martes, 16 de agosto de 2011

NOSTALGIA DE TRILLO


Hay vivencias difíciles de olvidar. Quizá no sean experiencias vitales de primer nivel, pero acumulan un sustrato de recuerdos que, nostalgia a un lado, marcan la personalidad de las gentes y te demuestran, transcurridos los años, la evolución, los tremendos cambios acontecidos en apenas un cuarto de siglo.

Mis hermanos y yo podemos afirmar algo que muchos urbanitas coetáneos no pueden hacerlo. Nosotros sabemos lo que era trillar. Sí, hemos estado encima de un trillo girando una y cien veces en el proceso primario de separación del grano y la paja.

Fue apenas hace veinticinco o treinta años. En aquella “Castilla la vieja” cerealista en la que disfrutábamos de aquellos maravillosos meses de estío vacacional. Entonces, los campos  lucían por doquier el dorado color del cereal. Era el trigo. Se cortaba a mano, bien con hoz o con guadaña. Se hacían gavillas que se apilaban en un carro tirado por vacas.

Cada vecino tenía su sembrado y desde allí acarreaba su carga hasta las eras. Había eras en todas partes. Allá donde el terreno lo permitiese, se establecía el campamento de faena. Eras altas, eras bajas. Se aprovechaba cualquier rincón medianamente diáfano para extender las espigas y la paja  y comenzar el proceso de separación del grano. Días de verano duro e intenso. Caluroso. Dos vacas en paralelo servían de tiro de un trillo artesanal. Aquel artefacto, para quien no lo conozca, era un tablero rectangular formado por varias tablas en cuyo vientre se incrustaban pequeñas piedras o lascas que, a modo de cuchillas, pretendían tronzar el grano de la espiga por aplastamiento. Y no había mejor manera de aplastarlo que unos muchachos encima de aquel apero girando eternamente por impulso animal mientras que hombres y mujeres volteaban a su paso las gavillas machacadas.

Un palo era suficiente para arrear al ganado (debía terminar mareado) y cuando los animales pretendían hacer sus necesidades, una lata en la punta del madero impedía que la moñiga  (boñiga) acabara emplastando en la mies.

Tras varias jornadas de vueltas y revueltas, llegaba el momento de aventar. Con una horca de madera se lanzaban los montones resultantes al viento, de manera que la paja, más liviana, se desplazaba del grano. Este se recogía en mantas y se pasaba por un gran cedazo para eliminar impurezas. Finalmente, el grano se recogía en sacos destinados, bien al molino o al consumo particular, y la paja se volvía a acarrear para que los animales comiesen en el duro invierno que se avecinaba.

El proceso del trigo era mucho más llevadero que la recogida de hierba. Tras su corte, había que darle vuelta en varias ocasiones para su secado y cuando ésta ya alcanzaba el punto idóneo de deshidratación se cargaba en el carro, se prensaba, se amarraba para que la carga no se desplazara, y se transportaba hasta las viviendas. En ellas, existía una puerta superior, junto al vértice del tejado, que daba acceso a la “camarita”, donde se apilaba y almacenaba como sustento del ganado.

Cuántas culebras he visto y temido entre la hierba seca. Cómo se impregnaba aquel polvillo despedido en el sudor y en la garganta. Cuantos tragos al botijo para aliviar la sed.

La recompensa de aquel trabajo (para nosotros una novedad y un entretenimiento de pueblo) era unas jornadas inolvidables. Y de vez en cuando un buen chorizo aceitado recién sacado de la orza en la que se guardaba la matanza. O una rebanada de hogaza  empapada en vino y edulcorada con azúcar.

Hoy ya no hay cereal en Castilla la vieja. Se acabó hace mucho tiempo. Ni las familias mantienen vacas en sus dominios. Al albur del Mercado Común,  durante algunos años, algunos espabilados buscaron las subvenciones de nuevas siembras primadas. Unos hicieron negocio bajo la sombra del fraude. Pero el granero desapareció. Y con él las perdices, las codornices y los campos dorados que emulaban al mar con el viento.  

Las antiguas eras albergan promociones urbanísticas desordenadas y caóticas y la agricultura de subsistencia hace tiempo que pasó a mejor vida.

Hoy, en el siglo XXI, no reivindico aquel tiempo y aquella forma de vida. Para nosotros, los “veraneantes temporales ” era un divertimento, pero para quienes labraban su sustento de tal labor, el tiempo pasado, seguramente, no fue una arcadia feliz.

Lo peor de todo es que, en buena parte de esa misma España, la agricultura y la ganadería de subsistencia sólo encontró una alternativa; el boom inmobiliario. Se pasó de las vacas flacas a la vacas gordas. Una vacas cuyo único forraje fue la especulación. No hubo ni hierba ni trigo. Sólo ladrillo y mortero. Y desinflado el globo, no les queda otra cosa que paro y un horizonte de pobreza que, ojala, pase pronto.

Algunos creen que la solución a sus problemas estructurales pasa por un “adelanto electoral”. No he escuchado ni una sola propuesta más al PP  para sacar a su país del agujero que, entre unos y otros han llevado. Pobre España si espera resurgir por las promesas de unos dirigentes que, casi seguro, jamás se subieron a un trillo.
Y eso lo dice quien se siente nacionalista vasco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario