ratito a pie y otro andando- se puso en marcha. Dejando a un lado la urbe, comenzó a subir la cuesta de Miraflores. Una vez en el alto, y a la espera de acercarse a Bolueta quiso aliviar su fatiga y la vejiga. Así que miccionó. Lo hizo con gusto. Fundido con la oscuridad de la madrugada reinició su marcha. Cuesta abajo siempre es más fácil. Paso firme y rumbo fijo. Las primeras edificaciones se atisbaban en la penumbra. Pero aquel paisaje no era el que esperaba. No. Estaba de nuevo en Atxuri. Vuelta a empezar. Como el día de la marmota.




La Izquierda Abertzale ha decidido iniciar un viaje. Treinta y cinco años tarde han emprendido singladura. Quieren llegar a los ayuntamientos en barco, con toda su tripulación a bordo y sin dejar nadie en tierra. Destino, recorrido, maniobras, bitácoras…todo está perfectamente organizado y dispuesto. Pero, nada más salir de puerto una fuerza extraña les va arrastrando hasta la abogacía del Estado y el Tribunal Supremo. En su cuaderno de navegación también cabía luchar contra los elementos.


El éxito de su marcha estribará en sujetar fuertemente el timón y no perder de vista el puerto de atraque. La mayoría, espera, esperamos, que la embarcación de la Izquierda Abertzale llegue a buen destino. Que ni la noche o la niebla les confunda, por que su retorno al ámbito democrático servirá para dar plenitud al pluralismo de la sociedad vasca y nos acercará a todos a la concordia civil.


Lo de viajar en barco tiene una ventaja, que no avanza marcha atrás. Ya, pero también he recordado que los “valientes” no retroceden nunca; giran ciento ochenta grados y siguen adelante. Y los camarotes de este barco están llenos de “valientes”. Aunque ésta no es su hora. Es el momento de los pilotos. Espero que ellos lo sepan.


Y que nosotros lo veamos.

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