Ese dicho de “lo importante es participar” es muy bonito pero sólo se aplica a los discursos. También queda muy lucida la afirmación de que “hay que saber perder” o que “de las derrotas se aprende más que de las victorias”. Naranjas de la china.
Todo el mundo quiere ganar. Cuando de chavales jugábamos al pelotón, lo primero que hacían, el dueño del balón y el líder rival, era echar a pies para elegir equipo. Los “buenos” eran elegidos los primeros. Los “torpes” quedábamos para el final. Éramos los “si no hay más remedio”.
Luego, en el fragor de la batalla balompédica era cuando surgían las artimañas. “No ha sido gol, ha sido poste”. La bola, supuestamente había entrado en la portería, pero como los límites se marcaban con un montón de jerseys en el suelo, la interpretación de la trayectoria era subjetiva. Y el dueño del balón dirimía la duda. “Ha sido gol y no hay nada más que hablar”. Otra de las incertidumbres habituales se producía cuando alguien dirimía que el gol no existía ya que el “balón ha pasado por alto”. Claro que como tampoco había travesaño que limitara la portería, la estatura del portero ocasional determinaba si el chut merecía el gol o no. Así que se optaba, en la mayoría de los casos por situar entre jerseys a un chiquitín, que por mucho que se estirara, reducía el ámbito de la meta a batir.
Así se ganaban los partidos. O interrumpiendo el encuentro cuando el dueño del balón lo consideraba oportuno. “Me marcho a merendar. Ganamos 12-11”.
En el fútbol yo era de los “si no hay más remedio”. Pero no siempre, ni en todos los juegos fue así. En uno de ellos , por el contrario, era el primer elegido. Era cuando diputábamos aquello tan creativo como “txorro-morro-piko-tallo-ke”. No acierto a entender por qué me elegían el primero. La cuestión es que mi equipo casi siempre ganaba. Y digo casi siempre porque, de cuando en vez, los adversarios se mosqueaban y justo cuando yo había iniciado el salto resolutivo, decidían rendirse. Sin mediar palabra y de repente, abandonaban la formación conmigo en pleno vuelo. Sí. Duro, muy duro, resulta ganar en ocasiones. Sobre todo, si no te da tiempo a poner las manos para amortiguar el golpe.
En el “hinque”, las tretas eran más difíciles de hacer. En primer lugar, había que encontrar un terreno de juego adecuado. Barro, pero que, a ser posible, no tuviera charcos. Barro consistente, del que se pega en los zapatos y luego vas repartiendo por todas las habitaciones cuando llegas a casa como un rastro reconocible.
Luego se marcaban las rayas. Bien finas o lo contrario, para que si la punta de aquel instrumento mortal las rozaba, todo el mundo lo percibiera (nunca conseguimos unificar criterios en esos supuestos). Y, finalmente, se lanzaba aquel pedazo lima roñosa de dos kilos de peso que si te rozaba obligaba a que visitaras el botiquín en demanda de la “antitetánica”.
Las disputas en aquel juego resultaban peligrosas. Una vez, y en el fragor de una acalorada discusión sobre si “ha sido raya o no”, lancé el hinque con tal fortuna que dejé clavado a mi contrincante. Le atravesé la puntera del zapato (afortunadamente entonces se compraba el calzado con tres números más para que durara varias temporadas) y quedó empalado al barro. Gracias al algodón de relleno, los dedos quedaron intactos. El susto y el posterior castigo familiar (los padres nunca han entendido los juegos de los hijos), me hicieron abandonar aquella modalidad competitiva. Hoy creo que está en la lista de “deportes de riesgo”.
Todo el mundo quiere ganar. Hoy toca las elecciones.
El Partido Socialista se sabe en horas bajas. El paro, la gestión de Zapatero y la crisis les tiene hundidos. En Euskadi, los socialistas saben que se disputan el espacio político con el PP. Su discurso debiera dirigirse a convertirse en el “vaso comunicante grande” en el que los votos del “constitucionalismo” se desplazaran. Pero saben que no pueden atacar a los populares ya que éstos tienen en su mano el interruptor que alimenta el funcionamiento del Gobierno de Patxi López. Sin el PP como adversario buscan, con la brújula en la mano, una estrategia que les posicione y les permita rentabilizar electoralmente algo.
Así, han resituado su mensaje en el PNV. Primero, la descalificación absoluta. La supuesta corrupción, el enfrentamiento, la bronca… Pero la historia tampoco les funciona. Nuevo giro. Hay que sacar a “pasear” al lehendakari. Por ello han reeditado el discurso del “frente abertzale”, de la “guerra de identidades”. Nuevo error. Grave error, puesto que abonada esa tesis no se han persuadido de que si ahora pierden no perderá Zapatero sino que el derrotado será López. Y eso, para ellos pueden ser palabras mayores.
Las encuestas – las que se conocen y las que no- no les dan. Ni en Bilbao, ni en Bizkaia. Pero tampoco en Gipuzkoa o en Araba. Ni tan siquiera en Vitoria, municipio en el que el PP y Maroto parecen tomar la delantera, seguidos de un sorprendente Gorka Urtaran que con su frescura y solvencia está siendo la sensación en este preludio electoral.
Tienen miedo a perder y en esa inquietud nerviosa pueden echarlo todo por la borda. La tentación de provocar la exclusión de “Bildu” del mapa electoral está ahí. Sería un escándalo mayúsculo y una aberración democrática. A la brújula le ha seguido la calculadora. Ojo con los que temen a la derrota. El estímulo de la artimaña puede hacerles perder mucho más. Hasta la propia dignidad.
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